Amor de Esparta

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Mientras entreno la arena y sangre se depositaba en mi cara, una gran habilidad espartana corre por mis venas. Era la única mujer que ha podido entrenar con hombres en todos los tiempos y así llegue a la prueba final.

Me mandaron a las grandes montañas, sola, sin nadie a mi alrededor. Ese frío helaba el alma de cualquiera. Mientras buscaba un refugio un ciervo grande y corpulento, alzó la cabeza y me vio, al verme pequeña e inofensiva, él no escapó. Directamente fue directo a embestirme con sus grandes y afilados cuernos. Me quedé paralizada por unos segundos. En el momento que el animal ya estaba casi en frente de mi , pude agarrar su cuerno derecho, su izquierdo me hizo un corte en mi brazo izquierdo. Eso no me frenó, agarré su otro cuerno y puse la cabeza firme y le metí varios rodillazos hasta matarlo. Posé su cabeza en el suelo con cuidado.

Busqué el camino a la polis de nuevo. Corte unas hojas previamente lavadas con agua de un riachuelo cercano para tapar mi herida. Después de unas semanas conseguí llegar a casa. Al abrir la puerta mi madre corrió hacía mí, en cambio, mi padre me miraba desde la lejanía, se le veía orgulloso.

Tiempo después me convertí en una soldado de élite. Yo me encontraba en la edad ¨fértil¨ y los hombres querían casarse conmigo, tanto patricios o hijos de emperadores, a todos les dije que no. Sentía que ya estaba enamorada de alguien, pero mi problema es que no sabía por qué ni de quién.

Tuve que ir a la Isla de Lesbos, ya que en esa isla solo habitaban mujeres y ellas pidieron soldados de todas las polis. Lo malo es que nadie quería mandar ningún soldado varón a protegerlas, asi que decidieron mandarme a mí. Allí até mi pequeña barca y salté a tierra, hacía meses que no sentía pisar un lugar que no se tambalease.

Ellas eran muy gentiles, me recibieron bien, eran amables. No eran iguales a como se describían en el interior, allí nos decían que ellas eran muy frágiles y que no sabían defenderse bien, dado a que ningún varón les había enseñado, aunque ellas parecían todo lo contrario.

Me hablaron un poco sobre ellas y entonces nombraron el porque de querer traer soldados. Ellas querían luchar con soldados para hacerse mas fuertes, bueno, yo no era la excepción, tenía que luchar.

Di mi conclusión finalizada, cuando entraron a luchar, una por una, yo era lo suficiente hábil como para que no me tocaran, entrené demasiado en Esparta. Sus espadas de entrenamiento eran de madera, no de piedra afilada como en mis antiguos entrenamientos. Hasta que entró una chica, de mi edad seguramente, ella no se veía nada ruda, iba muy arreglada en comparación a las demás. Ella llevaba una túnica color celeste, las demás solo llevaban protecciones.

Mi casco seguía colocado, nadie de allí me había visto. Estaba preparada para luchar. Nunca debo subestimar a un rival, por muy débil que parezca. No subestime al ciervo y no subestimaré a esta chica.

Esa extraña se movía con gran sutileza y habilidad pero a la vez muy tranquila, parecía una hoja guiada por el viento. Ella solo esquivaba, nunca atacaba. Mis ataques no acertaban y eso que son muy rápidos . En un momento tropecé por obra de ella, nunca sabré como, pero lo hizo. Rápidamente se sentó encima mía, mirándome muy de cerca, me arrebato mi espada y mi casco para saber quien era el rival al que había ganado. Ella sin prestarme atención levanto su mano enseñando mi casco y todas aplaudían. Me miró y algo en nosotras se congelo. Nos miramos durante un corto tiempo y me escabullí de su bloqueo. Salí de la arena corriendo, ella en cambio seguía helada.

Me fui a la casa donde me asignaron, me quite mi armadura y la colgué. Limpie mi casco y afilé mis armas. Yo llevo siempre una cinta blanca en los pechos, la cual hace que no molesten, ni se noten demasiado. Mis piernas estaban cubiertas por un pantalón corto y blanco. Limpie todo mi armamento, hasta que alguien llamo a la puerta. Era la líder de la polis de Lesbos. Ahora que me acuerdo, ella no luchó contra mí. Me comentó que dentro de poco tendría visita. Le cerré la puerta en la cara y me fui a tumbar en cama, estaba cansada y me quede dormida.

La misma nieveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora