Yzen caminaba cada vez más despacio cuando se alejaron de las dos mujeres agradables y el hombre con piel quemada. La oscuridad que había desaparecido en la plaza regresó una vez se adentraron entre las calles más estrechas de la ciudad... Pero el joven solo podía pensar en aquel «gólem» del que todos los adultos hablaban y que ninguno mencionaba cuando estaba cerca.
—¿Estás asustado? —preguntó el hombre azul cuando se quedaron en silencio, las calles eran tan oscuras como los bosques en los que había dormido junto a él...
Él solo asintió con la cabeza, solo quería ver a la mujer que podía aparecer y desaparecer, mientras comían como en la taberna del pueblo hace unos días.
—Lo siento, chico. —Agregó Yzen mientras ojeaba la calle desde una esquina, en completo silencio—. Sé que estar aquí conmigo da miedo, pero te juro que no dejaré que nadie te dañe. —Las palabras del hombre azul le recordaron a la ciudad con torres encima de un acantilado... A las palabras de su padre.
Todos le habían preguntado el nombre de la población; de dónde venía, pero él solo recordaba las torres... «Las cinco puntas de marfil», padre le había explicado su nombre cuando llegaron, semanas antes de que lo dejara solo en el puerto, en ese barco lleno de gente desconocida...
—Padre dijo eso antes de separarnos. —Habló en voz baja, con el mismo miedo que sintió al quedarse solo por primera vez... Cuando supo que aquellas palabras no podían protegerlo.
—Es un mundo peligroso, al fin y al cabo. —La voz del guerrero se suavizó, algo en ella le calmaba a pesar de lo ocurrido en la plaza con fuego—. No te mentiré, Rasguán. Cualquiera puede acabar como los hombres de ahí atrás, nosotros también. Por eso debes ser fuerte, como la joven que parece un búho. —Al oír sobre aquella mujer, pensó en si aquellas palabras eran realmente ciertas... Si aquellos guerreros podían conseguir lo que su padre no.
—¿Puedo ser como ella? ¿Saltar de lado a lado en un segundo? —preguntó, aprender a moverse como Izun era de las pocas cosas que lo emocionaban ahora.
—Si sigues sus pasos. Pero es peligroso, chico. Si estoy a tu lado te protegeré, pero llegará un momento en el que tengas que ir sin mí. Es entonces cuando deberás ser fuerte.
Rasguán miró la máscara helada durante varios segundos—. ¿Tú tuviste que aprender solo? ¿Tenías un padre? —preguntó.
—Lo tuve. —Contestó Yzen—. Vivía con él y mi madre en Sjale, al norte... Pero no los vi envejecer, —explicó, su voz ahora era extraña—. Ahí siempre hay nieve, pero ninguna persona... Cuando tenía poco más que tú enfermaron y no les pude ayudar... —Yzen le hizo un gesto con la mano y salieron a una calle más amplia que cruzaron en solo segundos. Una vez se escondieron de nuevo, continuó—. Pero los elementales me dieron este poder y ahora lo usaré para ayudarte. Mi sueño siempre ha sido ayudar a los que más lo necesitan, pero con gente como los que te persiguen, soldados como los que crearon el gólem... Debo ser fuerte para ayudar a todos los que sufren.
Las palabras del guerrero traían consigo una certeza que Rasguán no había visto antes en nadie, una certeza capaz de hacerlo confiar de nuevo.
—Padre me dijo que si no lo veía de nuevo recordase los barcos del norte... Ellos me ayudarán dijo. ¿Ese norte es el mismo que el tuyo? —preguntó, sin comprender donde se encontraban esos lugares que todos nombraban.
—No lo sé... ¿Dijo algo más? —preguntó Yzen, mientras entraban a una plaza diminuta con un pozo en medio, sus ojos se habían acostumbrado a la penumbra y podía ver las siluetas de barriles, sacos y carros abandonados a su alrededor.
—Me dijo que se hundían en el mar ascen... Ascen... —No recordaba muy bien cómo se pronunciaba aquella palabra.
—¿Ascendiendo? —preguntó el hombre azul.
—Padre habló de un mar... ¿se llega ascendiendo al norte?
—Desde Tirfen sí... Pero no sé por qué te ayudarían los hombres del norte... —Yzen meditó en silencio cerca del pozo, cuando estuvieron al lado el pequeño podía ver el brillo de las estrellas reflejadas en el agua, a solo un metro del exterior—. De todas formas, antes de ir a Grimalor debo ocuparme del gólem y de esos bandidos que nos atacaron. —Agregó. Rasguán deseó poder recordar las palabras exactas de padre, pero solo podía pensar en las torres blancas y las caras desconocidas que había visto desde entonces.
—¿Por qué nos quieren atacar? —preguntó.
—Por muchas razones. Ven. —Contestó con calma y caminó hacia una de las calles después de observar las estrellas. La luz del incendio ya no se podía ver sobre los edificios—. Los Pícaros de Mareni sienten que han recibido un mal trato por parte del reino, por eso se esconden y roban lo que dicen que es suyo... Cuando realmente solo están quitándole las pertenencias a mercaderes y aldeanos. En cuanto a los hombres de rojo... Ellos no sé por qué te persiguen... —Explicó—. No puedo saber hasta dónde llega el odio de esa nación por materializantes como tú o como Izun... Será mejor que le preguntes a ella cuando nos reunamos después. Ella viene de ahí, al fin y al cabo.
—Vale... —Contestó el niño, mientras intentaba esforzarse en visualizar todo lo que el elementalista de agua decía—. ¿Qué hay al norte? —preguntó, mientras pensaba en la nieve que Yzen había mencionado, solo sabía que era blanca y fría, pero nunca la había tocado y la nieve no era lo único que llamaba la atención del pequeño.
—Supongo que tu padre te habrá contado historias del hielo y toda la gente que no vive en Grimalor. —El hombre azul habló con parsimonia, oír su voz calmó el miedo que sentía en medio de la oscura ciudad—. Pero mi nación es mucho más que agua congelada y praderas solitarias. —Rio—. ¿Has oído hablar de Las Seis Serpientes?
Aquel nombre apartó por un instante los pensamientos que tenía de aparecer y desaparecer como Izun—. ¿Son monstruos? ¿Viven allí? —preguntó, animado.
—Son unas praderas al norte del bosque Boreo. —Yzen suavizó su voz mientras hablaba—. Dicen que si te acercas lo suficiente puedes ver hombres gigantes... Bebés lagarto tan grandes como yo y voces que vienen del cielo... —La imaginación de Rasguán dio rienda suelta al escuchar aquellas descripciones de esas tierras.
—¿Hay nieve allí? —preguntó.
Yzen comenzó a reír—. ¿Eso quieres saber? —preguntó divertido, a lo que el joven asintió con la cabeza—. Nadie lo sabe. —Contestó—. Los que intentan entrar no salen para contar qué hay dentro... Los aldeanos de Ysfall son los únicos que saben la verdad, al fin y al cabo, es el pueblo más cercano a ese lugar maldito.
—¿Tú has estado? —la curiosidad del pequeño no hacía más que despertar pregunta tras pregunta.
—No. —Dijo Yzen—. Se dice que el gólem que buscamos ha desaparecido dos veces ahí dentro. Una justo después de la tercera guerra elemental y otra ahora. Si termino con él, podríamos visitar esa pradera.
La idea de ir a un lugar lleno de animales y personas gigantes atemorizó al pequeño.
—¿Podemos ir por otro lado mejor...? —a la curiosidad de Rasguán le precedió una profunda sensación de temor.
—No te preocupes, dicen que los lagartos dentro pueden hablar. Solo tendrás que convencerlos de que no nos coman. —La voz del guerrero era seria... Hasta que no lo fue, a sus palabras les siguió una profunda carcajada—. Es broma, no te preocupes. —Agregó, entre risas—. Todavía no te llevaré a un lugar tan peligroso.
El pequeño sintió un profundo alivio en su interior.
—Quiero ver el norte, pero no ese sitio. —Dijo, sin poder dejar de pensar en la nieve.
Entonces, mientras avanzaban por el estrecho callejón hasta un pequeño cruce, el sonido de varias voces, golpes y gruñidos llegó a sus oídos. Un nudo se formó de inmediato en su estómago.
—Shh... —Yzen lo hizo callar mientras miraba con disimulo a las personas que había delante, atento como un zorro del desierto—. ¿Puedes esconderte aquí? —le susurró.
—Sí... —Respondió Rasguán. Consciente de lo que ocurriría con el grupo de bandidos... Ahora solo tenía que esperar y tapar sus oídos mientras el hombre azul se ocupaba del resto...
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Crónicas de Viltarión I ‧ Canción de Piedra y Hierro
FantasyEn un mundo donde las personas pueden manipular los elementos a su merced, moverse distancias a la velocidad del relámpago y ser trastornados por una simple mirada, el conflicto crece por momentos. Elementalistas y materializantes buscan su lugar en...