La gala voladora:

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A la mañana siguiente, Sally nos preparó el desayuno. Estelle se rio histéricamente de nosotros. Paul so ofreció a prestarnos su coche, pero considerando nuestra suerte con los últimos... ¿veinte? Coches que habíamos usado, declinamos la oferta.

Sally nos abrazó a todos y nos deseó suerte, le entregó un envase lleno de galletas azules a Percy, no sin antes darnos algunas al resto.

—Cuando regrese no voy a soltarte nunca—dijo Percy mientras luchaba contra sí mismo para intentar dejar a Estelle en los brazos de Paul, pero parecía incapaz de realizar dicha tarea.

—Cuando termine toda esta locura y tú crezcas—le dijo Percy a Estelle—, me voy a encargar de conseguirte un sitio en la caza de Artemis.

Sally negó divertida con la cabeza.

—Percy, déjala vivir su vida.

—Pero mamá—dijo Percy—. Piénsalo, sería parcialmente inmortal, viviría en la naturaleza y no tendríamos que preocuparnos por estúpidos chicos que quisieran pretenderla.

Paul se rascó la barbilla.

—En realidad, me agrada la idea.

Percy se volvió para verme.

—Tu me apoyas, ¿verdad Arty?

Me reí, pero negué con la cabeza.

—Lo siento, pero por mucho que me gustaría tener a Estelle en la caza, creo que eso interferiría en su destino de dominación mundial.






El lado bueno, había dejado de llover y había quedado una mañana húmeda y calurosa de junio. Lu, Meg, Percy y yo nos dirigimos al East River a pie, escondiéndonos de callejón en callejón hasta que Lu encontró un sitio que pareció satisfacerla.

Junto a la Primera Avenida había un bloque de pisos de diez plantas que estaba siendo sometido a una reforma completa. Su fachada de ladrillo era un armazón hueco, y sus ventanas, marcos vacíos. Recorrimos a hurtadillas la callejuela de detrás del solar, saltamos una valla metálica y encontramos la entrada trasera bloqueada únicamente con una tabla de madera contrachapada. Lu la rompió de una fuerte patada.

—Después de vosotros—dijo.

Observé la oscura entrada.

—¿De verdad es esto una buena idea?

—Soy yo la que tiene que caerse de la azotea—murmuró ella—. Deja de quejarte.

El interior del edificio estaba reformado con andamios metálicos: escaleras de mano que llevaban de un piso al siguiente. Qué bien. Después de la torre Sutro, me encantaba encontrarme con más escaleras. Rayos de sol hendían el interior hueco de la estructura y levantaban nubes de polvo y arcoíris en miniatura. Encima de nosotros, el techo todavía estaba intacto. Una última escalera de mano ascendía de la grada superior de andamios a un rellano con una puerta metálica.

Lu empezó a subir. Se había vuelto a poner el disfraz de revisora de tren, de la misma manera que Meg había recuperado sus ropas de semáforo para no tener que dar explicaciones a Nerón sobre el cambio de vestuario. Yo las seguía a ambas con la ropa deportiva que me había dado Sally, y Percy serraba la marcha con una camisa naranja del Campamento Mestizo.

En cada piso, Meg se detenía a estornudar y sonarse la nariz. Lu hacía todo lo posible por no acercarse a las ventanas, como si temiese que Nerón fuese a salir de repente de una y gritar: Boare!

Las pruebas de la luna: La Torre de NerónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora