El show de la rana Casta-yñeda.

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Esta historia comienza en la inauguración y primer show de un teatro reconstruido, en la ciudad Creación y Estrellas. Todos estaban emocionados desde sus asientos, tanto seres humanos caricaturizados de distintas formas, tamaños, colores, antropomórficos, etcétera. En esta ciudad casi todo podía ser una caricatura.

Hoy se presentaba un pionero de la actuación: la rana Casta-yñeda. Actor de miles de caricaturas de la época del blanco y negro y a color. La rana estaba tras las bambalinas, sentada frente a un espejo en un improvisado camerino preparándose para presentarse. Se puso sus guantes blancos, unos pantalones cortos negros y esos zapatos verdes con blanco, con la punta del zapato en negro, como si fuera un payaso.

El presentador —un humano caricaturizado— acomodó el micrófono para dar comienzo a la inauguración del teatro.

—Hora del show —dijo Casta-yñeda

—¡Damas y caballeros, niños y niñas! ¡Hoy se inaugura un nuevo teatro para las nuevas leyendas del entretenimiento del espectáculo y la farándula! Y quién mejor para dar inauguración al teatro que una leyenda del blanco y negro, del cine mudo y el color... Damas y caballeros, ¡La rana Casta-yñeda!

Los reflectores apuntan a la derecha del escenario, donde se supone que debería estar Casta-yñeda, pero no estaba ahí. El presentador se puso nervioso, la gente también empezó a murmurar, viéndose entre ellos, «¿Y dónde está? ¿Es parte del show?», se escuchaban entre los murmullos.

—C-creo que hay un pequeño contratiempo —dijo el presentador nervioso.

Detrás del presentador se apareció la rana Casta-yñeda, exagerando su expresión de sorpresa, con las manos en las mejillas y la boca bien abierta. Las risas de inmediato resonaron en el teatro. El presentador se mostró muy confundido por las risas, se dio la vuelta, pero Casta-yñeda se movió rápido y lentamente demostró la calma en su rostro.  Lentamente dejó caer su codo en el hombro del presentador.

El presentador se asustó y por reflejo quitó su codo, pero se incorporó de inmediato y presentó a la rana Casta-yñeda como si todo fuera parte del show.

—¡La rana Casta-yñeda, damas y caballeros!

Todos aplaudieron a Casta-yñeda mientras le cedían el micrófono. Hizo una reverencia al público con la cabeza. Y cuando los aplausos terminaron, se mojó los labios para dar su discurso.

—Hola, ¿qué tal, familias bonitas? Mi nombre, bueno, mi verdadero nombre es Yahir Castañeda, todos me conocen como la rana Casta-yñeda. Es muy curioso, ¿saben?...

Tomó el micrófono y caminó por el escenario, con el reflector siguiéndolo y sin dar la espalda al público.

—Yo tenía veinte años cuando estaba en una esquina haciendo comedia, ahora eso es un «sketch» o un «stand-up», ¿saben cómo yo lo llamaba?

«¿Cómo?», varios dijeron entre el público.

—Mi comida para la semana.

Y varios del público se rieron.

—Tardé mucho en llegar al teatro. Estuve tres años en las esquinas contando chistes, después logré entrar a los teatros... Me sacaban a patadas los guardias, pero me lograba meter. Estuve ocho años de mi vida haciendo teatro y un día, me consta que fue un error, pero en medio de una obra de teatro, hice arte dramático, algo que nunca me gustó. Estábamos en medio del fin del primer y mi personaje sin saber qué hacer...

Se arrodilló viendo a todo el público.

—Grité: «¡Dios, dame una señal!», y ¡pum!, me cayó un costal en la cabeza y mi cabeza perforó el suelo del escenario— Acostó su cabeza al suelo y puso el micrófono cerca—. Toda la gente se asustó...

Levantó la cabeza y volvió a arrodillarse mientras que tomaban su micrófono.

—Y lo único que pude hacer fue: quitar el saco, levantarme y, literalmente viendo estrellas alrededor, ya saben, Marilyn Monroe, Elizabeth Taylor, Judy Holliday, Annie Girardot... ja, ja, vi hacia arriba y lo único que grité: «¡Dios, dije señal, no costal, ahora entiendo porqué nuestras oraciones no se cumplen!

Varias personas del público se rieron, algunos ya habían escuchado esa anécdota, pero rieron como si fuera la primera vez que habían escuchado esa anécdota. Yahir se levantó y se quitó el polvo de sus piernas, para después bendecirse.

—Me hago la bendición por respeto a Dios, no quiero que se enfade y me mande un infarto... Otra vez.

Toda la gente aplaudió. Yahir como siempre daba reverencias agachando la cabeza.

—Estoy agradecido con ustedes... No importa cuántas veces cuente lo mismo, ustedes se han reído con mis chistes y anécdotas. Eso me llena de mucha alegría, porque eso me inspira a buscar chistes nuevos... Les estoy muy agradecido, gracias por no olvidarme... Con estas palabras quiero inaugurar este nuevo teatro, para las futuras generaciones. Ojalá ellos lleguen lejos, el camino de la comedia es duro, es difícil y a veces te preguntas si aún vale la pena hacer reír a la gente... Cuando entré a la televisión me hice esa pregunta, una sola vez en toda mi carrera y ese mismo día recibí la respuesta: Mientras salía de comprar el pan y antes de salir la persona que me vendió el pan me preguntó apenada si podía sacarme una foto con su hija.

Yahir acomodó el micrófono en su soporte y volvió a mojar sus labios con la lengua.

—Yo estaba con dolor de piernas por saltar en el set, pero al final acepté. La niña, bueno era niña-vaca, y con una gran sonrisa me abrazó, sacaron la foto y después me susurró al oído: «De grande quiero saltar como tu ranita» —dijo imitando la voz aguda y dulce de esa niña

Todo el público ovacionaron con ternura, «Awww», se podía escuchar casi al mismo tiempo.

—Y yo dije mi frase clásica con esa voz mezcla de una voz grave, pero amistosa y un poco aguda: «¡Por las ancas de mi abuela Petunia, por supuesto que sí saltarás lejos, tan alto que saltarás y te convertirás en la vaca de la luna!». Y desde ese día nunca me hice esa pregunta... ¡Muchísimas gracias, yo soy Yahir Castañeda, alias la rana Casta-yñeda!

Todo el público aplaude mientras Yahir salía del escenario y se despedía del público.



Un día después. Yahir salía de su casa, una casa normal de dos pisos como cualquier otra. Solo fue a tomar su correo y cuando bajó la vista para ver sus cartas, había frente a él un niño gato, de pelaje anaranjado y con una gran sonrisa mostrando sus colmillos.

—¿Sí? —preguntó Yahir arqueando su ceja.

—Usted... ¿Usted es la rana Casta-yñeda?

—Sí, ¿necesitas algo? ¿Quieres un autógrafo?

—No, no, no, no, no... Quiero que me juzgue. Me llamo Kast.

—¿Perdón?

—¡Mis saltos! Quiero que los juzgue, ¿sí?

—Está bien... —dijo muy confundido.

Kast dio un gran salto, tan alto que cuando lo vio Yahir, se sorprendió al ver un niño saltando tan alto, parecía que Kast tapaba el sol con su cuerpo. Y cayó de pie, como normalmente lo hacen los gatos. Kast vio a su ídolo y dando pequeños saltos esperaba una respuesta. Yahir sabía qué responderle, y con qué voz decírselo, al verlo con esa gran sonrisa.

—¡¿Y bien?! —dijo apretando los puños de emoción.

—¡Por las ancas de la abuela Petunia! ¡Qué saltos! Iré a por mis zapatos y tal vez podamos saltar juntos, mi gatuno amigo.

—¡¡Yoo-hoo!! —dijo Kast saltando de alegría.

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