Capítulo 39

1.7K 286 12
                                    

El roce que habían tenido en el anterior día parecía ser como si nunca hubiera existido. La tregua era un hecho más consolidado entre ellos y no había medias tintas que hicieran dudar de lo contrario, dado el tiempo que estaban compartiendo los dos juntos. El fantasma de Edward se había esfumado, no había hecho acto de presencia, por siguiente, no resultaba ser una amenaza, ¿o sí? A veces, era preferible el silencio que el ruido para seguir confiando.

Myers quería creer que los sentimientos de Elle habían cambiado. Aun así, no lo sacó del cajón, sintiendo que podía ser que le había dado una oportunidad y no quería estar mal de humor si fuera lo contrario. ¿Por miedo o cobardía? No estaba seguro. No se podía desprender de la noche a la mañana que él había sido su rival. Pero debía de mirar más por su futuro que el pasado. El pasado estaba atrás, aunque había sido una pieza importante para ellos, aunque por diferentes razones.

Él, por odio; ella, por amor.

Movió la cabeza, intentado no navegar por ese mar tan turbio. Debía apostar por ese futuro que estaban construyendo. No importaban los inicios, sino el ahora. Era su esposa y la madre de esa criatura. Al final, iba a tener una familia, una familia que nunca había soñado, pero al tener ese futuro tan cerca no le desagradaba como antaño, cuando estaba ahogado en el rencor. Tampoco, por lo que iba a sentir por ella.

No se fijó que había bajado las hojas del periódico para observarla mientras ella intentaba hacer algo en su bordado, que apenas se fijó en él, centrado en la expresión de su esposa. Estaban los dos en la salita, sin otra intención que hacer mientras que pasaban el tiempo juntos. Dándose cuenta de que se le había quedado mirando, trató de seguir leyendo, pero los sonidos que se le escaparon a ella, rompieron con su propósito. Y eso que lo iba a intentar. Carraspeó, llamando su atención, Elle giró la cabeza hacia él, y vio que había detenido su lectura.

- Lo siento, no pretendía distraerte – desde que volvieron a intimar, lo tuteaba, él no podía decir que le disgustaba; estaba encantado.

No quería que se disculpara. En otro momento, pudiera ser que hubiera dicho un comentario borde, pero en ese momento, no quiso que ella se sintiera mal. Sino que cerró las hojas y las colocó encima de la mesa, y se trasladó hacia el sofá donde estaba ella. Se sentó y se fijó en su sonrojo que denotaba la vergüenza de ella.

- ¿Qué ocurre? – le preguntó y observó el estropicio que había hecho en la tela, abriendo un poco más los ojos.

Elle pareció leerle el pensamiento.

- Es feísimo, ¿verdad? Mi madre se habría quedado horrorizada si lo viera, sino mis maestras del internado – echó la espalda hacia atrás y resopló, otro gesto poco femenino.

- Permíteme – para su sorpresa, le pidió la aguja ya que se había soltado el hilo, empezó a deshacer las puntadas con soltura -. No es malo reconocerlo, pero tampoco está bien que te obsesiones con el resultado.

- ¿Lo dices por experiencia? – no se dio cuenta de la mueca silenciosa que se dibujó en los labios de su marido porque estaba pendiente de sus manos, recordando otro escenario... las mejillas le ardieron aún más.

- Algo parecido – sus palabras la atraparon -, aunque si me conoces un poco, sabrías que intento ser perfecto en todo.

- Como si no lo supiera – puso los ojos en blanco, pero acabó sonriendo, aunque escondió la sonrisa.

- No lo estabas haciendo mal. Cuéntame cómo fue tu experiencia en el internado - ¿le interesaba de verdad? Al parecía ser que sí porque esperaba su respuesta.

Mientras él seguía deshaciendo su mal estrecho desastre, fue contándole sus años en el internado.

- Entonces, no fue porque eras una niña traviesa.

- ¡No! Oye porque nos llevábamos mal, no quería decir que tuviera un comportamiento deplorable.

- Una pena.

Obvió su comentario y continuó contándole.

- Mis padres querían que su última hija tuviera los exquisitos modales para que mi esposo no se quejara.

No dijo que sus sueños fueron en desear ser la esposa de Edward.

- ¿No te sentiste sola?

Nadie se lo había preguntado hasta ahora, ni siquiera Edward, que en esa parte del pasado él estaba viajando. Tragó el nudo que le nació en la garganta.

- Intentaba no pensarlo. Al fin de cuentas, tenía a mis compañeras y mis maestras. Aunque en gran parte del tiempo, eché de menos a mi familia y a...

Se calló cuando iba a decir su nombre. Y quiso darse una bofetada mental porque sintió que había estropeado ese momento de confianza. No hablaron, notándose que el ambiente se había enrarecido, y quiso retroceder en el tiempo.

- Creo que con esto es suficiente – le devolvió el bordado donde le había dejado con las puntadas que había hecho bien en un principio.

¿Cómo lo había hecho?

Le tendió la aguja y ella intentó disimular, cogiéndola, intentó pasar el hilo por el agujero, y de los nervios o por la cercanía de él, no atinó. Y más cuando mariposas volaron por su estómago cuando lo vio acercársele de nuevo, se inclinaba sobre sus dedos y mojaba con sus labios la punta del hilo para que pasara más rápido. Sus miradas se quedaron prendadas como la aguja y el hilo.

- Ahora, te será más fácil – apartándose lentamente.

¿De qué le estaba hablando?, olvidándose por completo del bordado.

Elle, vuelve a tierra, pero se halló más pérdida que nunca. Él, también, porque no dijo palabra alguna y su mirada se le oscureció. Se inclinó nuevamente, pero se aseguró antes de que la aguja no era un peligro para los dos. Ella no opuso resistencia, sino que se recostó más en el sofá, esperando su siguiente paso. No la besó de inmediato, acariciando antes sus mejillas rosadas con las yemas de sus dedos, tensando más el aire entre ellos...

- Sir – Elle dio un respingo mientras que el aludido contuvo en no maldecir, y se volvió lentamente hacia el mayordomo -. Perdón, no sabía qué...

- No se preocupe, Gold. Dime, ¿qué era la urgencia?

- No es una urgencia, realmente – le tendió un sobre -. Me ha pedido la criada de los Chesterfield que se lo diera.

Elle se irguió como si le hubiera echado agua fría y enarcó una ceja, intentó disimular que no la había molestado. ¿Por qué una criada molestarse en hacer esa tarea, y más en ir personalmente hacia la casa de su marido? ¿No sería una carta de amor?

¡No!

Se le hizo eterno cuando Damien cogió la carta y la abrió, y por su lectura breve, no era una carta amorosa.

- Nos invita esta noche a cenar – cerró la nota -. Si quieres, podemos declinarla.

Negó con la cabeza, debía confiar en él.

- Por mí, me parece bien.

Soltó una mentira como la copa de un pino, rezó para que la cena fuera bien.

No soy como él (Volumen I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora