Capítulo II: Ecos en sueños

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Caminaba sobre la acera de una ciudad que apenas conocía.  Caminaba hacia su abuelo, quien parecía haber caído herido del cielo así porque sí.  Caminaba porque él lo impulsaba a hacerlo, desde sus primeros pasos, desde su primer día de escuela, desde su primera derrota.

Se detuvo en la acera, a unos cuántos metros de él, cuando sintió su mirada verde-azul bien puesta sobre él. 

–Abuelo.  –Llamó. 

– ¡J-Jotaro! –Exclamó el hombre mayor, con desesperación. – ¡Huye! ¡No te acerques! –Algo lo hizo paralizarse, al mismo tiempo le heló la sangre y le erizó el cabello de la nuca.  --¡¡El secreto detrás de su stand es el tiempo!! ¡¡Su stand es capaz de detener el tiempo!!

Por una fracción de segundo –o dos–, Jotaro pensó que todo a su alrededor se había paralizado, pero esa sensación de congelamiento y de incertidumbre desapareció cuando notó que su abuelo sangraba y caía al suelo.  Su quejido se escuchó bastante irreal, más irreal que cuando Jotaro era un niño, jugaba con su abuelo a la guerra y fingía que lo habían herido.  Si pudiera describir la sensación de que su corazón era arrancado de su pecho y pisoteado, era precisamente lo más parecido a eso: su abuelo, su imagen paterna, su cómplice, su amigo y compañero, estaba muriendo desangrado por un cuchillo salido de la nada, ahora clavado en su torso.  El joven escuchó una risa fría y cruel detrás de él y giró sobre sí: vislumbró a un hombre rubio y corpulento, bastante imponente regresándole la mirada con altanería.

–Kujo Jotaro.  –Dijo, con un tono retador. –Tú eres el próximo en mi lista.

–Dio, –Murmuró él, con un desprecio absoluto. –hijo de puta. 

Al instante, escuchó más gritos aterrados y confundidos de personas a su alrededor, pero lo que le interesaba era su abuelo, quien no paraba de quejarse y retorcerse, de emitir una especie de resplandor dorado y electrizante, mismo que envolvía una especie de enredadera púrpura que salía de sus brazos, de sus piernas.  Esta enredadera comenzaba a desvanecerse junto con los relámpagos dorados.  El anciano –porque no le había parecido un anciano hasta ese momento –intentaba levantarse y extender su mano hacia él, pero no podía, se sentía débil e inútil, por primera vez en años.

Jotaro avanzó lo más rápido que pudo, pero sólo alcanzó a escuchar:

–Jo-Jotaro... ¡corre! –Su voz era agitada, débil y desesperada, todo al mismo tiempo. –N-no te acerques m-mucho... ¡aléjate! E-es imposible derrotarle...

Suspiró y colapsó.  El mundo, para Jotaro, se había oscurecido y el suelo debajo de sus pies desapareció de golpe, pero no podía dejarse vencer.  No ahora. 

La alarma del despertador comenzó a sonar, frenética, como todos los días.   El joven hombre abrió los ojos de golpe, temiendo que el rubio apareciera frente a él, propinándole un golpe con sus fuertes puños, pero no fue así.  La luz matinal lo cegó por instantes y se acostumbró a ella poco a poco, mientras que la alarma dejaba de sonar.  Tardó minutos en darse cuenta de que no estaba en una cama, sino tendido en el escritorio de su oficina, escapando.

No pasaba nada, sólo obedecía al viejo, a su abuelo.

–De nuevo.  –Murmuró.  Debió hacérsele tarde mientras trataba de terminar las inscripciones que irían en las tarjetas de identificación.  Se puso de pie y caminó hasta el baño, donde se lavó la cara y se admiró al espejo por breves instantes.  Notó que necesitaba rasurarse la barba y que esos sueños, en definitiva, iban a matarlo.  No era la primera vez que veía la escena, ya iban dos veces esa semana, seguidas de sueños parecidos, aunque distintos entre ellos.  Odiaba soñar ver a tantas personas morir, sobre todo cuando parecía poder hacerlo todo por ellas y al final, terminaba devastado y minimizado. 

Sweet dreams (are made of this) -Jojo's bizarre adventure-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora