39 | ¿Sorpresa?

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Por el rabillo de mi ojo, veo a un vecino en su camino de entrada, mirándonos de reojo en la oscuridad; probablemente se pregunte si soy familiar de los Graham, porque de otra forma, no tendría nada qué hacer en su casa.

Artemisa abre la puerta de entrada y enciende la luz, intento mantenerme enfocado en revisar y escudriñar cada rincón en busca de algún intruso, pero mi mente no logra concentrarse en nada más que la chica pegada a mi costado, envolviendo mi brazo con un apretado agarre.

—¿Cómo es que tus padres te dejaron sola en casa? —pregunto, intentando enfocarme en una conversación y no en otra cosa.

—Oh, bueno, dije que estaba cansada y que tenía muchos trabajos escolares por hacer, así que mamá dijo que estaba bien que me quedara en casa.

—Uhmm —mascullo, al mismo tiempo que enciendo las luces de la cocina y reviso cada rincón.

Subimos las escaleras al segundo piso y nos adentramos a lo que parece ser la habitación de invitados; en el instante en que me doy la vuelta para salir, su cuerpo choca con el mío y sus pechos se presionan contra mi abdomen, enviando una onda eléctrica por todo mi torrente sanguíneo. Tal vez sea la oscuridad o el hecho de que estamos en un lugar donde nadie nos puede ver, pero no puedo evitar acercarla, dejando que mis manos pasen por su espalda, ella respira, pasando sus manos sobre mis hombros y acariciando mi pecho.

Con un gruñido, aprieto mi mano sobre su cabello, bajando mi cara a la de ella, mirándola fijamente. —No estabas realmente asustada de los ladrones, ¿verdad? —inquiero, con una ceja alzada.

Sus ojos castaños me miran con una mezcla que va del deseo a la esperanza. —Sí. Estoy muy asustada.

—No voy a ir más allá, así que ni lo intentes, Artemisa —advierto—. Es suficiente por hoy.

Coloco mis manos en sus hombros y la giro, guiándola a la puerta para salir de la habitación; por más que lo intento, no puedo evitar que mi erección se ponga rígida a pesar de mis órdenes mentales.

Estoy a punto de preguntar cuál es su habitación, pero hay un cartel rosa en una puerta. Sacudo mi cabeza y me dirijo en esa dirección. Me he paseado por toda la casa, así que, obviamente espero que la habitación de Artemisa sea igual y que por el amor a los libros, haya una tremenda repisa llena de ellos, es exactamente por eso que no estoy preparado para la explosión de color rosa en la que entro.

Jesucristo —murmuro, abriendo los ojos de par en par.

Cada centímetro de pared está pintada en rosa, las decoraciones no son otras más que flores de todos los tipos y hay carteles de gatitos haciendo gestos divertidos y vistiendo prendas inimaginables, como los tutus... Su cama está envuelta en un dosel rosa pálido y cubierto de gasa que cae del techo, repleta de peluches de todo tipo. No puedo evitar recordar que yo incluso, follé a la ocupante de esta habitación por el culo; Cristo bendito, voy a ser castigado en las llamas del infierno por lo que hice.

Pegado a la pared, hay un librero repleto de libros y figurillas de anime, el escritorio con la portátil ocupa un espacio en el otro extremo de la habitación.

—¿Qué pasa? —pregunta con aire inocente, mirándome fijamente.

Niego con la cabeza, parpadeando un par de veces a medida que intento controlar mis pensamientos y al amigo entre mis piernas porque, Jesucristo bendito, mi mente tiene imágenes muy vívidas de empujar a Artemisa a la cama, despojarla de esa condenada pijama, poner sus piernas sobre mis hombros y follarla hasta que quede sin aliento.

—¿No te gusta?

Sé que está tentándome, agotando con mi paciencia y jugando con mi pobre autocontrol, sin embargo y aún sabiéndolo, no soy capaz de seguir conteniéndome por más tiempo. Mis gustos nunca han ido en ésta dirección, de hecho, jamás pensé que el rosa se convertiría en mi puto color favorito, pero desde la aparición de Artemisa Graham en mi vida, todo ha cambiado y no sé si es para bien.

ARTEMISA©  | TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora