–¡Sadie! ¡Sadie, ven ahora mismo!
Levanté mi agotada vista de la bandeja frente a mí y froté con la mano mi ojo funcional. Enseguida noté el picor del azúcar que había dejado a mi paso sin querer. El mayordomo a mi lado, vestido de negro y blanco como yo, emitió un resoplido que interpreté como una risa. Él también estaba preparando una bandeja, igual que yo, sin embargo, lo que había en la suya era mucho más simple. Maldito fuera. Gruñí algo en su dirección, sin molestarme en intentar caerle bien, y continué colocando las tortitas en su plato designado.
–¡Sadie! –volvió a gritar la arpía en el piso de arriba a través de los conductos–. ¡Sadie, tengo hambre!
–¡Enseguida voy, señorita! –grité, esperando que los conductos llevaran mi voz hasta ella antes de que se enfurruñara más. Las tortitas estarían en un segundo y el café aún no estaba listo, así que le iba a tocar esperar sentada. Trágico. Qué lástima.
Una vez las tortitas de azúcar estaban colocadas una al lado de la otra en una pulcra fila, moví el plato a la bandeja. Una, dos, tres, cuatro... ¿dónde estaba la quinta? Miré hacia el suelo en pánico, sabiendo que si le entregaba a la señorita una tortita sucia me tiraría la bandeja entera encima. Aún no había pasado, pero no podía descartar la posibilidad. Cuando me giré hacia Jeong, esperando preguntarle si es que hoy habían salido menos tortitas, descubrí la que me faltaba en su bandeja.
–Esa es mía –dije, y señalé la tortita extra que se había llevado. Jeong se encogió de hombros y cogió la bandeja, preparándose para salir.
–El señor está un poco mareado hoy –respondió, sin siquiera mirarme a la cara–. El azúcar le vendrá bien.
–La señorita va a echar de menos una, pero creo que pedírtela no me va a servir de nada, ¿verdad?
–Verdad. Pasa buena mañana, Banner.
Imbécil. Le dediqué la sonrisa más falsa de mi vida antes de volver a mi tarea y desearle que se cayera por las escaleras. Llevaba trabajando junto a Jeong dos semanas y ya desde el primer minuto nos habíamos dado cuenta de que no nos íbamos a llevar bien. La raíz de nuestros problemas de convivencia era que yo era la única trabajadora que no respondía al mayordomo, es decir, a Jeong. La única persona que podía darme órdenes era mi señora, y creo que a Jeong le molestaba mucho no poder controlarme como hacía con el resto del servicio. Tampoco me importaba. Por mala que nuestra relación fuera y por mucho que nos atacáramos de manera pasivo-agresiva, podría ser peor. Jeong podría ser como...
–¡Sadie! ¿Dónde estás? –ahí estaba. No habían pasado ni dos minutos desde que me había llamado la última vez. Suspiré, haciendo acopio de paciencia, y me apresuré a servir el zumo de frutas en su vaso favorito.
–Aún no ha salido el café, señorita –anuncié, esperando que entendiera que iba a tener que esperar. Oí como resoplaba y se quejaba a través de los conductos, y casi me la imaginé tirada en la cama teniendo una pataleta.
–Tráemelo luego, me estoy muriendo de hambre.
–Como quiera.
Obedeciendo mi comanda, cogí la bandeja y revisé una última vez que el desayuno de la señorita estuviera completo. Un vaso de zumo, un pedazo de pan con mantequilla, un huevo revuelto y las tortitas. Era el desayuno más algodón que había visto en mi vida, pese a estar destinado a alguien que no lo era. ¿Qué clase de desayuno no tiene empanadas rellenas, o judías? ¿Era así como comían los ricos? En fin. Con suerte, podría comerme el pan después de que la señorita comiera una migaja y dejara el resto en la bandeja. Todos los criados lo hacían, picar de las sobras si tenían una pinta apetecible. Al principio me pareció muy aprovechado y un poco desagradable, hasta que me di cuenta de que lo iban a tirar de todos modos. Ahora miraba los platos de la señorita pensando en cómo me iba a hinchar con lo que ella dejaba.
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honk honk
Fantasisi no consigo a ese puto payaso es posible que pierda la cabeza besties