Condenado

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Me encuentro en la costa fría

Que agita la mar bravía,

Oprimiendo entre mis manos,

Como arenas, oro en granos.

¡Que pocos son! Y allí mismo,

De mis dedos al abismo

Se desliza mi tesoro

Mientras lloro, ¡mientras lloro!

¿Evitare ¡ oh Dios ! su suerte

Oprimiéndolos mas fuertes?

¿Del vacío despiadado

Ni uno solo habré salvado?

¿Cuánto hay de grande o pequeño

Solo es un sueño en un sueño?

Un Sueño En Un Sueño


La escena que ante mí se desarrollaba llena de fantásticos terrores trajo consigo los recuerdos que aunque ocultos entre los intrincados nudos de mi mente siempre volvían a mí. La noche oscura acompañada de un silencio inquietante amplificaba los gritos de la inocente que sufría bajo el yugo de su verdugo y la madre que impotente y retenida por las cadenas de su captor no podía más que llorar y lamentar su suerte mientras miraba el dolor de su hija.

Muchas son las cosas que había presenciado a lo largo de mi vida. Pues aunque podía contar con pocos años había experimentado la crueldad y la degradación humana una y otra vez. Mi vida no podía ser más que el castigo por los pecados de una vida anterior sumida en la perversidad y la vileza. Era esa la única explicación a la que podía llegar para darle paz a mi alma y alivio a mi corazón por los constantes infortunios que pasaba día tras día o a los que serbia de testigo o cómplice. ¿Cómo si no era posible que mis años hubieran pasado en un sinfín de eventos desafortunados que no hacían más que empeorar a medida que me hacía más viejo? ¿A qué si no debía yo ese talento para estar en el lugar y momento equivocado?

Mi dolor había iniciado con el primer aliento de vida. Aún y cuando no puedo alegar que recuerdo gran parte de mis primeros años, no cabe duda de que desde que adquirí conciencia solo tengo memoria de una infancia plagada de diversos terrores, donde los gritos desesperados, llantos desgarradores, y caricias de manos cerradas habían formado parte de la normalidad. Había sido criado en la base de una familia que sumida en la pobreza descargaba su frustración entre la disciplina extrema y la crueldad más vil, o simplemente la indiferencia absoluta.

Hijo de una madre demente y una bestia con rostro de hombre, no es sorpresa que fuera en aquella época en la que conociera de primera mano el dolor, las lágrimas, el miedo y la sangre. Siendo estos los únicos compañeros que habían estado conmigo desde entonces. Aunque nunca por elección propia eran los únicos que siempre navegaban junto a mí las turbias aguas de la vida y la desesperanza. El destino siempre cruel se empeñaba en reencontrarme con ellos por más lejos que huyera. Por más que lo intentara no había manera de despegar nuestros lazos que para mi desgracia parecían fuertes y eternos.

Había huido tan pronto como pude, pero si la visión que ante mi encuentro es un indicio, me había engañado a mi mismo creyendo que realmente había escapado de tal maldición.

Pesadillas De MedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora