Tormenta familiar

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Ablandados por la urgencia de Paris, los Capuleto aceptaron otorgarle la mano de Julieta y fijar sin más, para el jueves siguiente, la boda. Era lunes y había que correr. Romeo trepó esa noche por la escalera de cuerdas al cuarto de su esposa.

Y el tiempo de los amantes voló, por más intentos que ellos hicieran por apresarlo. El amanecer los sorprendió en el balcón. Era el adiós.

-El alba está lejos -intentaba engañarse julieta-. Estoy segura de que el pájaro que escuchamos cantar era el ruiseñor, y no la alondra.

-Era la alondra, que anuncia el amanecer -dijo tristemente Romeo-. Las luces de la noche se apagaron y el día asoma detras de los montes. Yo debo irme ya y vivir lejos, o bien quedarme y esperar aquí la muerte. Pero si tu deseo es que me quede, entonces digo: no es la alondra la que rasga con su encanto la bóveda del cielo.

-Es mejor que te vayas. Ya no me parecerá dulce el canto de la alondra. Será áspero y amargo, porque hoy nos separa -se lamentó Julieta.

-Lo que ahora sufrimos, en el futuro sólo será un recuerdo -quiso consolarla Romeo.

-Eso quiero, pero veo feos presagios. Estás pálido como un recuerdo -dijo Julieta.

Las manos y los brazos de Romeo y Julieta parecían imantados. La despedida era cruel. Finalmente, Romeo bajó velóz la improvisada escalera. Y,enseguida, la señora Capuleto entró en el cuarto. Se sorprendió que su hija ya estubiera levantada. Pero no le sorprendió ver sus ojos inundados de lágrimas: pensaba que sufría por la muerte de su primo.

-No llores tanto por Tibalado, sino por el villano que lo mató, Romeo, sigue vivo.

-No estaré contenta hasta ver muerto a Romeo -mintió Julieta-. Y si es necesario, vengaré a mi primo. Si alguien procura el veneno, yo me encargaría de que el Montesco lo tomara.

Entonces la madre, le anunció sus nuevas: el jueves, en la iglesia de San Pedro, sería la boda con el conde Paris. Julieta, que nunca había contradicho a sus padres, estalló.

Dijo que mil veces preferiría casarse con Romeo, a quien odiaba, que con Paris, quien ni siquiera la había cortejado.

-Dile esto mismo a tu padre, que viene tras de mí -contestó la madre. Y así era, el viejo Capuleto acababa de entrar al cuarto.

-¿Qué? -preguntó-. ¿Le diste la noticia?¿No se siente agradecida?¿No está orgullosa?

-Orgullosa, no. Pero sí agradecida. No se puede sentir orgullo por lo que no se ama, pero sí agradecimiento si una puede servir con amor su odio -respondió Julieta.

-¿Qué es esto?¿Un trabalenguas?¿Una adivinanza? -tronó Capuleto-. ¡Sea lo que sea, prepara tus piernas para ir el jueves con Paris a la iglesia, o te arrastraré hasta ahí de los pelos!

Julieta se puso de rodillas y suplicó.

-Faltan tres días -respondió el padre-. Si para entonces no cambiaste de opinión, juro que vas a morir en la calle como una mendiga, y yo mismo me voy a ocupar de que nadie te asista.

Y salió del cuarto.

Las tres mujeres se quedaron escuchando cómo se alejaban sus fuertes pisadas. Pero la señora Capuleto tampoco quiso escuchar los ruegos de su hija. Se desprendió de las manos de Julieta y se fué.

Solo quedaba allí la buena nodriza, tal vez su última aliada. Sin embargo, la señora pensaba que era mejor aprovechar la oportunidad: tal vez Romeo no volvería nunca de su exilio, tal vez olvidara a Julieta. Por otra parte, él no podía competir con un noble de tanto linaje como Paris.

Cuando entró al monasterio, a la mañana siguiente, el noble Paris se despedía del monje, felíz porque el jueves se cumpliría su deseo. Saludó a Julieta con un beso en la mano y se fue. Una vez a solas con el cura, la muchacha dijo:

-Uniste las manos de Romeo con las mías. ¿Cómo podrías hacer lo mismo, con otro? Yo nunca podría traicionar al hombre que amo. Y antes de entregarme a otro, prefiero que un puñal se clave en mi pecho.

Entendió que el fraile que Julieta tenía los sentimientos y las razones de su lado. Pero su boda con Romeo era un peligroso secreto que no podía ser revelado. Había que buscar un argumento poderoso, que evitara un segundo matrimonio. Sólo se le ocurrió uno: la muerte.

-Si en lugar de matarle, como has dicho, te animarías a fingir la muerte, quizá podríamos escapar de esta trampa -dijo el fraile, después de un largo silencio.

-Me aventuraría sola de noche por los caminos de ladrones, me ocultaría en un nido de serpiente o me arrojaría a una tumba con un cadáver hediondo antes de casarme con Paris -insistió Julieta.

Fray Lorenzo urdió un plan.
Julieta debia volver a su casa y fingir que finalmente había consentido en casarse con Paris. Y, por la noche, cuando estuviera sola, bebería el líquido de una pequeña botella que él le daria, hasta que no quedara una sola gota. Sentiría un frío soporífero y su pulso se detendría. Mostraria toda la apriencia de una muerta. Y el efecto duraría dos días.

-Te vas a despertar como de un dulce sueño. Pero antes de eso, te van a llevar, vestida de gala, en un féretro descubierto, a la antigua crípta de los Capuleto -continuó el fraile-. Mientras tanto, le mandaré a Romeo un mensaje, contándole nuestro plan. Cuando tus familiares hayan abandonado la cripta, dolidos por la pérdida de la única hija Capuleto, Romeo y yo vamos a vigilarte hasta que despiertes. Esa misma noche, él te llevará a Mantua. Creyéndote muerta, nadie los molestará por el resto de sus vidas.

Julieta fué a Qu casa y siguió al pie de la letra las instrucciones del fraile. Engañó muy bien a sus padres fingiendo arrepentimiento. Y, cuando estuvo sola, alzó ante sus ojos el frasquito con la extraña pócima. Sintió miedo, entonces.
¿y si el fraile le habia dado un veneno, con el fin de matarla para que Qu boda con Paris no lo condenara ante Dios, ya que él había sido el testigo de su unión sagrada con Romeo? Pero, al mismo tiempo, aquella botella, ese plan truculento, eran el único camino hacia la felicidad. Pensó en Romeo. Y bebió.

Romeo y JulietaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora