Capítulo 40 - La Serrería de Ing

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 Durante los últimos días Ulenna había sentido una sutil y extraña presencia, sabía perfectamente que en la capital del sultán siempre merodeaban ojos cerca, especialmente para la líder de la Unión del Viento, que no titubeaba a la hora de criticar las acciones de Binos.

—Naaga Tsuico. —Dijo uno de los aldeanos al ver su inconfundible figura azul pasar a su lado.

—Naaga hocaris. —La respuesta en Firsín de la médica se había convertido a lo largo del último siglo en una costumbre en la capital del sur gracias a su tatarabuelo, Ysmin Anijar, el fundador de la organización que Ulenna todavía administraba con la misma convicción que su antepasado.

Pero a pesar de su posición privilegiada en Tirfen, había un creciente número de habitantes que mantenía una peligrosa estima hacia los Cultistas del Sol, y con ello una aversión hacia organizaciones como la suya. Aquello le recordaba a su adolescencia, a los años cuando estalló en medio del continente la tercera guerra elemental...

Era difícil alejarse de aquellos pensamientos entre las calles más oscuras de Tirfen, que se extendían como laberínticos pasadizos hacia el interior de la ciudad desde el final del puerto, donde pocos nobles se aventuraban en solitario.

—Mi señora... —Dijo un pordiosero con la máscara de la iglesia para mostrar sus respetos. Aquel desdichado barrio de Tirfen no escatimaba a la hora de proporcionar seguidores a su unión, pues la suya prestaba ayuda a todos los habitantes de la nación sin excepciones.

Ulenna agachó la cabeza gentilmente y continuó su camino, su objetivo estaba a meros minutos del puerto y aunque no le importaba, durante su búsqueda prefería evitar llamar la atención.

Al final de la calle divisó el edificio que había buscado, pero a medida que acercaba sus pasos hacia el final del trayecto, comprendió la confusión que había visto del maestro de puerto un par de días atrás.

La Serrería de Ing, la misma que había fabricado mil barcos pesqueros para las ciudades del sur a lo largo de su carrera, ahora no era más que un gigantesco edificio desatendido en medio del barrio más pobre de Tirfen.

La elementalista miró alrededor del demacrado edificio, y luego hacia una diminuta sastrería que había encajonada a una esquina de la calle, la única tienda tan cerca de la antigua serrería.

—Naaga Tsuico. —Saludó Ulenna al empujar la estrecha puerta maciza hacia el interior.

Una señora con la máscara de la iglesia y un vestido purpura esperaba en una silla a la esquina del habitáculo, apenas se la podía ver entre todas las sedas e hilos repartidos sin orden por los rincones del diminuto local.

—Naaga hocaris, mi señora. —Se incorporó rápidamente al reconocer las extrañas vestiduras azules de la renombrada Hechicera del Viento e hizo una ligera reverencia—. ¿Qué os trae a mi humilde local...? —preguntó, claramente inquieta ante la inesperada visita.

—He visto que la tuya es la única tienda aquí. Quería preguntarte acerca de la serrería enfrente. ¿Has visto a alguien entrar durante los últimos días?

—¿Enfrente, mi señora...? —la pregunta pareció tomar por sorpresa a la mujer—. A muchos desaliñados, sin duda, pero poco más...

—Oh, ¿hay alguna forma de entrar entonces?

—Si me permite un consejo... Desde que el sultán envió a sus guerreros para desmantelar la serrería, el lugar se ha llenado de pordioseros y otros indeseables... No es un lugar donde podáis encontrar a alguien así como así... o donde queráis entrar... Es demasiado peligroso, incluso para vos, Mi señora.

—¿No recuerdas a alguien que haya venido por la noche? ¿Bien vestido? Es importante. —Insistió.

Ulenna percibió un disimulado suspiró a través de la máscara blanca.

—Un par de indeseables y un hombre con máscara de Bronce, nada más. Pero no llegaron a entrar... —Respondió, temerosa—. Mi señora, haríais bien en cuidaros de esos individuos... No parecían los pordioseros habituales que abundan estas calles...

—Tranquila, no entraré en la serrería ni haré una locura. —Respondió Ulenna—. Me has ayudado inmensamente. —Le agradeció antes de dirigirse nuevamente hacia la puerta del local. Aquel breve intercambio de palabras bastó para saber que Bahir conocía perfectamente el cargamento que costó la libertad de su aprendiz.

La médica hizo una ligera reverencia hacia la señora y salió de nuevo a la calle. Afuera, decidió caminar a través del empobrecido barrio para llegar hasta la unión.

La Hechicera del Viento contó con tristeza el número de pordioseros que encontraba a su paso. Ver aumentar a los mendigos hundía su corazón en una profunda sensación de miseria que le recordaba a su niñez.

—¡Mi señora! —un joven se acercó y posó su mano en su hombro. Ulenna mantuvo la postura y giró su máscara hacia la del hombre con decisión.

—Naaga tsuico, amigo. ¿Qué ocurre? —preguntó sin titubear.

—¿Son ciertos los rumores? ¿Se van a llevar a la Estrella del Sol...? —preguntó, entre sollozos.

—Eso me temo... —El tono de la renombrada elementalista revelaba en sus palabras un ominoso presagio—. Nuestro sultán ha ordenado nuestra presencia al norte...

El barco era el único lugar de Tirfen que había prestado ayuda a los menos afortunados, y con su partida, el destino de esos aldeanos era tan triste como evidente...

Una pequeña aglomeración de pordioseros y habitantes comenzó a reunirse alrededor.

—¿Son ciertas las noticias al norte?

—¿Qué pasará con el hospital del mar? —Los aldeanos comenzaron a preguntar frenéticamente, uno tras otro. Pero Ulenna estaba acostumbrada a ese trato en las comunidades más empobrecidas de la capital o sus afueras, y más que molestarla, le recordaba a la unidad que las poblaciones pequeñas tenían, algo que rara vez presenciaba en los otros distritos de Tirfen.

Entonces recordó con ironía la amenaza del banquero. Este la había obligado a enviar el navío cargado de equipamiento para las armadas de Binos, y gracias a ello, quedarían más miembros de la unión en la capital...

—Id a la Unión del Viento, cualquier hijo de los elementales es bienvenido en mi casa. —Alzo la voz, e intentó con ello disminuir las preocupaciones de la conglomeración a su alrededor.

Al mirar a su alrededor notó una figura femenina que la observaba desde el final de la calle... La máscara blanca y carmesí de la cultista estaba enfocada en la Hechicera del Viento, y aunque esta la miró, no se molestó en desviar su mirada para disimular.

Ulenna sintió un escalofrío. A pesar de estar rodeada de aldeanos desconocidos, lo que más temor le provocó en ese momento fue saber que la ominosa organización del sultán la

estaba observando... Y no parecía preocuparles que lo supiera...

Crónicas de Viltarión I ‧ Canción de Piedra y HierroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora