Otoño derretido

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La estación más bonita del año, el otoño, cubría Mondstadt desde la Guarida de Stormterror hasta la Colina Silbeante, dejando a su paso árboles semidesnudos y gradientes de colores entre la vegetación. Los tonos verdosos que se resistían al cambio de estaciones contrastaban con las hojas amarillentas, anaranjadas, cobrizas y marrones que ya no sólo cubrían las desamparadas ramas de los abetos y los pinos, sino también las llanuras cercanas a los bosques hacia donde eran arrastradas. Las aves ya habían comenzado su ciclo migratorio hacia una nación más cálida, tal vez Sumeru, Natlan o Fontaine, algún lugar donde poder establecerse hasta poder volver al país de la libertad y del vino de diente de león.

Los vientos, firmes y frescos, azotaban de vez en cuando en los acantilados, donde tenían lugar las competiciones de vuelo organizadas por Amber. Era la época en la que mejores corrientes de aire había, por lo que los retos resultaban más intrépidos y gratificantes. Los aventureros y los ciudadanos más valientes en posesión de la licencia obligatoria de vuelo esperaban con ansias que la exploradora más querida por la ciudad terminara con sus preparativos para poder disfrutar de unos nunca decepcionantes desafíos en el aire.

La caballera exploradora, emocionada por tener la oportunidad de entretener a la gente con sus conocimientos de vuelo y hacer que los más pequeños se interesaran por ese hobbie cuando crecieran, se encontraba corriendo y volando de un lado hacia otro colocando globos, pelotas, y todo lo que se le pudiera ocurrir para hacer de ese un ambiente festivo. Terminó de encender unos farolillos con ayuda de su visión, trepando con cuidado para colgarlos donde quería con la idea de marcar la ruta que los participantes del reto debían seguir.

—¡Bien! Con eso ya estaría casi listo—expresó Amber con alegría, colocando sus brazos en jarra con las manos sobre su cintura. Un pequeño soplo de viento movió el lazo de su cabeza, y alzó la mirada hacia el cielo colocando una mano sobre su frente—. Espero que estos días hayan suficientes corrientes—murmuró con un leve tono de preocupación. Negó para alejar esos pensamientos de su cabeza y sonrió de nuevo—. ¡Seguro que estará todo genial! Es la nación del viento—dijo segura de sí misma. Un pequeño conejo saltó frente a ella, y la exploradora se agachó para acariciarle la cabeza con suavidad—. Tú también estás emocionado, ¿verdad?—le preguntó al animal con un tono suave para no molestarlo. El conejito movió un poco sus orejas y su nariz, antes de frotarse con su pata. Amber lo tomó en brazos y el pequeño mamífero se acurrucó contra el cálido pecho de la amable caballera de Favonius—. Empieza a anochecer y vas a tener frío, vamos a buscar a tu familia.

No era difícil para una exploradora experta como ella encontrar las pequeñas cuevas que los animales creaban alrededor de los bosques. Por eso no tardó en encontrar a la familia de aquel pequeño animal perdido. Se agachó para dejar al conejo en el suelo, despidiéndose de él cuando el recién apodado "Señor Bigotillos" se giró hacia ella moviendo su cabeza a modo de agradecimiento.

—Disfruta de tu familia y cuidalos mucho—sonrió moviendo la cabeza hacia un lado, haciendo que su lazo se deslizara hacia un costado. Cuando la familia de animalillos desapareció de su vista, alzó la mirada hacia el cielo. A veces aquellas escenas le hacían recordar a su abuelo. Él sabía lo mucho que a Amber le gustaban los conejos, por eso a veces la llevaba de exploración a buscarlos, y de paso observar otros animales que se encontraban en sus paseos.

Tan perdida se encontraba en sus pensamientos que se sorprendió cuando escuchó un ruido procedente del noreste. Se levantó con agilidad, agarrando su arco y una flecha, apuntando con rapidez hacia la zona de la que había provenido dicho sonido. Al no ver nada, bajó su arma y se fue acercando con cuidado de que no se escucharan sus pasos. La hierba crujía bajo sus botas, y el aire que parecía que se estaba levantando, dejó de soplar. Se apoyó en un árbol, asomándose curiosa al escuchar una voz, y allí la vio.

Grácil, elegante y ligera, así se movía de capitana de la compañía de reconocimiento bajo un manto de hojas y flores secas, en medio de un claro rodeado de fornidos cedros que dejaban entrever el ocaso que teñía el cielo de tonos otoñales. El color azul y blanco de su cabello y sus vestimentas hacían que su esbelta y marcada figura cobraran especial protagonismo en aquella deslumbrante escena. Si bien el paisaje era hermoso, no podía compararse con aquella belleza madura y elegante que Eula desbordaba por cada rincón de su cuerpo. Con sus brazos levantados y de puntillas sobre sus botas, giraba en el sitio como bailarina de ballet, golpeaba con fuerza las hojas como bailarina de flamenco, y la pasión apabullante de su baile recordaba a la de una bailarina de tango.

Tal vez Amber se había quedado demasiado tiempo anonadada con aquella escena, pues la mayor detuvo sus movimientos y giró su cabeza hacia el escondite de la exploradora.

—¿Me estabas espiando?—preguntó con calma, cruzando sus brazos. Amber se sorprendió, nerviosa, y salió de detrás del árbol, negando.

—¡No! Bueno sí, ¡pero no era nada raro! Estaba preparando todo para los retos de vuelo y encontré un conejito así que lo ayudé a volver con su familia, y luego escuché ruido y me acerqué a ver porque pensé que podía ser un enemigo pero luego te vi y no quise molestar, y yo no...

La suave risa de Eula le hizo callar y sonrojarse. La noble tapaba su boca con elegancia, mientras que de sus labios escapaba aquel suave y alegre sonido.

—Perdón, no pretendía burlarme. Pero pareces muy nerviosa. Parece que sí me estabas espiando mientras practicaba mi baile, así que me cobraré mi venganza—Eula siempre hablaba así, y Amber era la única que la entendía. Sabía cómo eran las "venganzas" de Eula, como aquella vez que la mayor se "vengó" de Klee dándole un helado cuando la pequeña chocó con ella, o cuando se "vengó" de Lumine invitándola a comer cuando se ocupó de unos enemigos que le correspondían a ella.

—¿Y cómo te vas a vengar?

—Baila conmigo.

—¿Yo?—Amber se sorprendió—Pero no sé bailar, y lo estabas haciendo muy bien sola, no quiero molestarte.

—Da igual, solo debes dejarte guiar por mí. Además, se necesitan dos para el tango.

Eula extendió su mano hacia Amber, quien aún se mantenía al lado del árbol que había usado para esconderse, y dibujó una sonrisa en su rostro, con una hermosa expresión relajada. Sus ojos, dorados y violetas, brillaban bajo la tenue luz del sol que estaba a punto de desaparecer en la llanura, y su blanquecina piel de porcelana reflejaba los tonos cálidos del cielo otoñal. Tomando algo de confianza y con una mano en el pecho para intentar detener los acelerados latidos de su corazón, comenzó a caminar hacia donde aquella chica se encontraba.

Las hojas crujían bajo sus botas, y el olor de las flores secas llegaba hasta sus fosas nasales haciendo que se envolviera con el ambiente. Desde la perspectiva de Eula, veía a una joven caballera que quedaba muy bien con aquel paisaje. Los colores rojizos de la ropa de Amber y su cabello castaño se confundían con la tonalidad de las hojas secas y las flores por encima de las cuales Amber estaba caminando hacia ella, levemente sonrojada y nerviosa, con las orejas de su lazo bajadas como si fuera una tímida conejita. Y ella era la única que podía ver así a aquella alegre y extrovertida exploradora que ansiaba que todos la vieran madura y capaz. Quería ser sólo ella la que pudiera disfrutar de la imagen de una avergonzada Amber que caminaba hacia ella sobre un mar de hojas marchitas y su cabello meciéndose con la brisa, con su tostada piel iluminada por el atardecer, y sus oscuros ojos brillantes por verla a ella y sólo a ella.

Amber colocó su mano sobre la de Eula al llegar a su lado, y la mayor la atrajo hacia ella de un suave tirón, rodeando su cintura con su brazo libre mientras con la otra sostenía la mano de la otra caballera. No tardó en comenzar a moverse con Amber entre sus brazos, girando con ella sin dejar de mirarla directamente a los ojos para no perderse ninguna de sus expresiones. Sus ojos curiosos, sus labios temblorosos, sus cejas arqueadas en distintas expresiones a medida que los pasos del baile cambiaban.

En comparación, Eula parecía un príncipe... no, una princesa. Una valiente princesa caballera que quería romper con las horribles ideas que los ciudadanos tenían sobre ella a causa del pasado de su familia. Una hermosa princesa caballera que la miraba como si fuera lo más precioso del mundo, que la mantenía pegada a ella con sus suaves y fuertes manos, y que la ponía nerviosa cada vez que pensaba en lo mucho que le gustaba que la tratara de aquella forma tan suave y gentil. Le gustaba demasiado ser la única capaz de ver aquella parte de Eula, de ser ella a quien dedicaba esas miradas llenas de cariño. Por eso se dejaba guiar en el baile, nerviosa por no parecer torpe, ansiosa por estar tan cerca de ella en un ambiente tan romántico.

Al terminar el baile, Amber acabó casi recostada, aguantada por Eula por su espalda y su mano, y con sus rostros muy cerca. Algunos mechones azules del corto cabello de la Lawrence caían sobre el rostro de la exploradora, y sus miradas chocaron de forma inevitable. Los ojos de Amber se desviaron a los labios de la mayor; ¿tenían bálsamo? Parecían muy suaves y blandos. Ella, por su parte, notaba su boca seca. Se relamió para mojar sus labios, y tal vez Eula lo tomó como una invitación. Se inclinó más, alzando a Amber para pegarla a ella hasta que ambos pechos chocaron, y se acercó hacia su oído.

—Aún no terminé de cobrarme mi venganza—le susurró. Las mejillas de Amber se colorearon de rojo y tragó saliva—¿Te parece bien si lo hago ahora?

—N-No deberías preguntar esas cosas así... rompe el ambiente—se quejó un poco la exploradora, escondiendo su rostro en el pecho de la Lawrence. Eula se incorporó junto a Amber, acariciando su cabeza con suavidad.

—Perdón, solo quería tu consentimiento—respondió, llevando su mano al mentón de la exploradora, alzando su rostro hacia ella para descubrir a una hermosa, sonrojada y avergonzada Amber.

—¿Pides consentimiento para cumplir tu venganza?—rió suave, ladeando la cabeza haciendo que las orejas de su lazo se movieran con gracia.

—Solo a ti—sonrió Eula al ver tan adorable escena.

No quisieron hacerse más de rogar. El sol ya se había puesto y la luna creciente asomaba entre los árboles. Pequeños puntos brillantes comenzaban a decorar el cielo, y la oscuridad cubría ya todo el bosque. Sus ojos se cerraban poco a poco a medida que sus rostros se acercaban. La mano de Eula que anteriormente sostenía la barbilla de Amber viajó hacia su mejilla, acunándola, y la otra se mantuvo en la cintura de la exploradora. Las manos de Amber se deslizaron desde los hombros de Eula para rodear su cuello, alzándose un poco para acercarse más a ella hasta que sus labios se unieron en un baile lento como un vals donde, para no variar, la joven exploradora se dejaba llevar por la capitana.

Los labios de Eula eran suaves y blandos, algo fríos al igual que visión cryo. Los de Amber eran pequeños y suaves, cálidos como su visión pyro. Los labios de ambas se movían con suavidad, con gentileza, como si se estuvieran derritiendo por la mezcla de elementos. Aún cuando no les quedaba aire, comenzaron otro beso, y otro después de ese, estrechándose la una a la otra entre sus brazos como si necesitaran de su calidez en aquella gélida noche de otoño. El viento comenzaba a levantarse, haciendo que tuvieran que detener sus besos, pero se fundieron en un abrazo, negándose a romper aquel contacto entre ambas. Amber tenía mucho que decir, era sorprendente que llevara tanto tiempo tranquila, pero ni quería romper el ambiente ni le quedaban fuerzas para hablar. Sus piernas temblaban, y se encontraba adormecida por la calidez de Eula y el olor de las hojas secas situadas bajo sus pies. Lawrence la tomó en brazos al notar cómo la exploradora dejaba su peso sobre ella, y acarició su espalda.

—Volvamos a casa. Otro día me vengaré por dormirte encima de mí—le susurró. Amber asintió ya medio dormida, abrazada a la mayor, y la capitana comenzó a caminar hacia la ciudad.




—Lumine, ¿has visto eso?—Paimon susurró flotando sobre el hombro de la viajera, quien veía la escena escondida encima de un árbol.

—Sí, parece que Amber lo logró—la rubia se alegraba, era consciente de que a su amiga le gustaba aquella extraña caballera de la nobleza. Luego miró a Paimon—. Te dije que lo conseguiría—dijo extendiendo la mano hacia la comida de emergencia. Paimon se quejó pateando el aire, pero suspiró sacando una bolsita de mora y dándosela a Lumine.

—¡No es justo! ¡Debes invitar a Paimon a comida!

—Sí, sí. Mañana vamos a comer a Liyue—respondió la caballera honoraria comenzando a caminar, seguida del hada flotante.

El otoño en Mondstadt era sin duda una estación llena de colores, bailes, viento y amor.


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Y hasta aquí puedes leer ¡Espero que os haya gustado!

Misy

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