living on the road

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Gerard nunca había sido un gran fan del whisky, pero eso no evitaba que lo bebiera puntualmente cada noche. El calor que se le instalaba en el centro pecho el minuto en que se bebía el primer vaso no se comparaba con el dolor de garganta que tenía que soportar al día siguiente. Recordaba haberse quejado de eso alguna vez, cuando su cabello todavía era negro y su voz, todavía suave y agradable se mezclaba con la música del piano y llenaba un viejo salón escondido en el desierto. Pero el tiempo había pasado, ya no cantaba y tampoco estaba seguro de poder volver a hacerlo. Ahora solo dejaba a sus callosos dedos deambular por las teclas del viejo piano y cerraba los ojos mientras las melodías que conocía mejor que a su propio reflejo se hicieran protagonistas de la noche mientras él se fundía con las sombras del bar. La música siempre le ayudaba a recordar tiempos mejores. Entonces los recuerdos caían como una cascada sobre su cabeza, parecían tan lejanos que ya habían dejado de doler. Como si fueran las ebrias historias de un extraño.

Y oculto entre las melodías, podía verse claramente a sí mismo, cincuenta años atrás, abandonando a mitad de la noche el viejo rancho de sus padres, sin dejar siquiera una nota de despedida. Sabía que su madre lloraría si se despedía de ella, así que era mejor irse así. El final del siglo XIX estaba a la vuelta de la esquina y aunque a sus veinte años ya llevaba un buen tiempo en edad de hacerse cargo de las tierras de la familia y formar un hogar propio, sabía que había algo más para él, algo diferente, algo mejor a lo que conocía.

Así que alistó su caballo favorito, y comenzó su camino sin rumbo. El pueblo más cercano estaba a unas cinco horas, pero sabía bien que no podía detenerse ahí, sus padres tenían muchos conocidos en el pueblo y no quería arriesgarse a que alguien lo reconociera. Cuando el sol estaba comenzando a salir se detuvo junto a un arrollo para beber junto a su caballo, y siguió su camino por varias horas más, hasta que el cansancio y el hambre lo obligaron a detenerse. La oscuridad lo encontró entre un puñado de casas y un sucio bar iluminado tenuemente. Había un par de caballos amarrados a sus afueras, y buscando cualquier cosa comestible se adentró en él. El olor era bastante fuerte a esas horas de la noche, y todos estaban lo suficientemente ebrios como para ignorar por completo su presencia cuando pasó junto a ellos rumbo a la barra. Una joven con el rubio cabello atado detrás de su cabeza lo atendió, tenía una sonrisa cansada adornándole el rostro, y sin mucha palabrería le sirvió un gran plato con un trozo de carne y un par de papas hervidas al lado. Olía bastante bien, y eso era más que suficiente para él. Comió en silencio, sin levantar la mirada de su plato aun cuando un extraño se sentó a su lado, sin importar que toda la extensión de la barra estuviera vacía. Gerard no tenía un arma para defenderse, o dinero extra para ofrecer, así que no dijo nada.

- Su cena va por mi cuenta - escuchó decir, y sorprendido levantó la cabeza. Se limpió los labios brillantes por la grasa y asustado negó un par de veces.

- No es necesario, tengo dinero -dijo llevándose una mano al bolsillo delantero de su chaqueta, con la boca todavía llena de comida. Era primera vez que salía tan lejos de su granja, pero eso no quería decir que no sabía cómo funcionaban las cosas en el mundo real. Y no importaba que la sonrisa del extraño pareciera sincera.

Sin importarle su queja, el extraño le dio un par de billetes a la muchacha, y ésta se alejó de ellos para ir a atender a un hombre que con el vaso en el aire pedía otra cerveza. Al mirarlo una segunda vez, aún en la tenue luz de la noche, Gerard pudo notar más detalles aparte de su sonrisa, pudo ver, por ejemplo, la brillante cicatriz que le atravesaba la mejilla desde la comisura de los labios hasta la oreja, en donde era escondida parcialmente por un mechón de largo cabello oscuro que se había soltado de la desordenada coleta detrás de la cabeza.

- Frank -se presentó, aun manteniendo la sonrisa. Los ojos de Gerard se despegaron del rostro ajeno y notó una mano extendida en su dirección. Tenía modales, así que, aunque dudaba de absolutamente todo en torno a Frank, se limpió la mano derecha en la camisa y accedió a saludarlo.

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