Paz

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Muerte. Solo eso, muerte. Es la única meta. Pasan los minutos, contando, segundo a segundo, por el momento exacto. El aire se respira denso, la tensión entre ambos bandos es casi palpable en el ambiente. No se oye ni un respiro. Nada que indique que allí había alguien. Nada de vida. Los soldados esperan la orden; la orden que hará que pierdan sus vidas por simple codicia. La orden de la muerte.

El miedo y los nervios llenan el aire con su presencia. Con pesar, se despiden de todo lo que dejaron atrás. Sueños, esperanzas, amor... Vida. No saben qué pasará.Ya no hay nada que hacer y nada se puede cambiar. O eso creen.

El campo de batalla se encuentra sumido en un silencio espectral, en espera del próximo movimiento. Nadie se mueve, nadie respira. La muerte ronda el lugar en espera de las víctimas. Sabe que es inevitable.

Pero, entonces, algo sucede. De la nada, alguien aparece. Nadie sabe de dónde; nadie lo vio venir. Es como si solo pasara por ahí en su paseo matutino. La incomprensión y la sorpresa se unen al miedo. No se oyen pájaros ni el viento soplando. Paso a paso, va llegando al centro del campo. Nadie se lo impide, no dicen nada. Solo lo observan. Observan a aquel que, con agallas, osó intervenir. Observan sus movimientos. Quieren saber a qué ha ido, cuál es su objetivo.

Entonces, se para y, con un movimiento de su brazo, clava algo en la tierra. Las miradas atónitas de los soldados observan la bandera blanca flameando al compás del viento. La aceptación recorre los rostros de aquellos que, antes separados por un ideal inexistente, ahora forman un simple grupo de hombres. Y, por mutuo acuerdo, se acaban la tensión y los miedos. La muerte, resignada, se va por donde vino. Y renacen los sueños y las esperanzas.

Aún sin decir nada, el alivio recorre el lugar y el ambiente se llena de alegría. Ofuscados por estas emociones, no se dan cuenta que él se está yendo y, cuando miran, ya no está. Agradecen al misterioso desconocido en silencio. Solo eso, gracias.

Y la paz vuelve al lugar.

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