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El dueño de una maldición caprichosa vaga por el mundo arrastrando una isla. Este le sirve como una tapadera de carne y hueso, monumental y sórdida, almas robadas en exhibición como prueba de su dominación total.
Nunca sabe lo que quiere, pero sabe que debe buscarlo.
Siempre sueñas con este hombre, pero por alguna razón, antes de despertar, todo recuerdo suyo desaparece. Andas por la vida ajena a la tragedia que te aguarda. Vives tu vida inocentemente sin saber que la olvidarás por completo, y a todos los que alguna vez quisiste.
Es increíble como olvidas el dolor después de cada noche... una maravillosa coincidencia que cada día despiertes y no recuerdes tu propia desesperación. Tus uñas rompiéndose contra las rocas y dejando rastros de sangre mientras te pela capa por capa. Siempre te preguntas si el dolor acabará mientras lo poco que te queda de voz se convierte en un hilo dentro de tu boca. Y luego tiemblas sin estar consciente aun, abres los ojos por fin, sintiendo una sequedad extraña en la garganta, y escapas de la pesadilla interrumpida.
En tu ignorancia, das el primer paso hacia tu destrucción.
Todo pasaría este día, pero tú aún no lo sabes. Buscas tu celular en la oscuridad, siendo guiada hasta él por el instinto, como una gata somnolienta que intentará convencerse a sí misma de que no necesita ir a trabajar hoy, de que puede quedarse y dormir, y quieres hacerlo de veras, pero no. Dominas el llamado de la cama con más energía de lo que esperas, y una sonrisa adorna tu rostro inocente mientras caminas hacia el puerto antes de la salida del sol.
Te espera una jornada intensa de muestreo y cargas tu mochila contenta, tanteándola por los lados antes de salir por la puerta de tu casa, no vaya a ser que se te haya olvidado alguna cosa. Aunque sabes que lo correcto es abrir la mochila y revisar, pero eres como eres.
Repasas en tu mente cada detalle y consideración, sacando una pequeña libreta de camino a tu barco mientras se te ocurre alguna cosa más.
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Ya habías tomado más de la mitad de las muestras cuando viste a los delfines. Estabas encantada con el clima y poco resguardada de los efectos del sol por tu aplicación descuidada de la crema solar. Te quedarían manchas, pero no importaría, puesto que la última vez que te vieron con vida fue esta mañana en el puerto.
