El jardín de Julieta

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Cuando salieron de la mansión de los Capuleto, Benvolio y Mercucio perdieron de vista a Romeo.

-¡Romeo! -gritaba Mercucio-. ¿Por qué no apareces, para hacerme feliz aunque sea un rato? En nombre de Rosalinda, por sus labios rojos, sus finos pies, te pido que vengas.

Ese nombre ya era un pasado para Romeo. En un instante, se había convertido en historia. Pero Mercucio no podía saberlo. Después de llamarlo otro rato, a voces por la calle, tomó a Benvolio del brazo y los dos se alejaron.

Julieta se asomó entonces por el balcón, sobre el viejo jardín de la casa. 

-¡Hay Romeo! -suspiró-. ¡Como quisiera que no fueras un Montesco, que renegaras de tu padre! O, si jurases amarme, yo dejaría de ser Capuleto. Solo tu nombre es mi enemigo. Pero, ¿Qué es un nombre? No es la mano, ni el pie, ni ninguna otra parte del cuerpo. Como una rosa: si la llamáramos de otro modo, no cambiaría su perfume. Deberías decirle adiós a tu nombre, que no es parte tuya, y tómame a mi, entera.

Entonces, del jardín, se escuchó una voz:

-Tomo tu palabra. Te dejo que vuelvas a bautizarme y me llames sólo Amor. De ahora en adelante, ya no seré Romeo.

La nodriza, sofocada todavía por las bomas de Mercucio, comenzó un discurso sobre la honestidad de Julieta y lo infame que es burlarse de una dama. Romeo la interrumpió, iniciando un solemne juramen

Julieta se sobresaltó. No podía ver entre las sombras del jardín a quien la había descubierto en plena confesión.

-Detesto mi nombre -siguió diciendo Romeo-, porque sé que es tu enemigo. Si fuera sólo una palabra escrita, la rompería.

-¿Romeo? -preguntó Julieta, aún sorprendida-. ¿Dónde estás?¿Es cierto que tu apellido es Montesco?

-No soy Romeo ni Montesco, si eso no te gusta.

-¿Cómo llegaste aquí? -siguió preguntando Julieta-, El muro del jardín es alto y difícil de escalar, y si alguno de los míos te encontrara, te mataría.

-Para el amor no hay límites de piedra -contestó Romeo-. Y tus parientes no pueden intimidarme.

La oscuridad de la noche cubriría el rubor de las mejillas de Julieta.

-Oíste mis palabras sin que yo lo supiera -dijo ella-. Y no las negaré. Soy sincera y desconozco el arte de las palabras que parecen esquivas. Pero no creas que mi amor es liviano como las sombras de la noche. ¿Y tú?¿Podrías jurarme tu amor, aquí y ahora?

-Juro por la luna que nos alumbra... -empezó Romeo.

-Por la luna no, que es iconstante -lo interrumpió ella-. No jures por nadie, salvo que lo hagas por Romeo, el dios que adoro. Pero no encuentro goce en este pacto nocturno, tan repentino y sin aviso, como un relámpago. Prefiero que nos digamos buenas noches.

-¿Así de insatisfecho tengo que quedar? -preguntó el enamorado.

Desde adentro llegaba la voz de la nodriza, llamando a Julieta.

-Si tu deseo es que yo sea tu esposa, mañana te enviaré a alguien para que le digas dónde y cuándo va a ser la ceremonia. En cambio, si tu amor no fuera honesto, te suplico que nunca más me hables.

-Esperaré con ansiedad a tu mensajero.

De nuevo se oyó el llamado. Y Julieta desapareció del balcón.

"Sólo temo que esta noche sea un sueño demasiado dulce para ser real", pensó Romeo. Y mientras bajaba del muro y se alejaba de la casa, sintió que su alma no podría aquietarse durmiendo.

-Iré a la celda de mi cura confesor y le hablaré de este encuentro -decidió.

El confesor, fray Lorenzo, pensó que, a esas horas, solo un serio problema podia llevar a un muchacho de Verona al convento.

Alí estaba Romeo, parado frente a la puerta, en la luz del amanecer.¿Qué podía aquejar a un joven de distinguida familia, casi sin otra tarea que enamorar a las muchachas? Y se trataba de una cuestión de amor,claro, pero resultaba difícil entenderla. Romeo le estaba diciendo que amaba a la hija del peor enemigo de su padre, y que solo deseaba que bendijiera el matrimonio ese mismo día.

Fray Lorenzo no podía olvidar tan rápidamente a Rosalinda, la que  hasta el día anterior era la amada de Romeo. Pero, el joven replicó:

-Nunca aprobaste mi amor por Rosalinda.

-Era el delirio lo que censuraba, no el amor -contestó el fraile. Pero, al fín, resolvió-: Te ayudaré, muchacho veleidoso, porque esta unión puede llegar a apagar el odio entre las dos familias.

Pero esa misma mañana, el rencor continuaba su obra. La calle volvió a reunir, como siempre, a los amigos de Romeo. Mercucio supo entonces, de boca de Benvolio, que Tibaldo, de los Capuleto, le había mandado una carta a Romeo, para retarlo a un duelo de espadas.

-¡Pobre Romeo, está muerto! -se alarmó Mercucio-. Tibaldo es el mejor espadachín en Verona. Pero... ahí viene tu primo, con cara de ser él mismo, y no el que andaba lloriqueando por los rincones.

Romeo se acercó a sus amigos. Apenas había empezado a bromear con ellos, cuando apareció la nodriza de Julieta.

Las bromas de Mercucio se descargaron entonces sobre ella. Y la señora pidió a Romeo que le permitiese hablarle aparte.

-¡Atención, una alcahueta, atención, atención! -gritaba Mercucio.

Romeo llevó entonces aparte a la nodriza, mientras Mercucio y Benvolio se despedían hasta la noche, cuando se encontrarían para cenar.

La nodriza, sofocada todavía por las bromas de Mercucio, comenzó un discurso sobre la honestidad de Julieta y lo infame que es burlarse de una dama. Romeo la interrumpió, iniciando un solemne juramento; pero no hizo falta que lo completara, ya que la nodriza quedó contenta no bien el muchacho comenzó a hablar.

-Dile a tu ama -pidió entonces Romeo- que invente una excusa para ir esta tarde a la celda del Fray Lorenzo, que allí será la boda. Y quédate detras del muro del convento, que mi criado te dará cuerdas preparadas en forma de escalera. Las llevarás a la casa, para que esta noche yo pueda subir al cuarto de Julieta.

-Mi señora es la más dulce de las mujeres -dijo la nodriza-. El conde Paris está listo para el abordaje. Pero ella preferiría besar a un sapo antes que a él. Yo le hago enojar a veces cuando le digo que Paris es el mejor de los hombres. Entonces se pone blanca como una sábana y sólo pronuncia una palabra: Romeo.

Mientras tanto, Julieta esperaba ansiosa. Ya eran las doce, había pasado un buen tiempo desde que había enviado a su nodriza en busca de Romeo. Cuando casi desesperaba, vio por la ventana que se acercaba a paso rápido. Se abalanzó por las escaleras para recibirla.

-¡Qué manera de correr! ¡Mis pobres huesos! -llegó quejándose la nodriza-. No doy más, me falta el aliento.

-¿Cómo es que no te falta el aliento para decirme que te falta el aliento? Sería mas breve darme la noticia que espero con tanta ansiedad -protestó Julieta-. ¿Es buena o mala noticia?

-La tuya es una buena elección, debo reconocerlo -dijo la nodriza-. Es tierno como un cordero.¿Ya comiste?

-No, no, y ya sé que es tierno. ¿Qué dijo Romeo? Es lo único que me importa.

-¡Ay, qué dolor de cabeza! ¡Como si se me fuera a partir en mil pedazos! -se quejó la nodriza.

-¡Basta de tonterías! ¿Qué mensaje te dió mi amor?

-Que vayas a la celda del fraile, que allá te espera -desembuchó por fin la mujer -. Esta misma tarde será la boda. Yo tomaré otro camino, y procuraré una escalera para que tu amor suba a tu nidito esta noche. Yo soy, por ahora, la que suda para que goces.

Romeo y JulietaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora