Capitulo 7

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Pedí las llaves al mayordomo a las 11.20, pero cuando llegué a mi coche, me encontré con la desagradable sorpresa de que éste se encontraba bloqueado por otros seis vehículos, por lo menos. Cuando después de conseguir localizar a los propietarios, éstos retiraron los coches, eran ya las doce menos cuarto, y yo no podía más con sus nervios. Por fin, me puse en camino, temiendo que Luigi no me hubiera esperado.

Cuando llegué al final del camino que él me había indicado, pude ver una gran casa de fachada acristalada en forma de "L"; una típica residencia veraniega de las que abundaban en la costa del Pacifico.

Salí corriendo del coche y subí por la escalera de la entrada, hasta la puerta. Apreté el timbre; esperé, nada. Volví a apretarlo; esperé un rato más largo, nada tampoco. La tercera vez, sabía ya con seguridad que no había nadie dentro para abrirme. Miré tristemente al jardín de césped que se extendía a mis pies.

No quedaba más que pensar que Luigi no me había esperado, creyendo, que había optado por marcharme a Missouri. El no tenía el coche allí, así que lo más probable era que se hubiera marchado a algún lugar con el dueño de aquella casa.

Eché a andar por el sendero que conducía a la salida, desolada y con ganas de llorar. No podía quedarme allí sentada esperando que Luigi acudiera a dormir aquella noche. Me sentía como una tonta por haber intentado hacerle una jugarreta a un hombre que era un maestro en esas cosas. Por pasarme de lista iba a tener que pasarme aquel día en la carretera, de vuelta a Missouri, en vez de disfrutar de unas horas maravillosas con Luigi

Cuando iba a entrar en el coche, oí un extraño ruido metálico a mi izquierda y, al volver la cabeza, vi que había unas escalinatas excavadas en la roca que descendían hasta la playa por ese lado. Con el corazón palpitante, bajé sospechando que allí había alguien.

Me detuve en el último escalón; paralizada por la emoción y la alegría; ahí estaba Luigi, vestido únicamente con unos pantalones blancos de tenis, luciendo al sol su hermosa piel bronceada y su cuerpo musculoso. Se encontraba muy ocupado arreglando el motor de una pequeña lancha sobre la arena, de espaldas a mi.

Lo observé un momento, él miró el reloj y giró la cabeza hacia un lado suyo, yo seguí su mirada y me encantó lo que había alli. Luigi había extendido dos mantas sobre la arena, bajo una sombrilla, y un poco más allá, un mantel preparado con cestas de picnic que tenían el aspecto de estar repletas de comida.

Yo, con una sonrisa, avancé hacia él.

- ¡Hola! - grité alegremente.

Luigi se giró y me dirigió una mirada fría e impenetrable.

- ¿Creías que ya no iba a venir? - pregunté en tono inocente.

Luigi sonrió con sarcasmo.

- Ah, ¿es que no era eso lo que querías hacerme creer?

Aquello no era una pregunta, sino una acusación en frío. Mi primer impulso fue negarlo, pero terminé por asentir con la cabeza sin poder contener una sonrisa.

- Exactamente - admití, satisfecha al ver que el enfado de Luigi desaparecía, sustituido por una mirada de interés. - Dime, ¿te daba pena que me hubiera marchado así, sin despedirme?

- Muchísima pena. Oye, Michelle - añadió, poniéndose de pie y avanzando hacia mi.

Retrocedí un paso.

- ¿Sí?

- ¿Te apetece comer algo antes?

- ¿Antes? - repetí en un susurro. - ¿Antes de qué?

- Antes de ponernos a navegar.

- ¡Vaya! - exclamé, rompiendo a reír a carcajadas. - Sí, gracias, comeré algo. Me encanta navegar.

Mentiras, Traición y Amor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora