Jamás he sentido que Dios tenga algo para mí, no cuando he pecado más de las veces que podría contar y desde el momento en que nací. Ese el que me juraban que me protegería y salvaría me ha abandonado, su imagen de luz retratada por todos aquellos que esperan liberarse de la suciedad de sus almas, aquel que los guiara a una vida mejor, para mí no representa más que oscuridad. Porque él me hizo esto, Dios me ha encadenado a lo que soy y es algo que no le perdonaré jamás.
Es entonces que deje de creer, pero eso no hizo las cosas mejores. Yo ya era el raro, el defectuoso, el que no debía haber nacido porque en cualquier momento podría causar una desgracia en la vida de todos, un bastardo marginado y con el tiempo aprendí a darles la razón. Siempre tuvieron razón.
Pero él no me hacía sentir así. Por más que yo no dijera mucho, y expresará aún menos, el siempre estuvo ahí. Al comienzo su inocencia y desconocimiento acerca de mí me alivio porque por primera vez me sentía puro a través de los ojos de alguien. Estaba seguro de que me dejaría pero no lo hizo y con eso terminó de condenarme.
No importa cuántas veces me diga que no hay nada de malo conmigo, que me quiere y que jamás lo decepcionaría. Sé que está mintiendo porque lo sabe, sabe que soy un monstruo y me miente como todo el mundo para hacer que me castiguen una y otra vez, para humillarme y hacerme creer con sus ojos cargados de cariño y suavidad que todo va a ser como dice. No le importa mentirme, como tampoco le importa estar cometiendo el peor de los pecados y ser el que me arrastrará a ahogarme en mis límites.
No puedo parar. Ya no puedo. Te odio pero iría siete veces al infierno si me lo pidieras. Solo si me miras una vez más, Lee Jeno.