La luz de la tarde entraba en forma de seis líneas por la minúscula ventana. Se proyectaban en el suelo, cerca suyo, mientras las nubes pasaban de un lado a otro como las horas. Seis, desde que se había despertado en una celda, con los pies, el cuello y las manos encadenadas.
El metal era pesado alrededor de sus extremidades, tenían alguna especie de hechizo que enviaba ondas frías por sus venas, que cortaban profundo y empujaban su elemento. Se sentía como si el mundo fuera un borrón, y lo único que la mantenía consciente era la ira.
Parpadeó varias veces hacia la ventana cuando oyó un ruido a lo lejos. El eco de los pasos entre los muros de piedra, el chasquido del metal abriéndose y cerrándose. Tragó la sangre seca que le raspaba la boca. De refilón, captó una sombra moviéndose en silencio. Erixa no trató de girarse parar mirarlo, estaba guardando sus fuerzas, tenía que reunirlas para el momento adecuado.
El guardia abrió la puertilla de la celda, una pequeña abertura rectangular en el acero reforzado. A través de ella, deslizó una bandeja con algo que olía a carne insípida, puré de verduras y agua que debía saber más a tierra que a nada.
A diferencia del primer demonio que fue a inspeccionarla al despertar, aquel no le dijo nada.
Erixa distinguió un destello dorado desde la ventanilla y sus ojos se arrastraron hasta allí. El guardia no se movió, a pesar de que se notó consternado por su atención. Ella no hizo ningún gesto. Deslizó la mirada por la cicatriz que el hombre tenía el medio del rostro, y volvió a su posición inicial.
El ruido en los pasillos de las mazmorras muy pronto se redujo, Erixa era la única prisionera en las celdas. Por alguna razón, Galiel la estaban manteniendo viva.
Se estiró hacia la bandeja de metal y la arrastró hacia ella. Con el dolor doblándole los huesos, picó un trozo de la carne y se la llevó a la boca. Masticar era duro, pero tragar lo era aún más.
Bebió un sorbo de agua, y dejó el resto para después. Cuidadosamente, vertió el líquido en una tapa que había encontrado escarbando en la ratonera de la esquina. No se podía pasar por ahí, aunque tener un suministro de agua, por muy pequeño que fuese, podía hacer la diferencia entre muchas cosas.
«Si Galiel me quiere viva, que me tenga».
Pero Erixa se negaba a que fuera bajo sus términos.
Sintió la intromisión en su mente antes de que aquella empezara a tomar forma. Era algo afilado, como una sonda que se incrustaba a su cerebro y, gota a gota, drenaba litros de información. Lux dibujó una barrera a su alrededor, empujando a la intrusa tan lejos de sus pensamientos, que la expresión en el rostro de Neené se erizó.
—Interesante —dijo ella, dejando el libro que traía para acercarse a él. Lux trató de apaciguar el enojo que burbujeaba en su pecho, pero mientras más forzaba Neené la entrada a su mente, más difícil le era contenerlo—. Diría que es bastante grosero hacer eso si no estuviera intrigada por ti.
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Silverywood: Una puerta al Infierno ©
FantasyLos demonios no solo viven en su cabeza. Mikhaeli Cox es un joven pintado por los fantasmas del pasado. El peso de la memoria, y a veces del cuerpo, lo ha llevado a alejarse de su familia, amigos, e incluso de la persona que solía ser. Luego de un a...