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New York, diciembre de 1930

Me hizo sentarme en su sillón, frente a la amplia mesa de roble americano. Me enseñó cada resorte, cada escondite, cada hueco en los cajones. Cada fotografía, cada arma oculta. Acaricié con nerviosismo los reposabrazos intentando memorizarlo todo, y finalmente me dio su mano arrodillándose ante mí. Vitto me miró a los ojos, con su mirada profunda y oscura, llena de un amor misterioso y lleno de silencios, y me tomó la mano. Sentí deslizarse un anillo más en mis dedos, y observé mi mano derecha. El sello de los Puzo estaba en mi mano.

-Como yo soy tu esposo, tú eres mi esposa. No tengo que decir esto ante nadie, Elizabeth, pues es mi decisión. ¿Querrías ser la Mamma de esta familia?

Sentí mi boca secarse con aquellas palabras y sopesé la decisión. Me vi reflejada en sus ojos, tan hermosos y con el pensamiento aún en la cabeza asentí con la cabeza. Vitto sonrió, y se llevó el anillo a los labios.

-Te seguiría hasta el fin del mundo, mi amor.- Respondí sin apartar la mirada.

-Es posible que tengamos que pasear por allí más de una vez antes de poder dejarlo.- Me susurró acariciándome la mejilla.- Pero acabaremos marchándonos a Salem, mi vida. Mi querida Madame Puzo.

Nos besamos de nuevo, y supe en ese momento que nuestra historia se seguiría escribiendo en renglones torcidos el tiempo que nos quedase juntos.

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Nueva York, Septiembre de 1934

Lleva meses sin tener noticias de Madame Puzo. Ha desistido de buscarla cuando Giovanni le avisó, Elizabeth no deseaba ser encontrada. La fiscal Boseman insistió en ello, Liz ha entrado en un novedoso programa de protección de testigos y ha cambiado de nombre, de ciudad y de estado. Edmund está ahora aprovechando el dinero de la indemnización por el incendio del Gotham Times. Revisa cada día los edificios en venta, y ya tiene un ojo echado a un pequeño inmueble de tres plantas, con espacio para las nuevas rotativas y máquinas de escribir.

Pasa la mano por una de las nuevas mesas aún por estrenar. Primera hora de la mañana, los antiguos reporteros del viejo Gotham Times están llegando a las nuevas oficinas, se escuchan comentarios de satisfacción al saber que siguen teniendo sus sueldos asegurados. Edmund casi está arruinado, se ha gastado casi todo su dinero en mantener a sus trabajadores en nómina, pero asiente con la cabeza contento observando el movimiento. De pronto, ve a alguien de pie en el vano de la puerta. El alero del amplio fedora negro se levanta suavemente y la sonrisa de Nino Ricci se dibuja en la sombra proyectada sobre su rostro. Deja un sobre en el buzón del periódico, y se marcha sin decir una sola palabra. Edmund ni se preocupa en acercarse, había visto el brillante sello que lucía en su mano derecha. Era mejor no dejarse ver juntos.

-¡Vamos, Gotham Times, a redactar! ¡Las noticias no se escriben solas!- Exclama desde la puerta de su despacho, da una palmada, y acto seguido los periodistas y redactores retoman su actividad con un pequeño grito de alegría. El sonido de las teclas y los teléfonos llena en pocos segundos la oficina, y Davis se acerca cojeando al buzón, donde encuentra una nota.

Al poco, decide bajar a la calle.

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Un coche se acerca por el camino entre los árboles. Las primeras hojas doradas del otoño han empezado a caer, y la señora Colvin deja a un lado la taza de té. Recoge a un pequeño recién nacido de su capazo de mimbre y lo abraza. Tiene el cabello y los ojos oscuros, como su padre. Sonríe saliendo al porche y el coche deportivo se detiene en la puerta, a pocos metros de los escalones. Se abre la puerta, y Davis sale de su interior, con un diario en la mano, agitándolo con la mano.

-Señor Davis. Me alegro de que haya venido desde tan lejos, veo que recibió el aviso de mi viejo amigo. ¿Viene a entrevistar a una simple redactora de provincias?

-"Columna de la joven ama de casa, por E. Colvin", en la Gaceta Dominical de Salem, Massachussets. Muy interesante, señora Colvin, ¡y útil! Nunca creí que hubiera tantas formas de aprovechar las sobras de un pollo asado. Es una lástima que haya dejado el periodismo de verdad por consejos domésticos, pero algo me dice que usted necesitaba alejarse un poco de ciertos... Ambientes hostiles, ¿no es así?

Edmund sonríe y mira al niño. Sube los escalones que le separan de Liz y boquea un instante, pensando en la posibilidad de algo que pudo ser y nunca fue. Elizabeth le mira y responde a la sonrisa con calidez. Asiente con la cabeza, abrazando al pequeño y dándole un beso en el oscuro cabello que le cubre la cabecita.

-Sabía que habías tenido que irte, pero desconocía la razón.

-Hay cosas que no puedo arriesgar, Edmund. Tenía que salvar lo que me quedaba de Vittorio. Ahora tengo al pequeño Joey, y... Mejor pasar desapercibida. Pensé que te gustaría volver a verme como Elizabeth Colvin, y no como...

Davis asiente con la cabeza y le pone un dedo en los labios.

-No digas ese nombre, no sabemos quién puede escucharlo. Espero que aquí puedas encontrar la paz. Al menos has conseguido la venganza.

-La venganza no trae paz, porque nadie me devolverá jamás a Vittorio. Pero... A lo mejor así puedo expiar lo que yo misma he hecho en estos años. Se cruzan infiernos cuando te enamoras de un demonio.

Edmund suspira y baja la mirada, sintiendo que si no hubiera girado sus pasos hacia aquél hombre terrible y oscuro Elizabeth podría haber tenido una exitosa carrera como reportera en el Gotham Times. A su lado. Incluso podría haber... No. No quería aventurarse en esa lejana posibilidad.

-Quiero contar tu historia, Liz. Algún día.

Elizabeth le hace entrar en la casa y vuelve a dejar al pequeño en la cuna, poniéndole un chupete. Se acerca a una alacena, y abre un pequeño compartimento secreto tras una tetera. Saca un paquete envuelto en papel de estraza y se lo tiende a Edmund.

-Sé que sabrás cómo explicar esto.- Asiente con la cabeza.- Solamente te pido que no digas dónde estoy, ni mi nombre completo.

Davis abre el paquete, y un pequeño libro encuadernado de cuero marrón aparece entre los pliegos. Lee la primera página.

"Memorias de la Ciudad Gótica. Mi nombre es Elizabeth Colvin, y soy una joven reportera..."



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Gracias a todas las fans de Vittorio, Elizabeth, Nino y Edmund que me habéis acompañado en este pequeño fanfic. Ha sido un placer escribirlo para vosotros, y espero que sigáis leyendo mis relatos. Si os gusta mi trabajo, por favor, apoyadme comprando mis libros a través de este enlace de Amazon:

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¡Gracias, un abrazo!

Madame Puzo- Una Historia de Time Princess (Liz Colvin)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora