Golden Freddy

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Aquel día era el cumpleaños de mi hermano pequeño Freddy y, a pesar de los extraños sucesos que estaban sucediendo en el restaurante que tenía su nombre, él estaba obsesionado con celebrarlo allí. Nos costó mucho conseguir el permiso del orfanato para que mi hermanito pudiera cumplir su sueño; pero, una vez que lo tuvimos, incluso pudimos invitar a nuestros amigos James, Clara, Vincent y Lee. Freddy y yo estábamos muy contentos; él por poder celebrar su cumpleaños, yo por coseguir hacerle reír y sonreír.

Acompañados por nuestros cuatro amigos, fuimos al restaurante tras las clases del viernes; cada uno llevaba sus posesiones preferidas, para pasarlo mejor: James iba disfrazado de pirata, como cada vez que le dejaba su agradable madre; Clara llevaba puesto su vestido favorito, uno con muchos pliegues y de color amarillo, a juego con sus lazos; Vincent había conseguido convencer a sus padres para traer su guitarra de juguete y así hacer de rockero, como tanto le gustaba; Lee, como era de imaginar, llevaba a su marioneta preferida, Puppet, e iba jugando con ella por el camino. Mi hermano y yo no teníamos muchas posesiones, pero, por suerte, mi hermano pudo llevar su microfóno de juguete, con el que cantaba imitando a un conocido cantante; yo, en cambio, me limité con acompañar a Freddy y a sus amigos y comprometerme a cuidar de ellos.

La reserva del cumpleaños estaba a mi nombre, así que dije a los pequeños que fueran a jugar mientras me identificaba y pagaba.

- Hola, venía por una reserva de cumpleaños a nombre de Fred Smith, era una mesa para seis -dije sonriente a la recepcionista, mostrando el papel con los datos que me pidieron apuntar para la reserva, incluido el precio.

- Son 35 dólares, por favor.

- Sí, exacto -la respondí mientras la daba mis ahorros de dos años. Había estado haciendo un montón de trabajos, con sueldos muy bajos para poder hacerle un regalo a mi hermanito, y aquella fiesta era mi regalo.

La agradable recepcionista me dio las gracias y llamó por una pequeña radio a uno de los empleados, diciéndole mi nombre y el número de niños que éramos. En unos pocos minutos un tipo un tanto extraño vino a buscarme para mostrarme la mesa que nos correspondía. Estaba muy despeinado y tenía una mecha morada en el pelo castaño, morada igual que su camisa, que destacaba sobre su uniforme. Recuerdo que me dijo su nombre, pero rápidamente olvidé cuál era, estaba más concentrado en inspeccionar al sujeto; la verdad, no me inspiraba mucha confianza, a pesar de su radiante sonrisa.

Nuestro cumpleaños era el único de la sala, el espacio que no ocupábamos nosostros estaba vacío. De pronto llegó Vincent junto al pirata James; estaba siendo perseguido por el valiente bucanero.

- Ala, ¿toda esta sala es para nosotros, Fred? ¡Es enoooorme! -exclamó el pequeño aspirante a guitarrista mientras paraba el espadazo del pirata James.

El tipo de la mecha morada le respondió antes de que yo pudiera hacerlo:

- Por supuesto pequeñín, qué menos para el amigo de un rockero tan famoso como tú -le piropeó mientras se acuclillaba frente a él. Vincent se rio e hizo como que tocaba su guitarra roja, emitiendo él el sonido de su instrumento. James se le unió cantando una canción pirata, pero como no encajaba muy bien pararon el concierto y se fueron a buscar al resto, gritando:

- ¡Vamos a ver a los animatrónicos!

El hombre de la camisa morada me dijo que en quince minutos tendríamos nuestra pizza y con ello se despidió.

Dejé mi chaqueta en una de las sillas y fui a buscar a Freddy.

Antes os he dicho que Freddy es mi hermano; bueno, eso tiene algunos... matices. Cuando llegué al orfanato me encariñé del pequeño niño, algo gordito, que no hacía nada más que cantar. Ese canijo había llegado unos días antes que yo, y nadie conocía su nombre, un detalle extraño, pero cierto. Como a mí desde siempre me ha gustado cantar, intenté hacerme amigo del niño sin nombre; y lo conseguí. Yo era cuatro años mayor que él, pero encajamos perfectamente. Pasamos a jugar siempre juntos, incluso llegamos a llamarnos hermanos. Estábamos muy unidos, pero yo seguía sin saber su nombre. Un día se lo pregunté; su respuesta me rompió el corazón:

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