Parada en medio de la playa, con el agua hasta las rodillas, observando el horizonte, donde el sol converge con el océano, Diana recordaba como todo solía ser. Cuando todo en su vida era perfecto.
Cuando era niña, le gustaba correr por los campos dorados del jardín. Era un lugar donde podía relajarse, alejarse de todas las responsabilidades que tenía, descansar y jugar con las criaturas que padre creaba, aquellas que no le harían daño alguno.
En esos campos conoció a Samael, un chico alegre y valiente, con ojos blancos y brillantes cual estrella. Él estaba con otro chico y una niña, sus hermanos, ambos con los mismos ojos de estrella, supo que eran diferentes, más especiales que el resto.
Cuando le preguntó a su padre sobre ellos, él le explicó por qué eran tan diferentes a los demás ángeles, que era lo que los hacía tan especiales, únicos.
Pero también le aclaró que ella era aún más especial, más fuerte, mejor.
Después de eso comenzó a verlos más seguido, a jugar en los campos, correr, hablar, conocerse mejor, disfrutar de las vistas en las cascadas plateadas. Siempre estaban juntos y siempre compartían todo, eran felices.
Crecieron juntos, como una familia, como un equipo. Eran los mejores, su padre estaba orgulloso de todos ellos...
Ellas los amaba a los tres, con todo su ser...entonces... ¿entonces por qué?
¿Por qué se volvieron contra su padre, por qué los traicionaron?
Fue tan repentino. Un día llegaron solo los dos hermanos, solos, gritando cosas que ya no recordaba, convenciendo a otros de unirse a ellos. Pretendían derrumbar todo el lugar, hacerlo pedazos, pero padre no lo permitió, se interpuso en su camino, le puso un fin a la revuelta, más no pudo matarlos, no a sus preciadas creaciones, esa siempre había sido su debilidad.
En su lugar los desterró a todos, al mundo mortal, aquel creado por él, pensó que era lo mejor.
Diana jamás creyó que se pudiera equivocar.
Pasado un siglo volvieron, más fuertes, con más aliados, hijos, híbridos entre humanos y ángeles.
Iniciaron una guerra que hizo retumbar los cimientos del reino, casi llevándolo a su ruina.
Nuevamente su padre les puso un alto, molesto y decepcionado. Esta vez, los castigó severamente; al mayor lo desterró del plano terrenal, encadenándolo al abismo, usando cadenas imbuidas en su poder para que no pudiera romperlas. A Samael, lo devolvió a la tierra, con la amenaza de que nunca volviera a pisar ese lugar, condenándolo a vagar por el mundo de los humanos, hasta que su alma se corrompiera por completo y desapareciera.
Ella intentó ayudarlo, suplicó por un castigo menos severo, pero su padre no escuchó razones y para evitar que ella hiciera algo a sus espaldas, como lo había hecho la menor de los hermanos, le asignó a sus mejores arcángeles para que la vigilaran.
Ahora estaba sola de nuevo. Ya no le quedaba nadie con quien estar y los campos dorados, esos donde podía relajarse, ser ella y olvidarse de todo, habían desaparecido, reducidos a cenizas, Samael los destruyó, pues no quería tener ningún lazo sentimental con ese lugar.
¿Por qué tomaron ese camino? ¿Qué les había sucedido?
¿De dónde había venido toda esa ira y odio?
¿Dónde habían quedado esos ojos claros como estrellas?
No sabe cuánto tiempo pasó después de eso, pues entre sus responsabilidades y reconstruir lo que quedaba de su hogar, perdió rastro de Samael y de sus seguidores. Por un momento sintió que todo podría volver a la normalidad, bueno, al menos eso fue hasta el fatídico día. Cuando de la nada, sin una razón o explicación, su padre desapareció, su presencia y magia se desvanecieron sin más, murió.
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Pandora
Ciencia FicciónBajo las sombras de un mundo en caos, aquel que nació al abrirse la caja, poco a poco se libera de sus cadenas. Un ángel caído busca la forma de detenerlo. Los demonios poco a poco invaden la superficie. El cielo ha caído. Al final de este guerra e...