Nueva York, Septiembre de 1930
"Mi querida Elizabeth Puzo:
Ante todo, permítame felicitarle por sus esponsales. Sé que he demorado mucho tiempo en esta carta, pero me era difícil poder expresarme y más en la situación en la que ambas nos hallamos.
Ser fiscal en Nueva York no es tarea fácil. Su trabajo al desenmascarar y tumbar la trama de corrupción de menores en los locales clandestinos de Francesco Juliano fue admirable, a pesar de que sus métodos pudieran considerarse... Cuestionables. No obstante, admiro su capacidad de sacrificio y el arrojo con el que se echó a la boca del lobo en pos de la verdad. Solo los auténticos periodistas son capaces de infiltrarse en las redes del Mal y salir vivos de ella. Espero que la recompensa haya estado a la altura.
Me consta que su marido y su familia tienen cierta mano izquierda con los bajos fondos de la ciudad. Hoy por hoy, con la Ley contra el comercio del alcohol sabe bien que no todos sus negocios son del todo limpios, pero en ocasiones como fiscal me debato entre permitir cierta libertad en los negocios, y con ello aplacar ciertos vicios; o reprimir en absoluto con mano de hierro cualquier ligero desmán, con la posibilidad de que eso destruya por completo el tejido humano de la ciudad al eliminarles la paz que otorga un leve asueto.
Aún así, dicen que la Justicia es ciega, y como representante de la misma en esta ciudad creo que es bueno para todos que mantenga una venda traslúcida sobre mi mirada, quedándome con la tranquilidad de que los Puzo podrán encargarse de cierta vigilancia de los seres más corruptos que pueblan la trastienda de Nueva York.
Querida Liz, le debo más de un favor. Y como tal, permítame indicarle que estoy a su entera disposición en caso de que algún cabo suelto se pueda escapar y ponerla en peligro. De todas las familias que vertebran la oscuridad de nuestra ciudad es usted el único haz de luz en el que creo. En honor a la verdad, creo que usted en ese ambiente, es la única persona que puede llegar a poner algo de orden en este caos.
Reciba un afectuoso saludo de su siempre amiga:
Diane Boseman.
Fiscal del Distrito de Nueva York."
Cerré la carta y sonreí, volviendo a meterla en el sobre. Abrí mi tocador, y la puse en uno de los cajones, asegurándola bajo llave. Aquella carta era un cheque en blanco que, tarde o temprano, me cobraría y con creces. Saber que a mi espalda tenía a la fiscal era un as en la manga. Me miré al espejo y sonreí. No, este sería mi secreto. Ni siquiera Vitto debía saber que tenía un contacto tan poderoso. Ni Vitto, ni Giovanni, ni Nino Ricci debían saberlo.
La Ley en Nueva York era tan corrupta como sus trasgresores, y dado que yo había caído en la espiral de corrupción de aquella ciudad infernal tendría que jugar bien mis cartas. Si esto era un póker de reinas, no había sitio para ningún rey.
Ni siquiera para mi oscuro rey del Inframundo.
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Nueva York, Junio de 1934
Los gritos y la confusión llenan Villa Puccini. Los hombres de DiBaggio y los leales a Marco no llegaron siquiera a poner un pie en la casa, y Marco Puzo y Leo Serpico son arrastrados entre el humo y las llamas por manos férreas, arrojados ante los escalones como fardos. En la parte trasera, se escucha un intenso tiroteo de revólveres y ametralladoras Thomson. Era una batalla campal.
Marco alza la mirada levemente, esposado y arrojado de bruces sobre la grava de la entrada cuando ve un par de zapatos de tacón negros.
-Maldita zorra... ¡Elizabeth! ¿Cómo has sabido?
-Si no tienes nada interesante que decir, cierra el pico, Marco Puzo. Estás detenido por violar tu libertad condicional.- Se escucha una voz seria y cargada de desprecio. Leo Serpico trata de voltearse, y un agente de policía le tumba al suelo con un pie.
-¡Al suelo, DiBaggio! Tú estás detenido por complicidad con el preso fugado.
-Detenedlos a todos.- Ordena la Fiscal Boseman.- No quiero ni a un DiBaggio ni a un Puzo suelto.
El coche de Nino Ricci se detiene frente a la verja. Un agente de uniforme les impide el paso. Davis baja del vehículo alertado por el humo de la explosión que ha afectado a la casa, y Nino corre tras él, sujetándose el sombrero.
