Único

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Recuerdo haber visto un par de veces a Jeno, sentado en una esquina del salón, observando la ventana con un detenimiento peculiar. Dibujar persona siempre me había resultado entretenido y aquella figura tan estoica apenas ocupando la orilla del incómodo asiento era digna de plasmarse en papel.

Mis dedos viajaron por el lienzo en blanco encuadernado trazando un bosquejo melancólico y frágil. Era una belleza tan oscura que no pude evitar preguntarme qué era lo que turbaba el brillo verdadero que solía portar consigo a donde fuera.

Eventualmente se movió, irrumpiendo violentamente no solo mi concentración sino también mi dibujo. Sonreí. Estaba bien, más tarde se volvería a sentar en aquella misma posición y podría continuar.

Mirar a Jeno se volvió una especie de obsesión. No por morbo o para molestarlo, es solo que había algo fascinante en él que atrapaba mi atención fuertemente. Lo dibujé contemplando la ventana, adelantando tareas, durmiendo, mirando su celular o escuchando música. Siempre con esa misma expresión vacía.

Poco a poco comencé a notar algo más; de tanto mirarlo pareciera que lo conocía mejor de lo que lo hacía él mismo. Me pareció extraño, pero no alarmante.

Observaba sus muñecas y sus dedos con un detenimiento escalofriante, escaneando de arriba a abajo, de un lado a otro como si fuera la primera vez que los viera y murmuraba. No sé qué murmuraba, pero se repetía constantemente.

Debí suponer que ahí es cuando comenzaría el cambio drástico, pero era bastante torpe para saberlo y hasta la fecha sigo sintiéndome bastante idiota por no notarlo.

Mis manos empezaron a dibujar a Jeno tocando sus clavículas, envolviendo sus dedos alrededor de su brazo, sintiendo su estómago o sus muslos pegados el uno contra el otro en la silla. Miradas incómodas y exasperación fueron lo único que vi en su rostro por meses.

Observar por curiosidad se volvió una vigilancia silenciosa, intentando entender una boca callada con una mente ruidosa. Demasiado cobarde para acercarme solo podía ver y nada más que ver. Y dibujar. Dibujar me ayudaba a documentar el peso que poco a poco iba transformando al estoico Jeno en un espectro de vestigios de vida, ensombrecidos por una mano peculiar que era de todo menos benévola.

Rechazaba invitaciones, salidas, reuniones o cualquier otro tipo de interacción. Entre sus manos comencé a dibujar cafés y cigarrillos que cada vez se iban acabando más y más rápido. Fue bastante sorprendente el día que un poco de color llegó a contrastar. Una hamburguesa.

Aquel era un día único, me apresuré a sacar mi celular y tomar una foto para poder dibujarla; plasmando así (e inmortalizando tal vez) el momento en que Jeno finalmente escuchó los gritos ahogados de un cuerpo moribundo.

Lloró, lloró al verla servida en el plato y lloró cuando la mordió mas no parecía poder parar. Sacó las papas y después un chocolate, el chocolate se convirtió en dos y luego en un paquete de galletas. Hasta la fecha me pregunto cuánto traía en aquella mochila. Algunas cosas las escupía en una bolsa, pero su compulsión lo llevaba a tragar la mayoría.

Sentía que estaba presenciando algo tan privado que me obligué a desviar la mirada. Estábamos tan acostumbraos a nuestra presencia que probablemente era fácil para él ignorarme. En cambio, para mi era diferente. Verlo era mi deber porque con seguridad sabía que pronto Jeno se rompería.

Lloró y lloró al día siguiente con los cigarros y el café de regreso. Me pregunté que estaba mal aunque muy en el fondo lo sabía.

Lo dibujé sollozando por días, todas por la misma razón abandonando sus labios furiosamente en un recordatorio de su gran pecado. Quería decir algo, pero nunca pude.

Solía sentarme en par de sillas más lejos, quizás tres o cuatro, las suficientes para poder contemplar discretamente e ignorar cuando fuera necesario. Se volvió una especie de barrera implícita que no nos atrevimos a cruzar. Así duró meses. Hasta que un día Jeno no apareció.

—El joven Lee está en el hospital por complicaciones de salud, no estará viniendo en los próximos meses —anunció el profesor—. Deseémosle una pronta recuperación.

Aquel día dibujé un asiento vacío sin dejar de imaginar la escultura respirando en ella. Debajo del dibujo escribí con mi horrible caligrafía:

"Oh, como lloras y lloras porque hace una semana te comiste una hamburguesa."

La guardé silenciosamente en mi carpeta de apuntes esperando dársela cuando mis lápices y cuaderno de bosquejos se cruce con su rostro vacío y ojos expresivos.

Nos vemos pronto, Jeno.






corto, pero creo que es bastante explícito. gracias por leer.
-jenophylos

hamburger ; jenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora