Capítulo 64 - Elementos

8 2 0
                                    

 A juzgar por sus vestiduras de color castaño, el grupo de bandidos estaba formado por los compañeros de los mismos guerreros que había eliminado en el Bosque del Oso, guiado por el capitán que había dejado escapar con vida y que ahora sostenía a un hombre desenmascarado contra una pared de piedra mientras lo golpeaba, sin haberse percatado de su presencia.

—¡Denner! —la voz de otro bandido detuvo la paliza de aquel pobre diablo—. Ya está aquí. —Señaló hacia él y el enorme bandido se giró para mirarlo.

—Pensé que habías pedido clemencia en el Bosque del Oso para no repetir tus acciones. —Yzen alzó la voz y comenzó a caminar lentamente hacia el grupo de maleantes, con su espada de hielo desenvainada—. Pero veo que me equivocaba. —Agregó y un soplido gélido enfrió el cuerpo de todo aquel en la extensa calle de piedra, bandidos y cultistas por igual.

El hombre que Denner había sostenido contra la pared de piedra se derrumbó una vez el capitán de los maleantes vio que se acercaba.

—Es el mismo que terminó con todos hace unos días... —Su voz tembló en la penumbra—. ¿Este es quién os atacó en la plaza? —preguntó.

—Sí. —La voz del mismo materializante que había intentado herir a Rasguán y que Izun logró detener llegó desde atrás.

Yzen bajó la mirada hacia el hombre golpeado. Tenía los labios hinchados, la nariz sangrante y un ojo con un corte fresco, así como una calva disimulada por el rojo líquido que manchaba su cabeza gracias a los bandidos... Incluso con ese dolor, el hombre logró poner su mano contra los adoquines para empujar su cuerpo y mirar con el único ojo que le quedaba hacia él.

—¿Cómo te llamas? —le preguntó, con la esperanza de que todavía albergara voz para contestar.

—Mavin Guler... —Una voz quebrada abandonó sus labios antes de toser, adolorido... Ese era el hombre que Izun y Alina habían buscado en el campamento de Asgun.

Una patada en el pecho hizo gemir de dolor al mercader—. ¡Silencio! —gritó Denner, antes de dirigir sus palabras hacia él —. Si das un paso más hundiré mi maza en la cabeza de esta cucaracha. —Alzó la pesada pieza de hierro a solo un metro del rehén malherido.

Yzen detuvo sus pasos y miró con atención al grupo, sin mover un músculo.

—Sirte. —Dijo el bandido y el hombre que se percató primero de su presencia apuntó hacia él con su arco, en su mano tenía una flecha con punta de obsidiana—. Tenía la esperanza de que nos siguieras cuando supe que estabas aquí. —Agregó el líder de dos metros y bajó la cabeza—. Pero ahora somos nosotros los que jugarán contigo, hombre azul.

Entonces, el ominoso proyectil del otro bandido alcanzó de lleno su brazo de hielo, que se quebró como si fuese una fina vidriera de cristal.

—Hierro de Ebalor, para los monstruos como tú. —Rio Denner, mientras sostenía al hombre calvo contra el suelo—. Acabad con él. —Agregó.

Yzen miró con sorpresa su brazo destrozado, no sentía dolor por la pérdida de la helada extremidad, al fin y al cabo, era fruto de su poder... Pero era la primera vez que un enemigo lo sorprendía en años.

El elementalista de agua alzó su espada helada con la mano que le quedaba y comenzó a correr hacia ellos, mientras buscaba a los arqueros del grupo enemigo.

Una flecha salió despedida hacia él, pero entre sus ágiles movimientos y la oscuridad de la calle, esta chocó contra los adoquines.

Otro bandido alzó su acero para detener sus pasos. A pesar de tener solo su mano original, los movimientos del guerrero cerúleo lograron detener las estocadas de su enemigo como si no existiera desventaja alguna entre los dos.

El arquero estiró su arco una vez más, pero ahora era Yzen quién disparó un proyectil con forma de estalactita hacia él...

Cuando escuchó el metálico sonido y el gruñido de dolor que le prosiguió, centró toda su atención en el guerrero que tenía delante.

—¡Detente o le saco los sesos con mi maza! —gritó Denner, con más temor que convicción.

—No me importa. —Contestó Yzen y cortó el estómago del bandido que lo había atacado. Un río de sangre salió de sus entrañas, instantes antes de que intentara retener dentro los órganos que ahora asomaban del inmenso tajo.

—¡Matadlo! —gritó Denner y soltó violentamente a Mavin, que no pudo hacer más que golpearse contra la piedra.

La lucha se había vuelto un baile de rápidos cortes azules y golpes grises en la negra oscuridad de Piru, el sonido que su espada emitía cada vez que chocaba contra las hachas enemigas penetraba sus tímpanos como el rugido de un glaciar...

Varias flechas salieron disparas hacia él, pero ninguna de ellas tenía la oscura punta capaz de quitarle su poder y simplemente chocaron contra la barrera de hielo que había alzado mientras combatía.

Uno a uno, los bandidos cayeron ante el frío filo del elementalista. Después de un eterno minuto solo quedaron en pie Denner, el materializante y un guerrero de metro y medio...

Yzen podía ver el ligero temblor de las armas enemigas... El temor que despedía cada uno de ellos mientras se acercaba.

Entonces el bandido que luchó contra Izun empleó su poder y desapareció, enfrente solo quedaba el capitán y el bajo guerrero.

—¿Últimas palabras? —preguntó y puso su espada congelada contra la pieza de cuero del otro bandido.

—Nadie debería albergar ese poder... —Contestó jadeante, incapaz de silenciar su agitada respiración.

—Nadie debería dañar a gente indefensa. —Replicó y clavó uno de sus helados proyectiles en su pecho, cuando cayó al suelo volvió la mirada al líder que se veía por segunda vez en la misma situación.

—¿Y tú? —preguntó.

Denner se quitó la máscara y lo miró fijamente. Su pelo era oscuro, su nariz tan grande como una uva madura, y su barba gris y negra cubría medio rostro... Pero lo que más llamó su atención fue el color de sus ojos. Estos tenían un color anaranjado y cuando contestó a su pregunta, parecieron acompañar a la brillante sonrisa que esbozó antes de recibir su estocada—. Naaga oguras.

Yzen entrecerró los ojos y clavó su espada de hielo en el cuello del bandido... Un profundo silencio se hizo en la calle.

—«¿Firsín...?» —pensó al escuchar el idioma del sur, sin comprender por qué aquel maleante lo podía hablar...

—¿Has vencido...? —la voz del hombre que acababa de rescatar llegó a sus oídos como un lamento lejano.

El elementalista de agua arrancó la máscara de uno de los bandidos para dársela a Mavin, que se puso en pie a duras penas.

—Sí. —Contestó y le acercó el blanco antifaz de la iglesia—. Ponte esto, te ayudará.

—Gracias... —Le obedeció—. ¿Hay algún miembro de la orden cerca...? —preguntó después de taparse.

—Sí, han alzado campamentos al sur y al oeste de aquí, en esa dirección. —Señaló la calle por la que había venido—. ¿Crees que puedes llegar solo? —le preguntó, a pesar de sus heridas parecía capaz de caminar.

—Creo... Creo que sí. —Contestó, mientras apoyaba su pierna y comprobaba que Korusei se hubiera disipado.

Entonces, el corto silencio que se había formado en medio del corazón de Piru fue roto por una voz metálica, una voz formada por un millón de voces en agonía... Una voz, capaz de horrorizar hasta al más valiente de los aventureros...

TENJI VELFIR E SADERI NA-FAS. —El idioma del sur resonó por las calles del distrito con el poder de un elemental. Yzen volvió su mirada hacia el final de la calle, un horror que solo había sentido una vez antes agitó cada célula de su cuerpo...

—Corre. —Le dijo a Mavin, mientras posaba su mirada en el monstruo que había buscado durante todos esos años...

Por primera vez en las avenidas de Piru se pudo escuchar la siniestra canción del Gólem Elemental.

Crónicas de Viltarión I ‧ Canción de Piedra y HierroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora