nosotros

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—¿Mayor Wei?

—¿Cómo te sientes, SiZhui?

Si bien estar encerrado entre cuatro paredes sin posibilidad alguna de, por lo menos, abrir las ventanas no le parecía lo más agradable, debía agradecer el hecho de poder permanecer como lo hacía. Seguía en los Recesos de las Nubes y no se le había arrebatado el apellido y legado como en algún punto imaginó. Claro que, si hubiera sucedido, entonces lo hubiera comprendido. 

—Tengo hambre.

Sincero, porque por más que los platos se abrieran paso por un espacio específico de la puerta, la comida jamás lo saciaba. Por lo menos no después de haber probado la carne de esa madrugada donde, inconsciente de sus actos, terminó abriendo con sus propios dedos la piel de, no solo uno, sino dos animales. 

—¿Quieres más arroz? Puedo decirle a Lan Zhan que cocine un poco más para ti.

—No quiero arroz. 

—No te dejarán comer nada más. 

Suspiró mirándose las manos. Después de ese incidente entre los árboles con el líder de secta Jiang, cuando por fin tuvo la oportunidad de tomar el control de su propio cuerpo, terminó por suplicar ayuda. No era precisamente lo que quería porque, si por él fuera, entonces hubiera buscado la manera de deshacerse de él mismo. De hecho, en cierto punto en donde fue arrastrado por los pasillos en brazos de SanDu ShengShou creyó que en lugar de buscar a los médicos terminaría llevándolo lo más lejos posible donde cortaría su cuello.

Le sorprendió cuando un montón de ancianos se arremolinaron contra él y los libros de la biblioteca se regaban abriéndose en sus páginas con posibles respuestas que pudieran concluir algo. 

Algo.

Entre una y otra, la noche caía y con ella sus párpados. 

—Es temprano —le susurró—. Yo no quiero dormir.

Sin abrir sus ojos, suspirando por quién sabe que vez en lo que llevaban de la noche, SiZhui le contestó, suave: —Pasan de las nueve. 

—¿Y qué? Deberíamos salir, dar un paseo. ¿Por qué estamos encerrados?

—Porque se han dado cuenta.

—¿De qué?

—Que no soy yo. No totalmente.

—¡Qué tontos! —estalló en carcajadas—, ¿apenas lo han notado?

—Cuida ese lenguaje.

—Al carajo el lenguaje —una corriente eléctrica le atravesó la columna, un espasmo que le hizo mover los hombros y la cabeza. Sabía que estaba volviendo a perder el control por más que luchara contra él—. Hay que salir de aquí.

Se estaba cansando. Estaba cansado de luchar contra él, ¿sucedería algo malo si le dejara a disposición de su propio cuerpo y él dormía? Se sentía más y más fatigado, su mente tenía un límite y empezaba a pisar la línea. 

Por fuera, toda la casa estaba bañada en talismanes destinados a una sola cosa: dejarlo encerrado hasta que una solución fuera viable sin la necesidad de matarlo. Por eso, cuando miró su cuerpo jalar de la puerta, una sonrisa cansada surcó sus labios resecos.

—No vas a poder abrir, nos han encerrado.

Bufó y rodó los ojos. —Un montón de ancianos no van a detenerme con un montón de papeles. 

Busca que busca entre los estantes sin encontrar la solución a sus problemas. El niño comenzaba a exasperarse, quería una solución rápida con efectos rápidos. Quería y quería, tanto que no pensó en el dolor ajeno al rajarse la mano con un pedazo de madera salida en una esquina.

Lan SiZhui, consciente, soltó un grito al sentir la piel abrirse. Miró su palma abierta en diagonal, sangrante. Por el comando del otro, se arrastró hasta la puerta donde la comida se hacía espacio cinco veces al día. Con la mano temblando por el miedo, el dolor, la desesperación y el terror, la sacó hasta sentir el aire frío quemarle la palma. Un quejido no fue suficiente, nunca lo sería.

Apretó la mano en un puño, dejando escurrir la sangre formando un charco negro bajo suyo. Que bueno que no pudo mirar lo que salió de ahí en la madera mojada, solo pudo sentir algo viscoso y húmedo tomarle de la muñeca, expandiendo su mano. Gritó sin importarle nada, gritó con terror al sentir algo áspero y caliente recorrer la herida. Su otra mano, por un momento bajo su propio comando, se aferró a la pared empujando, queriendo alejarse pero siendo tomado con más rudeza.

Las carcajadas y las lágrimas se mezclaban, la baba escurriéndole por la barbilla porque la boca no se cerraba entre las risas escandalosas y los gritos dolorosos de saberse atrapado entre lo desconocido. 

Cayó de espaldas cuando fue soltado, las puertas abriéndose de par en par y el aire calándole  hasta los huesos. Estaba oscuro y por la temperatura, conociendo Gusu como la conocía, estaban a solo minutos de que comenzara a nevar. El vapor caliente escapando de su boca, creando una nube de vapor frente a sus ojos no fueron impedimento para Yuan que, al mirar la libertad frente a sus ojos no pudo evitar levantarse entre tropezones y correr hasta la frondosidad de los árboles. 

—¡SiZhui!

Recordaba vagamente el horario y los días en que las rondas nocturnas le tocaban. Hoy era esa noche, se supone que debía vigilar los pasillos junto a JingYi y, aunque él no podía cumplir con sus responsabilidades esa noche, su mejor amigo sí. 

Se detuvo, firme sobre el suelo empedrado que le lastimaba los pies. No giró pero podía sentir la molestia. La de ambos. La de JingYi, visualizándolo en sus memorias con su ceño fruncido y los brazos cruzados sobre su pecho. La de Yuan porque interrumpía su libertad.

—¿Qué haces fuera? Deberías estar en la habitación, ¡regresa de inmediato!

¡Ah!, si fuera uno de esos días en donde su humor fuera bueno, no estuviera poseído por lo que sea estuviera en su cuerpo y, sobretodo, fuera él el que controlara sus acciones, las cosas hubieran sido diferentes. Tal vez se hubiera reído por lo demandante de su voz, por lo caprichoso que sonaba y después, lo hubiera reprendido, porque gritar iba contra las reglas de Gusu.

Pero esa noche, él no tenía la última palabra. Ni las acciones. 

Tenía frío pero a Yuan no le interesaba. —Me voy.

SiZhui no comprendió del todo las palabras que abandonaron su boca. Por más que pareciera que él las dijera la realidad era que, no tenía ni la menor idea de lo que se refería. Solo caminó por el pasillo, entre la hierba que esperaba entusiasta la nieve prometida. 

—¿A dónde crees que vas? Ya ha sonado el toque de queda, ¡debes regresar!

Que JingYi se mantuviera a raya porque no tenía idea de lo que podía suceder si le ponía de malas. Y no es que no quisiera que lo parara, todo lo contrario, quería que lo regresara a rastras a un lugar seguro pero los niños luego tenían rabietas para nada agradables. Solían gritar, botarse al suelo, morder, patear. Y, en el caso especial de Yuan, tal vez incluso matar.

Sin control de su cuerpo, se giró sonriendo.

—A-Yi, ¿Quieres jugar conmigo?




AlexG.

Tu-tu-tu-tú [MDZS].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora