Capítulo I

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El palacio erguido como un oasis de serenidad en el tumulto incesante de la ciudad, se transformaba en un refugio donde el tiempo parecía detenerse. Las altas paredes de piedra, custodiadas por torres que rasgaban el cielo, se levantaban como un escudo contra la agitación del mundo exterior. Por las ventanas arqueadas entraba un aire fresco, casi diáfano, que acariciaba las almas agotadas y apagaba las llamas del desasosiego.

El gran salón del palacio desbordaba con la luz solar que se colaba a través de los ventanales, creando una atmósfera tan cálida y envolvente que parecía recordar a sus habitantes momentos olvidados de felicidad. El aire estaba impregnado con el sutil perfume de las velas de cera de abeja que ardían en candelabros forjados con esmero. Sin embargo, bajo esa pátina idílica, la tensión se palpaba como si fuera la brisa misma.

-¡Por Dios! -se lamentó Lena al soltar un pesado suspiro que resonó en el aire como una declaración de guerra-. Ninguno tiene la autoridad para detenerme.

Los comandantes de la Althema, figuras robustas atrapadas en su propio compromiso con el orden, apenas podían seguirla mientras sus grandes zancadas atravesaban el establo hacia su montura.

-Mi señora, es sumamente peligroso -insistió su consejero con voz temblorosa.
-Tor, soy muy consciente del peligro -respondió ella, deteniéndose en seco como si al acto le infundiera más determinación. Giró sobre sus talones y exhaló resignación-. He enviado a muchos hombres a Terramons y ninguno ha regresado. Ninguno aporta noticias sobre los planes del rey Ewin.
-Los habrán matado, Su Alteza -interrumpió Hová, el guerrero principal de la reina, como si su intervención contribuyera a iluminar una verdad que ella ya conocía.
-No puedo quedarme aquí esperando a que el rey Ewin decida matarme o peor aún: invadir mi nación -dijo Lena fijando su mirada intensa sobre Hová antes de volverla al resto de los hombres-. ¿Qué clase de reina sería si me quedo aquí sin actuar? -resopló nuevamente mientras un silencio sepulcral ocupaba el espacio alrededor.

Lena había asumido su posición en Althema siendo aún una niña tras la repentina muerte de sus padres. En aquel fatídico día cuando su progenitor partió sin previo aviso hacia lo desconocido, el Consejo se congregó para determinar quién ocuparía aquel trono desgastado por los años; Lena se presentó ante ellos y solicitó ser escuchada. Muchos del Consejo no podían concebir la idea: una mujer tomando las riendas del poder les resultaba insólito e incluso grotesco. Pero una serie de eventos dramáticos llevaron a una aceptación forzada; Lena fue elevada a ser la máxima autoridad sin apelación posible.

Los murmullos entre los ciudadanos eran variados: unos murmuraban con incredulidad y recelo ante aquella joven regente; otros sentían en ella un soplo nuevo lleno de esperanza por ver a una mujer comandar lo impensable. Después de diez años frontales contra las adversidades del destino y siempre tejiendo estrategias entre sombras andantes, ella estaba allí fulgurante: valiente como siempre.

-Vamos -replicó Pit con ligereza- ni que fuera la primera vez que nos infiltramos en Terramons. La sonrisa traviesa en su rostro contrastaba contra la gravedad que embargaba a los soldados presentes; sin embargo, Lena frunció el ceño mientras avanzaba hacia su caballo mientras algunos seguidores intercambiaban miradas nerviosas... Hová se acercó decidido para asistirla.

-Debería ser yo quien vaya, mi señora -exclamó con tono serio.
Ella estalló en risas.
-Hová, eres el hombre más famoso del reino -balbuceó suavemente mientras él apartaba rápidamente su mirada oscura.
-Podría ir disfrazado... -siguió él defendiendo su idea arriesgada.
-Olvídalo: es una orden -sentenció ella acomodándose decididamente sobre el caballo.
El silencio era absoluto una vez más, como el susurro del viento entre las hojas al caer la tarde.
-Regresa con vida -pidió Hová, sus ojos oscuros se dirigieron con desdén hacia el príncipe Pit-. Si mueres, tendré que someterme a ese idiota hasta que alguien tome el trono.
La reina soltó una sonrisa, pero en ella había una sombra de preocupación.
-Ciertamente, preferiríamos caer bajo el yugo del rey Ewin antes que ser gobernados por Pit -murmuró, su mirada fija en el horizonte resplandeciente. Con un gesto firme alzó su brazo y gritó: ¡Adiós!, sacudiendo las riendas con fuerza.
Sentía la ansiedad en su pecho reverberar más allá del miedo; estaba consciente del peligro que acechaba tras cada árbol y detrás de cada esquina del reino. Su semblante, aunque melancólico, radiaba determinación y coraje.
Nacida entre los lujos de un hijo de Althemo, no había nada débil ni tonto en ella. Era una guerrera magistral, hábil con la espada y letal con los cuchillos; conocía el arte de los venenos mejor que muchos alquimistas. Sabía pelear cuerpo a cuerpo; cazaba hábilmente, nadaba con gracia inigualable y su dominio sobre el arco era digno de admiración.

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