Capítulo 15

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Maca

Desde pequeña me enseñaron que había cosas buenas y malas. Las buenas hacían feliz a Dios y las malas no. Una de las malas era mentir. Yo mentía igual, le mentía a mi papá, a mi hermana, a mis amigos, a mí misma. La única con el privilegio de recibir solo verdades de mi boca era mi mamá, solo porque ella era siempre honesta conmigo y me sentía más culpable mintiéndole a ella que a Dios.

Jamás me afectó tanto la mentira, excepto cuando se trataba de mi mamá. Y cuando dejó de tratarse de ella, en vez de liberar a las mentiras de restricciones para salir por entre mis labios, comenzaron a afectarme más de lo que alcanzaba a llevar la cuenta. Solo pude volver a mentir cuando se trató de Rubí, cuando la verdad puso en peligro nuestra felicidad y se volvió un acuerdo de mutuo esfuerzo para mantenerle a mi papá una mentira que terminó por romperse el día en que me marché, sin siquiera revelar lo que escondía detrás porque ni ella lo recordaba.

Esa noche en el edificio, luego de la aparente discusión con Benjamín, era otra vez yo quien se iba, pero no había una mentira de acuerdo mutuo detrás. Era solo ella mintiéndome y yo, para ese punto, ya odiaba las mentiras. No le seguí discutiendo. Era claro, trasparente, tan obvio que no me estaba diciendo la verdad, que no fui capaz de seguir insistiendo. Debió tener sus motivos. Josefa y yo concluimos que debió tener sus motivos y, eventualmente, decidimos que tenía que hablar con ella, así que un sábado regresé al edificio, Carlitos le avisó y la esperé abajo.

Las puertas del ascensor se abrieron al mismo tiempo que ella se acomodaba el vestido azul marino. Sonrió de lado, a medias, y miró al conserje a modo de señal para que nos dejara solas. Él murmuró algo mientras asentía con la cabeza y rápidamente se perdió por un pasillo.

Fue tomar una bocanada de aire después de mucho tiempo sin poder respirar, como si mis pulmones solo funcionaran al saber de su presencia. Se veía cansada. Eran apenas las tres de la tarde, pero las ojeras se marcaban con pereza por debajo de sus ojos. Ya no sonreía. Se apoyó en el mesón de la recepción, un codo primero, luego la cabeza sobre la mano. Me saludó en voz baja. Pudo haber sido un "hola" sin más, o un "hola" con algo más, no alcancé a escucharlo por el ruido de la gente que venía entrando. Pasaron directo al ascensor y la bullo cesó. Apenas cesó. Seguían los autos de afuera, la música de la radio y sus labios volviendo a marcar una sonrisa, causando el desastre definitivo, la muchedumbre manifestándose en mi cuerpo.

—No me voy a ir —le dije.

—Maca...

—Estoy segura de que lo hiciste por el Benjamín, pero no me importa. No me importa lo que él haga o diga, solo quiero saber lo que tú querís. Y algo me dice que, en realidad, sí querís estar conmigo, así que no me voy a mover de aquí.

Bajó la mirada jugando con la pequeña cadena pasando por su pecho. Estaba a la distancia suficiente para que no hubiera distancia, con un solo paso podía lanzarme a ella y no saber de nada más durante los minutos que alcanzara a estar entre sus brazos. Podía tomarle la mano, decirle que no me iba a sacar tan fácil, que ya estaba jodida, pero no lo hice. Me quedé ahí, mirándola, esperando que me dijera cualquier cosa, un no, un sí, un puede ser, lo que fuese.

—Ya lo hizo —respondió.

—¿Hizo qué? ¿Quién?

Levantó la cabeza y suspiró. Entonces me fijé en el débil, pero claro brillo en sus pupilas. No era el brillo clásico de su mirada, el que le sacaba sonrisas y la hacía sonrojar. Era la luz reflejándose en la humedad de sus ojos, lágrimas en la cuenta regresiva para ser soltadas.

—Me demandó por el cuidado de la Gema. Ahora tenemos que ir a mediación y si no llegamos a nada, juicio.

Lo dijo de la forma más rápida, seria que pudo. Pero yo sabía que quería llorar, que estaba cansada y que tenía que romper con la distancia apartándonos. En todos los sentidos. Tomé su mano y pasé mi pulgar por el dorso, de un lado a otro, como si esa mínima acción fuese la cura para todos los males. Ella no se resistió, no la quitó, simplemente me miró, apretó los labios y antes de que pudiese preguntarle cómo estaba, me abrazó.

Siempre tú | Rubirena |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora