ELEODORO
Allan tiró otra vez la maceta y me hizo un cochinero en la sala. No tiene caso decirle nada porque le importa un comino. Solo se sienta a ver cómo su esclavo se desvive limpiando su desmadre. Ah, porque eso no fue lo único que hizo. Volvió trizas el papel del baño y rompió un vaso. Si preguntan por qué ya casi no tengo vasos de vidrio, ¡es ese gato endemoniado el que tiene la culpa!
Ahora estoy enojado, pero sé que cuando llegue la noche y se acurruque a mi lado, no abriré la ventana y lo lanzaré por ahí. Es mi bebé y siempre le perdono todo porque además, me siento muy culpable por dejarlo solito tanto tiempo. Sé que por eso hace lo que le da la gana, se pone ansioso y se vuelve loco igual que yo.
Apenas termine, voy a llamar a Frida. No he dejado de pensar en ella en toda la mañana.
FRIDA
Odio los días de descanso de Juan. Se la pasa echado, estorbando todo el día y no puedo salir. Había quedado con Ele de que nos veríamos en el café de siempre. Ama los bisquets con mantequilla y la comida china. Me encanta verlo comer porque tengo la impresión de que no se alimenta lo suficiente. Su refrigerador está casi vacío. Un cuadrito de leche, a veces un huevito solitario y ya.
Juan nunca come aquí, excepto en la noche y las cosas a veces se me echan a perder. Pero no sé si Ele tome a bien que le lleve algo para comer.
Juanito rara vez llora y ahora no deja de hacerlo. Ya le tomé la temperatura y no tiene fiebre. Le dí masaje en la pancita por si tiene algún gas y tampoco parece ser eso.
Debe ser la cercanía con su padre. Los niños son muy perceptivos y debe intuir que Juan no lo quiere. Al parecer, el sentimiento es mutuo. Juanito tampoco lo soporta. Pero, ironías de la vida, apenas ve a Ele y sonríe. No me importa que Juan esté aquí, voy a llevarme al niño y si quiere, que se largue con Davina a comer, se atraganten y se mueran los dos.
—¿A dónde vas?
—Al mercado —dije, y no era mentira, decidí pasar antes a comprar algunas cosas.
—¿Te lo vas a llevar?
—¿Al niño? Sí.
—Ah, qué bueno, a ver si ya me deja dormir el pinche escuincle.
No le contesté. Acosté a Juanito en el portabebé, me colgué la pañalera, la bolsa y salí. El vecino, qué regaba las macetas de la entrada, me vio de soslayo. Me odia, más de una vez me ha metido en problemas con mi marido. Es un desgraciado, pero desde que Ele le dijo no sé qué, se ha calmado el imbécil. Aunque no me confío. Es un idiota. El obstáculo no soy yo, es la putiza que le va a poner aquel si se le insinúa y muero porque suceda.
Ni siquiera lo saludo, no se me da la hipocresía. Estoy muy contenta con la idea de ir a ver a Eleodoro Sánchez. Já, já, já, qué risa. Si me oyera llamarlo así, ya se estaría retorciendo en la silla y torciendo la boca. Sus berrinches son tan lindos. O será que nunca lo he visto enojado realmente. No conmigo. Debería hacerlo enojar un día para ver cómo reacciona. Hoy no, hoy lo quiero tranquilo y feliz.
JUAN
Sé que Frida se ve con alguien, de un tiempo acá se la pasa en la calle, cuando antes ni salía. Se la pasaba de fodonga todo el día viendo televisión. Ahora sale muy bañada y perfumada. Pero no creo que ahora vaya a revolcarse con nadie, se llevó al chamaco. Si no tuviera tanta flojera me levantaba y la seguía. No es que me importe, pero estoy tan feliz con Davina, que no me interesa su vida para nada.
El teléfono está sonando. Contesto al toque.
—¿Qué haces? —pregunta Davina del otro lado.
—Nada.
—¿Te acuerdas del manuscrito de Eleodoro? ¿Lo tienes todavía?
—Sí. Se me ha olvidado tirarlo.
—¡¿Qué?! ¡¿Estás baboso?! ¡Ni se te ocurra!
—¿Ah, sí? ¿Y por qué? — a veces es muy grosera. No sé que trae entre manos, pero nada bueno debe ser.
—Porque se me acaba de ocurrir algo. Vente a la casa y te lo traes. Aquí te explico.
—Deja me baño.
—¡No! ¡Así vente, ésto urge!
FRIDA
Las escaleras siempre son un fastidio, pero con un niño y varias bolsas lo son aún más. Llegué jadeando hasta la puerta del departamento de Ele y toqué. Él abrió la puerta totalmente, pero sin mostrarse. Yo entré y puse el portabebé en el piso, a un lado del sofá y cerró la puerta.
—¿Está dormido? —Señala el artefacto donde transportaba a mi hijo, porque estaba cubierto con una mantita.
—No creo. Fíjate
Se puso de rodillas y levantó la manta. Ele lo vio y sonrió. El niño correspondió esa sonrisa con otra. Era un saludo silencioso y hermoso que me ponía feliz y triste al mismo tiempo.
Cuando una mujer se casa, piensa en ser feliz con su marido; en esa vida idílica que ahora estaba teniendo con este dulce extraño larguirucho con quién estaba siendo infiel. Aunque infiel era un término que implicaba mucho más compromiso del que en realidad existía entre Juan y yo.
Allan nos mira desde lejos, desde la barra que separaba la diminuta cocina del resto del departamento. Nunca se acerca. Tal vez está celoso porque antes la atención era toda suya. Ahora hay dos extraños invadiendo su casa.
—¿Cómo se llama tu gato?
—Allan Roberto... Sánchez —ríe.
—Ándale... —río yo también—¿Qué edad tiene? —seguí para hacerle conversación.
—Cinco. Es un sobreviviente. Lo encontré en una caja y era el único vivo entre sus hermanitos.
Después de jugar un ratito con el niño, se levantó y fue a dónde estaban las bolsas de mandado.
—¿Vienes cargando con todo esto? ¿Y aparte el niño?
—Pues sí.
—¿Por qué no lo dejaste en el carro? El mandado.
—Porque lo traje para ti.
Se cruzó de brazos, y muy serio miró hacia abajo y negó con la cabeza.
—¿Qué tiene de malo?
—Varias cosas —murmuró.
Creí que aventaría las bolsas de la mesa o algo parecido. No, solo caminó a la cocina y me habló para que viera el interior de su refrigerador.
—Ven...
Había muchas cosas ahora, estaba casi lleno.
—No quise ofenderte. Es que la otra vez...
—No me siento ofendido, me siento avergonzado. Los fines de quincena siempre es así, pero me acaban de pagar y compré cosas. Así que no te preocupes. No estoy tan muerto de hambre como crees.
—No Ele, yo no... —Me calla la boca con un beso rápido.
—Gracias, pero no puedo aceptarlo —me abraza.
¡Ele, no, qué me enamoro y no quiero, no puedo!
ELEODORO
Tuve que mentirle. Jamás sabrá que todo esto lo trajo Nicolás. Y que sí, tal vez sea un muerto de hambre, pero no aceptaré nada que venga del estúpido de Juan. Al menos nada material. Solo su mujer y su hijo. Porque si él no los quiere, si a él no le interesan, a mí sí.
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ELE (Versión Extendida)
Romance(Ele, versión extendida). Un escritor inicia una relación clandestina con la esposa de su peor enemigo, mientras al mismo tiempo, descubre que siente algo más que una entrañable amistad por su amigo Nicolás. Lee este drama con toques finos de humor...