-¿Dónde está? ¿Dónde está Madame Puzo?- Pregunta con nerviosismo Nino Ricci al agente.
-No está aquí, señor Ricci, está en un lugar seguro, se lo puedo confirmar.
-¿Y qué hacen ustedes aquí?- El tono de Davis está lleno de nerviosismo. La persecución en el Gotham Times, el intento de asesinato por parte de un DiBaggio y la carpeta llena de documentos incriminatorios le hacen temblar desde la cabeza hasta la pierna lesionada. Aprieta el bastón con la mano libre, apoyándose sobre él con pesadez.
-Creo que eso se lo dirá mejor la Fiscal Boseman antes que yo. Por favor, esperen a que termine la operación.
Nino Ricci traga saliva. En el interior de la casa está todo, todas las pruebas que relacionan a la familia Puzo con el tráfico de alcohol durante los años de la Prohibición, los contratos con los DiBaggio de Atlantic City (con los que tendría que ajustar muchas cuentas), el tráfico de tabaco ilegal desde Virginia y la contratación de mujeres de procedencia dudosa para sus locales de fiestas. Sí, hay mucha información incriminatoria en aquella casa que podría ponerle en un aprieto. Demasiada.
De pronto los tiros cesan, y las voces suben su volumen al grito de "¡al suelo, al suelo!". La operación ha sido un éxito a pesar de haberse saldado con varios agentes heridos y dos muertos por parte de los hombres de Serpico y Marco.
La fiscal Boseman camina con paso firme por el camino de grava que sale hacia la verja y sonríe al ver a Edmund Davis.
-Señor Davis, me alegro de verle.- Le tiende la mano con afabilidad.- Debo suponer que quien le acompaña es el guardaespaldas asignado por Madame Puzo.
-Así es, Fiscal Boseman. Me sorprende verla aquí.- Responde Edmund, contrariado.
-¿Trae las pruebas que buscamos? De momento solo puedo retener al Señor Puzo por violar la condicional una vez. Se retrasó en su entrevista. No es mucho, pero me da el pretexto adecuado al menos para diez horas.
Edmund le tiende el legajo con las fotografías, las pruebas, los documentos que había logrado obtener. Diane Boseman sonríe de oreja a oreja al ver todos aquellas valiosas pruebas que señalan a Marco Puzo como autor de muchos, muchos delitos.
-Oh, esto es bueno. Es muy bueno.- Mira de reojo a Ricci.- Así que el señor Marco Puzo es el responsable de todos los desmanes habidos y por haber de la familia, ¿no es así, señor Ricci?- Le guiña un ojo.
-Es la oveja negra del clan, Fiscal Boseman.
-Es la respuesta que quería oír, bravo.- Diane cierra el legajo con un golpe.- Siento los daños causados a la casa. Espero que Madame Puzo acepte una compensación por parte del Departamento de Policía de Nueva York. Háganle llegar mis disculpas y mi más sincero agradecimiento por la denuncia interpuesta frente al señor Marco Puzo, así como mi pésame por la pérdida de su esposo.
-Diane, en ese legajo también hay información al respecto de la muerte de Vittorio...
-Sh, Davis.- Le indica la Fiscal.- Tiempo al tiempo. Un asesinato es una cuestión muy fuerte por la que levantar una acusación. Empezaremos por analizarlo todo, y una vez analizado, veremos qué cargos interponemos. De momento tenemos una causa sólida. Espero que su periódico no se vaya de la lengua con sensacionalismos.
-No lo haría, de tenerlo. Ha ardido entero. El Gotham Times ha cerrado por causa mayor. Lo publicaría en portada, pero ya no tengo dónde publicarlo.
-Entonces tiene otra razón para interponer usted una denuncia en el caso. Ahora, vamos a meter a estos entre rejas.- Sonríe la Fiscal Boseman, saliendo de la propiedad con el legajo de pruebas. Edmund y Nino la observan alejarse mientras la policía sacaba de allí a los acusados, metiéndolos en furgones blindados. Después de media hora, ambos se quedan solos y en silencio.
-Ahora, Nino, ¿dónde está Elizabeth?
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Madame Puzo- Una Historia de Time Princess (Liz Colvin)
FanfictionLa Familia Puzo ha sido, hasta la fecha, la más importante del sindicato del crimen neoyorkino. Desde la caída de Francesco Juliano a manos de un misterioso tirador la noche previa a la Asamblea, nadie ha discutido a los Puzo su hegemonía. Pero los...