Parte única.

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Todo comenzó aquel día donde me percaté por primera vez de que sentía cosas más fuertes que una simple admiración por el capitán del equipo de Quiddich, Oliver Wood.

Oliver era guapo, muy guapo, tenía una actitud furiosa y potente, alguien con quien no desearías tener problemas. A pesar de todo esto, era un chico amable y muy dulce, tuvo una paciencia infinita conmigo cuando comencé en el equipo a mis once años. En ese momento exacto tenía trece, y ahí fue cuando me percaté de que Oliver Wood me gustaba, que me gustaba un chico. Me costó asimilarlo bastante, no que me gustara un chico, eso era algo que realmente siempre me había imaginado, sino que fuera Oliver ese chico.

La primera vez que me dí cuenta, nos encontrábamos en los vestuarios, después de una intensa sesión de entrenamiento donde Oliver no había parado hasta que todo no había quedado perfecto, hasta que no cupo ninguna duda de que íbamos a ganarle a Ravenclaw en el próximo partido.

Como siempre, nos desvestíamos todos los chicos juntos, pero justo ese día, Oliver pensó que era una maravillosa idea acercarse a un chico de trece años que dudaba de su sexualidad en ropa interior y sudoroso. Le miré, me miró, barrí su cuerpo con la mirada en un rapido movimiento de ojos y me dí cuenta de que estaba jodido.

Lo primero que hice fue acudir a mis amigos para pedirles ayuda, para desahogar todos mis sentimientos y lo mal que me encontraba.

Los hallé a ambos en la biblioteca gracias al mapa de los merodeadores que me regalaron Fred y George casi al inicio de curso, cuando no pude ir a Hogsmeade por primera vez y ellos me lo regalaron para poder encontrar distintos pasadizos que conducían a fuera del castillo y que nadie conocía. Llevaba yendo a hurtadillas a Hogsmeade desde entonces con mis amigos, todavía nadie me había pillado in fraganti, aunque sabía que Snape andaba detrás mía.

Me acerqué a mis amigos y me senté justo delante de ellos, ambos dirigieron sus miradas hacia mí y al instante supe que habían estado discutiendo. No me extrañé, se la pasaban así. Me parecían unos idiotas por no darse cuenta de que estaban locos el uno por el otro.

- Necesito hablar con vosotros.- Susurré.

Ambos me miraron curiosos, posiblemente creyendo que había sucedido algo grave y teniendo en cuenta que un peligroso asesino, que había resultado ser mi padrino y quien entregó a mis padres a Voldemort, había escapado de Azkaban para matarme, no me extrañaba. Pero ignoremos esa nimiedad.

- No es nada malo, o sí, no lo sé.

Alguien nos mandó a callar. Me di cuenta de que era Malfoy quien, en una mesa próxima a la nuestra, no paraba de sisear para que guardáramos silencio con una mirada y una sonrisa malévola. No le importara que habláramos, ni siquiera estaba estudiando, solo quería joderme. No en el sentido guarro de la palabra, importante aclarar.

Pancracia o como se llamara, nunca recordaba su nombre porque la única personalidad de esa chica era perseguir a Malfoy como un perrito faldero, se encontraba a su lado también sonriente, con las piernas sobre las de él y justo enfrente Crabble y Goyle, las sombras de Malfoy. Al lado de Pamela se encontraba Zabini, un chico moreno y con una expresión de siempre estar oliendo a mierda, como Malfoy.

Malfoy era mi super hiper mega ultra archienemigo, nos odiábamos a muerte, nadie en ese castillo se odiaba como nosotros lo hacíamos. Era insoportable, un clasista y un pesado de mil demonios, se creía superior al resto por tener mucho dinero, ser guapo, tener ese pelazo rubio y ser sangre pura. Continuamente se estaba metiendo con mis amigos, aunque conmigo tenía una fijación especial. Siempre le tenía que tener vigilado porque se pasaba el día tramando cosas para atentar contra mi seguridad y la del colegio. Solíamos acabar en el despacho del director o en la enfermería después de habernos pegado a puñetazo limpio o hechizarnos. De verdad, era lo más insoportable que te podías echar a la cara y yo estaba completamente seguro de que algún día nos acabaríamos matando.

Crushes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora