uno

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Había un chico en su habitación.

Se veía unos pocos años mayor que él.

Minghao miró el número pintado en la puerta y luego el papel que llevaba en la mano, en el que figuraba el número de habitación que le habían asignado.

"Residencial Pound, 913"

Aquella era sin duda la habitación 913, pero tal vez se había confundido de residencia; los edificios parecían todos iguales, como las residencias públicas de ancianos. A lo mejor debería advertir a su padre del error antes de que subiera con el resto de las cajas.

–Tú debes ser Minho –le dijo el chico que ahora sonreía y le tendía la mano. Tenía una voz suave, combinaba con su rostro.

–Minghao –lo corrigió el menor con un nudo en el estómago. Hizo caso omiso de la mano tendida. (De todos modos tenía las manos ocupadas con una caja, ¿qué esperaba que hiciera?)

El chico le tomó la caja y la depositó sobre un colchón desnudo. La otra cama ya estaba cubierta de ropa y de bultos sin abrir.

–¿Tienes más equipaje abajo? –preguntó él–. Nosotros ya hemos acabado. Me parece que vamos a ir a comer una hamburguesa. ¿Quieres una? ¿Ya has estado en Pear? Preparan unas hamburguesas del tamaño de tu puño –le tomó el brazo. Minghao tragó saliva –Cierra el puño –ordenó el chico.

Minghao obedeció.

–Más grandes que tu puño –rectificó él. Soltó su mano y recogió la mochila que Minghao había dejado caer al suelo –. ¿Has traído más cajas? Seguro que has traído más. ¿Tienes hambre?

Era alto, aunque no más que Minghao, delgado, pálido y tenía el cabello teñido de un rubio brillante. Podría decirse que acababa de quitarse una gorra, a juzgar por el aspecto de su pelo, revuelto y de puntas. Minghao devolvió la vista al papel que le indicaba el número de su habitación y el nombre de con quién la compartiría. ¿Este era Joshua?

–¡Joshua! –dijo el chico, con voz animada–. Mira, ha llegado tu compañero.

Un chico entró en el cuarto esquivando a Minghao y volteó a verlo con desinterés. Tenía el cabello liso y castaño, y llevaba un cigarrillo apagado en la boca. El chico rubio se lo arrebató y se lo puso entre los labios.

–Joshua, Minho. Minho, Joshua, o Jisoo, como quieras decirle –los presentó.

–Minghao –repitió él.

Joshua asintió y hurgó en su mochila hasta encontrar otro cigarrillo.

–Me he quedado en este lado del cuarto –dijo, y señaló con un gesto las cosas apiladas a la derecha de la habitación–. Pero me da igual. Si tienes manías con el feng shui, coloca mis cosas donde te parezca –volteó hacia el chico rubio –¿Vamos?

Él se giró hacia Minghao.

–¿Vienes?

Él negó con la cabeza.

Cuando la puerta cerró tras ellos, Minghao se sentó en el colchón desnudo que, por lo visto, le correspondía (el feng shui era la menor de sus preocupaciones) y apoyó la cabeza contra la pared de hormigón.

Sólo necesitaba tranquilizarse.

Tomar aquella ansiedad, que le ponía borrosa la vista y le latía en la garganta como un segundo corazón, y empujarla al estómago, donde debía estar; donde, como mínimo podría amarrarla con fuerza y fingir que no la notaba.

Su padre y Jihoon, su hermanastro, subirían en cualquier momento, y Minghao no quería que se dieran cuenta de que estaba al borde del colapso. Si él se desmoronaba, su padre se desmoronaría también. Y si eso sucedía Jihoon se comportaría como si lo estuvieran haciendo adrede para arruinarle su alucinante aterrizaje al campus. Su fantástica aventura.

fanboy ◑ hanhao/jeonghaoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora