Capitulo 34|Duendecilla.

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Hoy, lunes, 23 de diciembre hay que ir al instituto y eso que queda nada para las vacaciones.

Menos mal que este año ya terminó.

Recorro los pasillos como de costumbre, ya que me se el instituto como la palma de mi mano y cuando llego a clase (tarde, porsupuesto...) Me doy cuenta de que el único asiento libre es el que hay al lado de Izan.

Mierda.

— Siéntese.— Dice el profesor de matemáticas que a venido nuevo.

— No hay sitios.— Digo, aunque se ve perfectamente el sitio que hay al lado de Izan.

—  Claro que lo hay, señorita...— Dice esperando a que le diga mi apellido y una vez se lo digo, termina de hablar.—  Señorita Jhonson.

— Oh... no lo había visto, disculpe.— Le digo.— Problemas con la vista.— Digo riéndome, mientras intento hacerme la despistada.

Voy directamente hacia el sitio que hay al lado de Izan y con algo de miedo, me siento a su lado.

— Hola.— Me saluda.

— Ho..hola.— Digo enseguida.

No quiero que se enfade.

— Después de clase, quiero hablar contigo.— Dice y esas son las últimas palabras que dice en toda la clase.

¿Donde está Ian?

— Voy al baño.— Le digo al profesor cuando quedan na más que dos minutos, para que termine la clase.

— No puede ir, esperese.— Dice seriamente y vuelvo a insistir.

— Por favor... me duele mucho.— Le digo.

— ¿Tiene usted la regla?— Pregunta mirándome fijamente.

— ¡Si!— Chillo, aunque se que es mentira.

— Pues entonces, puede ir al baño.— Dice y rápidamente me levanto y salgo por la puerta.

La campana comienza a sonar, indicando que las clases an terminado, así que comienzo a correr hacia la salida del instituto, ya que no he ido al baño.

Oigo unos pasos detrás de mi, así que decido acelerar más mis pasos, hasta que tropiezó con algo y caigo de culo al suelo frío y duro que hay justo enfrente de la puerta de salida.

¡Me quedaba nada por salir!

— ¿Por que corrias?— Pregunta, cuando llega a mi lado.

— ¿Que quieres de mi?— Pregunto, ignorando su pregunta.

— Hablar.— Dice simple.— Y pedirte disculpas.— Añade, arrodillandose hasta mi altura.

— Sueltala.— Dice la voz que conozco perfectamente.

— Solo quiero hablar con ella.—
Sentecia, mientras que se levanta de mi lado y lo mira fijamente a los ojos.

— Me da igual lo que quieras.— Dice Ian seriamente y apretando la mandíbula.

Como siga así... se va a romper los dientes.

Solo. Quiero. Hablar. Con. Ella.— Dice palabra por palabra, Izan.

— Y. Yo. No. Quiero.— Lo imita Ian.

— Yo tampoco quiero...— Susurro levantándome del suelo, pero cuando apoyo el pie, me quejo del dolor.

¡Me he torcido el tobillo!¡Perfecto!

— ¿Que te duele?— Pregunta enseguida Ian.— Ven aquí.— Dice abriendo los brazos, hacia mi dirección.

Anda que me deja contestar...

— Me duele el tobillo.— Lloriqueo y como puedo comienzo a andar hacia el, pero Izan me agarra del brazo, antes de que pueda llegar a los brazos de Ian.

— Quieta.— Ordena y me giro para verlo.

— ¿Que quieres?¿Perdonarme? Pues ya está, te perdono. Ahora dejame en paz.— Le digo, para después soltarme de su agarre.

— ¿Donde vas con el?— Pregunta.

— Donde no te importa, pesado.

Al final llegó a los brazos de Ian y cuando apoyo la cabeza en su pecho, el me rodea con sus fuerte y musculosos brazos.

— Ya está...— Me susurra, mientras me da un beso en el pelo.— Déjalas tranquila.— Dice con una voz fría y alta.

Da miedo.

— Si yo fuera tu... le haría caso.— Digo sin despegar la cabeza de su camiseta negra.— Solo es un consejo.

— Ya nos veremos.— Dice Izan y luego escucho sus pasos alejándose de donde estamos.

Nos nos vamos a ver... mañana es noche buena y hoy es el último día de instituto...

Hasta para eso es tonto.

— Vamos.— Dice Ian y ahogo un grito, cuando me coge en brazos por sorpresa.

— Puedo andar solita.— Le informo.

— No mientas, duendecillo.— Dice y aunque mi cabeza este enterrada en el hueco de su cuello, se que esta sonriendo.

— Hueles bien.— Comento.

— Lo se.

— ¿Donde vamos?— Pregunto con curiosidad.

— ¡Al infinito y más allá!— Dice euforicamente.— Es mentira, vamos a la enfermería.— Dice y gruño.— ¿Que te pasa, duendecilla gruñóna?— Pregunta riéndose.

— No quiero ir...— Lloriqueo.— Quiero ir a casa.— Sentecio.

— ¿La tuya o la mía?— Pregunta.

— La tuya.— Contesto.

— Ya la vez como si fuera tu casa.— Dice de forma burlona.

— Lo siento, pero es lo más parecido que tengo a una casa... en la mía está mi madre y ese.— Le digo.

— Algun día tendrás que enfrentarlo...— Dice y saco mi cabeza de su cuello para mirarlo a los ojos.

— Algún día.

— Me gusta que te sientas como en casa, conmigo.— Dice, mirando al frente.

— ¿Entonces... donde vamos a casa o a la enfermería?— Pregunto con algo de inseguridad en mi voz.

— A casa, duendecilla.

— ¡Bien!— Chillo.

— Eres bastante chillona...— Dice como si estuviera pensado y luego sonrie con picardia.

— Algo.— Digo intentando descifrar lo que está pensando.

— Umm... interesante dato.

— Supongo.— Digo, cuando me ayuda a meterme en la parte del copiloto de su coche.

— ¿Siempre lo eres o solo cuando quieres?— Pregunta, cuando ya está sentado en el asiento del conductor.

— Supongo que siempre.— Contesto, poniéndome el cinturón.

Sonrie, pero no una sonrisa amable, si no de esas que esconde algo y no lo quieren decir.

— Vamos a casa, duendecilla chillona.— Dice, para después poner el coche en marcha y comenzar nuestro hacia su casa que está compartiendo conmigo.

Muy amable el.

— ¡Mañana empiezan las vacaciones!— Chillo emocionada.

— Lo sabía.— Se Susurra para si mismo, pero consigo escucharlo.

No digo nada y dejo que hable solo, mientras me lleve a su casa...

La Chica De La Apuesta.✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora