Queremos lasaña:

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—Hola mamá...—dijo Percy con voz temblorosa y llena de emoción.

Él estaba tiritando y goteando en la entrada, conmigo y nuestras otras dos acompañantes igual de zarrapastrosas detrás.

Por un instante Sally Jackson se quedó inmóvil en la puerta, con una sonrisa en el rostro, luego le invadió la emoción y los ojos se le llenaron de lágrimas mientras se abalanzaba sobre Percy para darle un fuerte abrazo.

Su cabello castaño claro tenía más cañas que hacía seis meses. Llevaba unos vaqueros gastados, una blusa verde holgada y una gota de salsa de manzana encima del pie izquierdo descalzo. Ya no estaba embarazada, circunstancia qué tal vez explicaba el sonido de la risita del bebé que venía de dentro del piso.

Percy temblaba mientras abrazaba a su madre, Sally se separó ligeramente de Percy para inspeccionarlo y asegurarse de que no tuviera ningún daño, pasó su mano por la descuidada barba de su hijo.

Luego nos miró al resto, saludé tímidamente con la mano.

—¡Artemisa! Y...—Evaluó a nuestra gigante revisora tatuada y con cresta y a nuestra pequeña niña vestida como semáforo—. ¡Hola! Pobrecitos. Pasad y secaos.

La sala de estar de los Jackson era tan acogedora como yo la recordaba. De la cocina venía un olor a mozzarella y tomates al horno. En un viejo tocadiscos sonaba jazz. En la habitación había un hombre de mediana edad con el pelo canoso, unos pantalones caqui arrugados, unas manoplas para el horno y una camisa de vestir rosa cubierta con un delantal amarillo chillon salpicado de salsa de tomate. Estaba haciendo saltar a un bebé risueño sobre su cadera.

Percy se quedó en estado de shock por un segundo antes de sonreír y lanzarse hacía donde el hombre y la criaturita.

—Paul—llamó Percy.

El hombre se volvió hacia su hijastro.

—¡Percy! Qué bueno que hayas vuelto—dijo Paul—. Me imagino que quieres conocer a Estel...

Percy tomó a la pequeña y la alzó en brazos.

—Así que tú eres Estelle—dijo con emoción—. ¡Soy, Percy! ¡Tu hermano!

La bebé soltó una risita y babeó como si acabara de escuchar el chiste más gracioso del universo. Tenía los ojos azules de su madre. También tenía mechones de pelo moreno y plateado como Paul, un rasgo que había visto en muy pocos bebés. No hay que digamos muchas niñas canosas en el mundo. En general, parecía que Estelle había heredado un buen conjunto genético.

—Hola. —No sabía si dirigirme a Paul, Estelle o lo que se estaba cocinando en la cocina, que olía deliciosamente—. Lamentamos las molestias, pero... Oh, gracias, señora Jackson.

Sally había salido del cuarto de baño y estaba envolviéndonos afanosamente a los cuatro con unas mullidas toallas de color turquesa.

—No queríamos causar problemas—concluí.

—No es ningún problema—dijo Sally mientras se dirigía otra vez hacía Percy y lo abrazaba con fuerza, por su lado, el semidiós no paraba de hacer caras y cosquillas en los pies a la bebé, quien se reía animadamente y babeaba como solo la hermana de Percy hubiera podido—. Es bueno volver a verlos, estaba empezando a preocuparme.

Por su tono, pude notar que había llegado a mucho más que solo "empezar a preocuparse"

—Basta de chacara—dijo Luguselva—. Corremos un grave peligro. Estos mortales no pueden ayudarnos. Debemos irnos.

El tono de Luguselva no era exactamente de desdén, sino más bien de irritación, y tal vez de preocupación por nuestros anfitriones. Si Nerón nos seguía la pista hasta ese piso, no perdonaría a la familia de Percy porque no fuesen semidioses.

Las pruebas de la luna: La Torre de NerónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora