Octubre 31.
Por enésima vez, la vara de madera golpeó el torso del pequeño, quien emitió un quedo grito de dolor. Era imposible señalar el punto exacto en el cual el niño expiró su último aliento, pero era obvio que el hombre continuó azotando la vara contra su cuerpo inerte mucho después de ese punto. Solamente cuando el verdugo se detuvo mostrando señales de cansancio, se atrevió el general Zhang a abandonar la tienda.
Había anochecido. Zhang caminó en silencio hacia las afueras del campamento sin que ninguno de sus hombres se atreviera siquiera a mirarlo a los ojos. Mantuvo su habitual expresión inescrutable hasta alejarse lo suficiente. Al fin libre de toda mirada intrusa, apretó los puños y tuvo que hacer un esfuerzo consciente para contener un grito de rabia.
Un sonido frente a él lo hizo instintivamente llevar su mano al arma que colgaba de su cintura. Del otro lado de un pequeño riachuelo más adelante, una silueta caminaba entre las sombras, la cual se giró hacia él y sonrió.
—Lo sie...
Zhang intentó disculparse, pero no pudo terminar la frase. Sintió la temperatura a su alrededor caer al menos una decena de grados en un instante. La oscuridad se hizo más profunda y el cabello cano de la mujer parecía brillar bajo la luz de la luna. Zhang apretó su arma con más fuerza.
—Descuida, muchacho. A mi edad, ya no me asustan las armas.
Zhang solo podía asumir que la voz provenía de la anciana pero no podía asegurarlo con certeza. Las palabras no habían llegado a él de adelante, sino que lo habían envuelto de todas direcciones. Apenas distinguía la blanca e incompleta dentadura de la sonriente mujer, pero no estaba seguro de haberla visto moverse al escuchar la respuesta. Una gota de sudor frío recorrió su espalda.
—Sé por qué estás aquí —continuó la etérea voz, mientras la mujer se encorvaba para recoger hierbas del suelo y colocarlas en una pequeña canasta que sostenía en el brazo—. Te sientes culpable por tus crímenes pero sabes que serás juzgado si abandonas tu puesto. No puedes escapar. Eres tan libre como el niño que cuelga sin vida en tu cuartel.
Zhang sacó la pistola de su funda y la levantó. El temblor de su mano revelaba el miedo que lo inundaba. Intentó apuntar hacia el frente, pero su brazo continuó moviéndose hasta que el frío cañón acarició su sien.
Zhang devolvió su mirada a la anciana que ahora estaba inexplicablemente sentada frente a una fogata sobre la cual una olla parecía flotar. Al fin, entendió quién era.
—Puedo darte lo que añoras. Puedo hacerte olvidar. Normalmente hay un par de pasos antes, pero siendo hoy una noche mágica, puedo hacer una excepción. ¿Te apetece una taza de té?
Zhang recuperó el control de su mano, pero no la movió. Quería dejar todo atrás, pero sabía que lo que ofrecía Meng Po no podía recibirlo mientras estuviera con vida. Respiró hondo.
Luego, jaló el gatillo.
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Retos míticos
General FictionLibro para los desafíos de la cuenta @WattpadMitologiaES.