La cantidad de personas alrededor del cementerio privado de Chicago era descomunal, aunque si bien por fuera estaba repleto de cámaras y periodistas buscando el más mínimo avistamiento de alguien o algo, dentro del campo santo solamente había pocas personas para despedir a Heather. Por supuesto que de rodillas y ahogada en un mar de lágrimas estaba su tía Barbara acompañada de su hija. Ivonne dejaba caer algunas lágrimas silenciosas para volver a secárselas, su novia la reconfortaba en todo momento, sabía que a pesar de todo la rubia había querido mucho a esa enigmática mujer que no conoció. Miró hacia atrás y pudo distinguir que sus suegros estaban allí también, aunque no tan cerca del círculo, sino más bien al margen, respetando a los seres queridos de Heather. Josephine estaba con la mirada perdida hacia quien sabe dónde, lo único que podía sentir era desprecio por todos los que no supieron creer en su verdad, nada suplía el vacío que su alma tenía, ni siquiera el acogedor abrazo de Jeremy que no la dejaba sola. Los presentes observaron como el cura bendijo aquel ataúd donde la socialité y empresaria antes tan aclamada ahora descansaría dando la orden de llevarlo bajo tierra. La ausencia de Vilma y de su frívola hija no llamaron la atención, pero lo que había acaparado a muchos medios fue la sigilosa pero evidente presencia de Ethan Montpelier, aquel gran amante y eterno amor de la mujer. Había preferido despedirla desde lo lejos, a una distancia considerable para que ni Barbara ni Josephine se le fueran encima. En sus manos temblorosas llevaba una pequeña botella de coñac, pero de tanto probarlo se había vuelto inmune a la ebriedad. Dejó que su rostro se empapara ligeramente por lágrimas tortuosas, llenas de remordimientos y culpa. La culpa que sabía lo acompañaría hasta su muerte. El cielo de color gris combinaba perfecto con su aura y corazón, pues estaban totalmente nublados.
— No servirá una mierda decirte esto porque ya no estás, pero... Te amo tanto, maldita sea. Te amo tanto que me quema recordarte feliz junto a mi... —susurró en un hilito de voz al ver aquel ataúd completamente sepultado—. No sé cuáles fueron tus intenciones o tus razones para hacer lo que hiciste, pero quiero que sepas que te llevo calada en el alma, Ripoll. Maldita seas que te llevo calada en el alma... —Ethan era totalmente ajeno a la mirada que yacía un tanto lejos de él. Por pedido de la pelirroja, Leonardo se había infiltrado al entierro; observaba toda la escena y escuchaba todo con claridad. Pudo ver en los ojos mieles de Ethan el dolor inmenso que llevaba encima al igual que la amargura y la culpabilidad por no haber creído en aquella mujer. Sin embargo, Leonardo sabía que él sería parte de su pasado y que posiblemente Heather lo dejaría entrar a su vida para un nuevo comienzo, quizás. El hombre se dio media vuelta y se marchó con celeridad antes de que lo notaran allí. Al cabo de unos minutos se encontraba conduciendo hacia su hogar, el que compartía en secreto con la pelirroja que lo tenía idiotizado. Sonrió al traerla a su mente, no había pasado ni una semana y se había creado toda una historia de cuentos de hadas junto a ella. Por supuesto que era un tanto ingenuo para ser un adulto, pero ni así perdería la fe en ella.
Abrió la puerta de su casa y de inmediato sintió un delicioso aroma a café.
— Heather, ya estoy en casa. —desprendió los botones de sus muñecas, odiaba las camisas. Frunció el entrecejo al no oír ninguna respuesta—. ¿Heather?
— Ya te escuché. Qué bueno que llegaste. —la pelirroja salió de la cocina con una taza de café recién hecha y se la tendió. Llevaba el cabello en una coleta alta, resaltando sus preciosas facciones y un vestido holgado de color caramelo, dejando sin palabras al hombre.—. ¿Y bien? ¿Qué tal estuvo mi funeral? Cuéntamelo todo.
— Eh... —intentó coordinar una palabra, estaba tan hermosa. Se rascó la cabeza y desvió la mirada hacia otra parte—. Normal, muy pocas personas dentro del cementerio para despedirte. —comentó con una media sonrisa, Heather elevó sus cejas incentivándolo a seguir—. Habían... Dos pelirrojas, una de ellas lloraba sin consuelo, ¿es familiar cercano?
— Mi tía Barbara. —comentó cabizbaja, aunque su voz era dura.
— Ya veo. También había una muchacha de cabello castaño junto a un hombre rubio. —Heather sonrió con tristeza, las personas que la habían abandonado se habían aparecido luego de que ya estaba muerta, entre comillas—. Luego vi a los Montpelier, a la pareja mayor. Había otras personas, pero no recuerdo con exactitud como eran...
— Supongo que a todos les llegó el cargo de conciencia. ¿No viste a dos pelinegras?
— No había pelinegras.
— Malditas desgraciadas, mil veces malditas. Deben estar gozándolo. —Leonardo la observó beber del café y titubeó si decirle lo de Ethan o no.
Aclaró su garganta y dejó su taza en la mesita.
— Hay algo más, Heather. Lo vi, él estaba ahí también. —la pelirroja dejó de respirar por un segundo intentando retener aquellas palabras—. Ethan Montpelier fue a despedirte, aunque estaba lejos de todos. Estaba bebiendo alcohol y dijo...
— ¿Qué dijo? —indagó con amargura.
El castaño tragó saliva, claramente que omitiría la declaración de amor que le había recitado.
— Pues dijo que descansaras en paz y que lo sentía.
— Infeliz... Es un infeliz. —se puso de pie y comenzó a caminar en círculos, él la notó un tanto perturbada. Ethan aún seguía metido en todos sus sentidos. La mujer masajeó su cien y buscando algo de paz cambió de tema—. Oye, ayer a la noche mencionaste que tenías una sorpresa para mí. ¿De qué estabas hablando?
— Oh sí, casi lo olvidaba. —sonrió levemente y suspiró—. He contactado a uno de los mejores estilistas de Chicago para que te renueve por completo.
— No entiendo...
— ¿No habías dicho que querías regresar para vengarte a todos? Pues tienes que ser otra tú para no levantar sospechas de inmediato, sería obvio que estás viva.
— Bueno, eso es lo que había pensado por mucho tiempo, Leonardo, pero... ¿De veras quieres ayudarme con esto? De verdad, no tienes que meterte en mis problemas si no lo deseas, sé que piensas que no es justo.
— Ya te lo dije, tienes mi apoyo en lo que sea, Heather.
Heather curvó la comisura de oreja a oreja.
— Bien... Pues entonces comencemos con el cambio de Heather Ripoll. Sepultémosla de verdad y hagamos a otra persona. Que nadie reconozca quien es realmente.
— Así lo haremos, permíteme hacer unas llamadas.
Leonardo le guiñó un ojo y salió de la sala de estar con su teléfono en mano, a pesar de siempre resaltarle que no estaba del todo de acuerdo con su forma de reclamar justicia, estaba tan hechizado por ella que prefería apoyarla que dejarla a su suerte, no la quería lejos de él. Heather se quedó en soledad absoluta y se sentó en el diván pensando en los planes que tenía en mente. Tenía una enorme sonrisa en el rostro, estaba dispuesta a lo que sea con tal de volverse otra y tomar cartas en el asunto. Tampoco le importaba el tiempo que tendría que invertir en ella misma para ser otra mujer, eso no la mosqueaba. Quería hacerlos sufrir, quería que pagaran por todo el dolor que le habían causado por demasiado tiempo, por aquellas humillaciones y desprecios que había padecido sin merecerlo, estaba completamente de que ninguno quedaría impune, ni mucho menos la muerte de su padre por la que había sido inculpada. Rogaba por tenerlos de frente y mortificarlos con su sola presencia, deseaba hacerlos trizas de una buena vez y sin consideraciones. Consideración sería lo último en tener con ellos, no lo merecían. Estaba segura de que sería una terrible pesadilla para todos ellos, por lo que ansiaba comenzar a jugar.
ESTÁS LEYENDO
Inefable Delirio
RomansLuego de fingir su muerte, Heather comienza a maquinar en su mente las nuevas piezas de su juego. Vengarse de quienes la hirieron y hacer justicia por las infamias y torturas a las que fue sometida. Para ello deberá regresar usando una nueva identid...