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Los intensos sonidos guturales se escuchaban tenebrosos aquella noche. Aunque ya habían pasado meses desde el accidente bacteriológico, y la propagación del mismo, aún no se acostumbraban a los sonidos extraños que producían los infectados.
Un grupo de estos se encontraba por fuera de la cabaña donde se habían resguardado por ya dos semanas. Como era un lugar bastante alejado de la ciudad, era extraño ver a tantos juntos. La científica castaña observaba por la ventana de manera curiosa los movimientos de los infectados, mientras que el pelinegro de la misma forma los miraba, cuidando que ninguno se acercara demasiado como para meterle una bala en la cabeza.
— Son extraños, pero intrigantes, ¿No crees, Levi?
— Sólo a ti esos monstruos te parecen interesantes, gafas de mierda.
— ¡Oh, vamos! ¿Acaso no te gustaría diseccionar uno? — le dijo con una sonrisa.
— Tsk. Para empezar, no soy un científico y no estoy tan loco como tú. — Respondió con el ceño fruncido. — No entiendo qué ves en ellos. Nos comen vivos. Tú viste la masacre que hubo en la ciudad, mucha gente murió, incluso personas que conocías y apreciabas fueron desgarradas por estas cosas, entre ellos tu fiel asistente.
— Basta Levi, no quiero hablar de eso. — Hanji se retiró de la ventana y se acercó a la puerta de aquella habitación. Esta vez sentía que su compañero soldado había rebasado sus límites. Levi sólo suspiró sabiendo que había tocado un tema delicado que Hanji aún trataba de superar.
"Qué idiota", se replicó internamente. Sin embargo, el enojo duró muy poco. Empezó a escuchar fuertes golpes en la parte de abajo. Se puso en alerta de manera veloz al igual que su compañera.
La puerta de madera se abrió lentamente y el pelinegro ya apuntaba su arma. Sin embargo, se tranquilizó al ver una cabellera rubia: sabía quién era.
— Di-disculpen, yo-yo no planeaba asustarlos. — Respondió el rubio con algo de miedo por la mirada asesina del soldado.
— ¡Armin! Qué susto, ¿qué haces aquí? Les pedimos que no suban hasta nuevo aviso.
