Siempre tuve el deseo de escribir esta historia de un tiempo diferente, de muchas vivencias y experiencias que cambiaron radicalmente mi manera de vivir y de ver la vida. Es mi historia y quería contarla antes de que mi memoria se diluya y mis recuerdos tergiversen la realidad vivida y dejarlo documentado para mi hija adorada y las futuras generaciones que vendrán después de mí.
Y comienza a mis 23 años de vida un día cualquiera de enero de 1978.
-Disque se va de casa, eso no lo creo hasta que no lo vea- y esbozó otra sonrisa porque estaba segura de que era otra de las muchas pataletas que tenía cada día. Mi madre lo decía con una mirada segura, pues ella me conocía muy bien y yo le respondí con mucha arrogancia, "mama, me voy y punto. Y no volveré a ser una preocupación para nadie", con mi típica cara de víctima como solía hacer que ya no le convencía. Pero una semana después estaba haciendo maletas para empezar mi aventura.
Había estudiado dos años de odontología en una universidad de Bogotá, pero era poco y nada para ejercer y muy difícil trabajar como auxiliar sin experiencia o conocimiento. Por eso me inscribí como higienista dental en un programa del ministerio de salud para ejercer en poblaciones dispersas o sea en poblaciones indígenas. En ese proyecto era más neófita que en un trabajo como auxiliar de odontología, pero dije -allá voy- y decidí aceptarlo sin pensar en los riesgos que podía encontrar y a vivir algo totalmente desconocido para mí en ese momento. Necesitaban muchos profesionales o técnicos para trabajar en esos lugares. Yo me consideraba más citadina que las citadinas y me dije: -pues a ver, voy a probar y si no me gusta aquí, estaré de regreso en un pispás cuando se me pase la calentura de aventura y orgullo.
Nos recogieron en el ministerio de salud cerca de la plaza de Bolívar y salimos hacia Villavicencio, una ciudad intermedia desde la que salían los vuelos a los territorios nacionales. Mitú era nuestro destino, la capital del Vaupés, solamente accesible por aire. De ese lugar solo sabía lo que había aprendido en geografía en el colegio, o sea cero patatero. Llegamos a Villavicencio en la mañana y el calor ya era terrible. Era una ciudad interesante que yo ya conocía muy bien por viajes anteriores. Fuimos directamente al aeropuerto Vanguardia, era pequeño y lleno de aviones que nunca había visto antes, aviones de dos hélices DC3 que solo conocía de algunas películas de la segunda guerra mundial que eran de pasajeros y de carga.
Casi al unísono dijimos, - ¿será posible que un trasto de esos pueda volar? - Pero sin tener que pensarlo mucho ni tener mucho tiempo para reflexionar, el capitán, dueño de aquella aerolínea llamada el Venado, que solo tenía dos aviones como ese, grito, - ¡todos a bordo! - y nosotros embarcamos muy obedientes y llenos de miedo. Nos sentamos en unas bancas de madera que estaban a lado y lado de la cabina, no había cinturones de seguridad y tuvimos que compartir la cabina con bidones de acpm, gasolina, verduras, frutas y otras cosas que llevaban. Este era el único medio para poder llevar todas estas cosas tan necesarias y urgentes para la supervivencia de los pueblos de esa región. Estaban repartidas en el centro de la cabina y las ataban con cuerdas muy gruesas y las cubrían con una malla.
No encontramos un sitio para guardar nuestro equipaje, cuando estaba claro que lo llevaríamos encima de nosotros, lo cuidamos como un tesoro. Sacamos fuerza y coraje de donde podiamos e iniciamos aquel vuelo, no creo que en ese momento podría haber vivido algo más terrorífico que esto, ese avión se movía y sonaba como si en cualquier momento nos fuéramos a caer y lo peor era que el vuelo duraba 2 largas y tremendas horas. Nosotros no nos movíamos ni para respirar por temor de que ese fuera nuestro último respiro y solo oramos para que ese aparato se mantuviera en el aire.
Después de las dos horas más largas de toda mi vida, vimos un claro al lado del río que era la pista de aterrizaje que según decía el piloto: -O bajas y aterrizas o tienes que volar un montón río arriba o río abajo hasta volverla a encontrar-. Volaban solo por instinto o conocimiento del lugar sin apenas aparatos que los guiarán. El sitio era espectacular, circundado de árboles inmensos que sobrepasaba toda imaginación, de un color verde intenso y la pista era de tierra roja con bastantes baches que formaban la lluvia continua lo cual hacía muy difícil aterrizar un avión de aquellas dimensiones estable y sin sobresaltos. Después de unos cuantos tumbos se paró aquel avión al final de la pista y comenzó a rodar hasta la torre de control. Cuando abrieron la puerta, nosotros por supuesto queríamos tirarnos de aquel aparato y besar la tierra de lo felices que estábamos, pero el beso ardiente que recibimos nos mandó hacia atrás. El calor era increíble y si habíamos creído que Villavicencio era caliente, esto era muchísimo más intenso. Lo peor era la humedad y yo pensé que no iba a aguantar ni una semana en aquel clima, que equivocada estaba. Nos pusieron una banqueta, porque no había escaleras, y así tuvimos que bajarnos.
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Memorias de Mitú
AdventureSiempre tuve el deseo de escribir esta historia de un tiempo diferente, de muchas vivencias y experiencias que cambiaron radicalmente mi manera de vivir y de ver la vida. Es mi historia y quería contarla antes de que mi memoria se diluya y mis recue...