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Las emociones me habían abandonado hace un par de años, cuando fuiste destruyendo mi mundo de golpe y a tu ritmo, cuando tomaste mi tranquilidad entre noches para atormentarme en mis sueños, porque ya nada quedaba después de que te llevaste las esperanzas de ese niño de ocho años.

Perdí mi humanidad a tu lado, convirtiéndome en la par del aire que solo va de un lugar a otro sin ser notado. Vago de un lugar a otro cargando con la sombra de ella, de aquella a quien jamás volverás a ver, pero quien proyectas en mi como una posesión.

Me quitaste cada razón por la que seguía en pie en esta tortura rutinaria y la remplazaste por un nuevo miedo tan profundo, incluso algo tan simple y estúpido como un día. Pero en mi vida ya todo era estúpido y sin sentido y tal vez por eso los martes en donde tenias que irte de casa desde las 4 a.m. y regresabas el miércoles por la mañana, seria por completo mi momento favorito de toda la semana.

Día en el que podía levantarme sin tu siluetea en aquella silla frente a mi cama, día en donde no me cepillarías el cabello tocando con tus callosas y sudorosas manos mi cuello, en donde no me pedirías sentarme en tu regazo en ese sillón café y me leerías las noticias del periódico y tu mano pasaría por todo mi cuerpo, mientras yo estoy al borde del llanto y apunto de orinarme en mis pantalones. Una noche en donde no irías a mi habitación a altas horas y te acostarías a un lado mío mientras masajeas tu entrepierna diciendo el nombre de mi madre.

Ese día todo era perfecto, pero tuviste la grandiosa idea de pedir tu día de descanso los martes y ahora me acompañabas por 12 horas de sol y 12 horas de oscuridad. Ni siquiera me permitías ir al colegio.

Entonces, de entre las cenizas y mis pocos cabales, una nueva y única emoción volvió a surgir y junto a la desesperación, un tic nervioso la acompaño.

Hoy, un martes 22 de marzo, desperté deseando no hacerlo nunca mas, como cada mañana y mientras el olor a tocino de la cocina entraba por la puerta de mi habitación (la cual había sido cerrada por mi antes de dormir) yo contaba las grietas en la pared rayada con crayolas, sin poder mirar el reloj que se posaba en una cajonera, sabiendo que solo habían pasado 40 minutos desde que me levante y que aun faltan 12 horas para poder volver a la cama y dormir.

-Park ven a la cocina -se escucho tu voz a lo lejos y con lentitud salí.

Recargado en el marco que separaba la cocina de la sala, sonreías con ternura a mi y la espátula llena de maza para panqueques chorreaba una tras otra gota, manchando la alfombra azul.

-Ve a mi habitación, necesito que hagas algo, bebé.

Y sin decir mas mis hombros fueron tomados por tu manos, guiándome a tal lugar, como si no lo conociera a la perfección, como si ninguna de las pesadillas darías con aquella puerta carcomida no cobraran resultado. Lo sobre puesto estaba ante mis ojos y yo solo aguantaba la respiración para terminar algo mareado, solo así mi mente podía escapar de mi conciencia y de nuevo ser una marioneta que colgaba de los dedos de mi padre.

Estando frente a su cama, parecía tan grande e incluso la palabra ¨matrimonial¨ de su origen, causaba cierta nausea en mi.

-Pienso que tal vez puedas usar el rojo hoy.

Yo estaba perdido mientras miraba como las hojas del árbol golpeaban el cristal de la ventana, pero sabia que él había salido del armario con ese vestido colgando del gancho, que tenia los holanes pulcramente blancos, los pliegues de la falda lucían perfectamente planchados y que el carmín no había perdido su intensidad en ninguna parte. Era demasiado sencillo, pero no dejaba de lado la belleza y ella amaba usarlo con esas zapatillas blancas muy gastadas. Parecía de aquellas prendas recién salidas del aparador, las que sostenían las vendedoras para que vieras mas de cerca.

Daddy Issues {Kookmin}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora