Capítulo 21

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Para angie. ang18, feliz cumpleaños !!!!

Nydia

La sala parecía enorme desde este lado del cristal, bueno, no se si sería cristal lo que nos separaba de los de los palcos, es solo una expresión. Como decía, la sala parecía mucho más grande de como me la imaginaba, quizás sería por estaba sola allí dentro. No sabía cuanto duraría eso, así que curioseé con rapidez.

La puerta de acceso daba directamente con un extremo de la mesa, quedando a cada lado tres de los seis tronos, y al frente, el que pertenecía a la corona blanca. ¿Qué cómo sabía eso? Pues porque parecían de piedra, pero cada uno de ellos tenía la tonalidad de su casa; rojo, naranja, amarillo, blanco, verde, azul y violeta, ese era el orden de izquierda a derecha.

Pasé la mano por el trono rojo, pero no pensando en que no tenían un representante que pudiera sentarse allí, sino en Rigel. ¿Estaría bien? ¿Habría despertado? Tenía la esperanza de que su piedra volviese a brillar en ese rojo rubí que había imaginado. ¿Y si era así? ¿Podría reclamar el trono? Sacudí la cabeza quitándome esa idea de la cabeza, Henrry también tenía una piedra roja y él no estaba aquí, representando a los suyos. No sé dónde lo escuché, pero me parecía que el representante rojo era elegido por ambos pueblos rojos.

No pude pensar más sobre ello, porque una especie de pitido sonó en la puerta por la que había accedido, Estaba segura de que alguien iba a entrar, así que corrí para acomodarme en mi sillón o trono azul. Estaba a punto de sentarme en él, cuando algo, llamémoslo escudo de fuerza, me lo impidió, haciéndome rebotar y quedar de nuevo en pie.

—Solo reconoce al rey vigente, en este caso el saliente. —Me informó Ruben. Su mano me señaló con cortesía y elegancia el espacio tras el trono, así que me dirigí hacia allí seguida por él.

—Pero está muerto. —Le recordé. Hizo un gesto extraño, como una mueca.

—Tampoco antes podía ocuparlo, fue desterrado a perpetuidad por el Consejo de los Altos por los crímenes cometidos contra su propia familia. —Su expresión decía mucho más que sus palabras.

—No te caía muy bien. —Él se sintió sorprendido, supongo que siendo político no estaba acostumbrado a que la gente fuese así de directa. Pese a su reticencia inicial decidió contestar.

—Es...era el rey, todos le juramos obediencia y fidelidad, pero... eso no quiere decir que estuviese de acuerdo con su forma en que mantenía la corona. —Sabía que había algo más que no se atrevía a decir, así que lo verbalicé por él.

—Sus intereses no estaban con su pueblo, sino con él mismo. —Creo que le asustó lo que dije, ¿temería que pudiese leerle el pensamiento? —Pero eso va a cambiar, Ruben, y tú me vas a ayudar a hacerlo, nadie mejor que un azul para conocer las necesidades de otro azul. —Una tímida sonrisa apareció en su rostro.

—Haré lo que pueda, alteza. Aunque no me he preparado para ocupar este puesto, habrá procedimientos, trámites... cantidad de cosas con las que pueda fallar. —Posé mi mano en su brazo para tratar de trasmitirle algo de confianza.

—Yo también soy nueva en esto, Ruben, así que simplemente tratemos de hacerlo lo mejor que podamos. —Él asintió un poco más relajado, o eso creí, porque soltó el aire que parecía pesarle dentro del pecho.

Otra vez el pitido sonó sobre la puerta, advirtiendo de la llegada de otra persona. Como pudimos comprobar era de la casa violeta, y no lo digo por sus ropas, o porque se presentase como tal, sino porque sin decir nada se sentó en el sillón violeta y este no le rechazó. No necesitaba más explicación, él era el rey saliente. Pero no llegó solo. Además de con el que debía ser su consejero, dos personas más quedaron en la parte de detrás del trono violeta, y las conocía a ambas: Columbia y ese tal Du Cort. Los ojos de este último se posaron en el broche que lucía en mi ropa. Su sonrisa brilló triunfadora, aunque no se me escapó que él no había sido el único en verlo. Columbia sabía lo que significaba, y no le agradó nada, al menos es lo que me decía su mirada asesina. Aunque no sabría decir si me odiaba más a mí o a Du Cort. Creo que en ese momento se había dado cuenta de que yo estaba allí por culpa de él. Bien, que se peleen hasta matarse, no eran mi problema.

Poco a poco atravesaron la puerta los representantes de cada pueblo, o color, o casa, como los llamaba Silas. Sí, mejor casa, es más fácil de imaginar. Como decía, cada rey ocupó su trono, a su lado su consejero, y detrás de cada trono esperaban los que serían sus sucesores. El único que quedó vacío fue el trono blanco, algo que me extrañó.

No es que estuviese en primera fila, pero por los laterales del trono podía ver como se iba desarrollando todo el asunto, aunque en más de una ocasión recurrí al alto respaldo del trono para ocultarme de la vista de las personas del otro lado de la mesa. Me sentía como un mono de feria. Pero era normal, yo era la gran novedad, la gran atracción.

El silencio se hizo en la sala, lo que me hizo mirar hacia el centro. De todos los reyes, uno, el de la casa naranja, se había puesto en pie.

—Hermanos, ha llegado el momento de abrir la última sesión del Consejo de los Altos. El nuevo ciclo está llegando. Es por ello que pido vuestro beneplácito para disolver la este supremo órgano regente. —Uno a uno todos los reyes se pusieron en pie, casi al unísono estiraron una de sus manos y la mantuvieron suspendida sobre un punto de la mesa que se iluminó. Era como un cuadrado de luz con la tonalidad de cada casa. Supongo que era algo tecnológico, y no magia, lo que hizo que una enorme pulsera de luz apareciese flotando entorno a la muñeca de cada rey, o mejor dicho, alrededor de su brazalete. Ese chisme sí que tenía utilidades.

Un enorme contador apareció flotando en el centro de la mesa, como a un metro sobre ella, lo que me hizo mirar hacia arriba. Allí, apareció una cifra 0%. A medida que la mano de cada uno de ellos se posaba sobre el cuadrado de luz, el número iba creciendo hasta quedarse en el 66,67%. Las matemáticas estaban claras, era el porcentaje de reyes presente en ese momento.

—La combinación de la luz de estos colores da como resultado la luz blanca. —La voz provenía de la mesa, pero me resultó familiar, como si fuese mi profesora del colegio explicando las propiedades de la luz. Ya saben. En la retina del ojo humano hay un tipo de células llamadas conos que son sensibles a la luz, estos hacen posible la visión de los colores. Hay tres tipos de conos: unos que presentan una sensibilidad máxima para las longitudes onda más largas; los conos rojos. Otros con mayor sensibilidad a las longitudes de onda medias; los conos verdes. Y otros con mayor sensibilidad a las longitudes de onda más cortas; los conos azules. La combinación de estas tres luces básicas en una mayor o menos proporción da lugar a la visión tri-cromática que poseen la mayoría de las personas y mediante la cual se abarcan todas las tonalidades del arco iris. Combinando las tres luces básicas (roja, verde y azul) de dos en dos se obtienen luces de otros tres colores del espectro visible (amarillo, magenta y cian) y combinando las tres luces se obtiene luz blanca.

Un cuadrado de luz blanca apareció en el extremo de la mesa. El representante naranja se desplazó hasta ese lugar, para extender su mano sobre el cuadrado. El aro de luz volvió a circundar su brazalete, solo que en esta ocasión era de color blanco.

—La corona blanca toma el control del Consejo, y como manda la ley, procedo a su disolución. —Uno a uno los reyes y sus consejeros abandonaron sus posiciones para pasar a la parte trasera de los tronos y empezar a desfilar hacia la puerta.

No quise mirar hacia el trono violeta, así que me giré hacia el otro lado, gran error. Si Columbia me parecía una víbora fría, el hombre que me observaba desde la retaguardia del trono verde consiguió helarme la sangre. Era alto, grande, de complexión robusta y fibrosa. Su atuendo sobrio, aunque lujoso, gritaba militar. Si lo sumábamos a su aspecto físico, a esa manera de clavar sus ojos sobre mí, no auguraban otra cosa que no fuera pelea, y él tenía toda la intención de ganar.

Pero fue una breve vacilación de su mirada, un segundo en que sus ojos se desviaron detrás de mí para luego regresar, lo que me dijo algo que me estremeció aún más. Si los nuevos representantes que tenía a mi espalda eran los del trono violeta, estaba claro que este tipo había hecho contacto visual con uno de ellos. Solo había dos opciones, o Columbia o Du Cort. Si este último había hecho su movimiento conmigo para conseguir el voto azul, la única otra persona que había tratado de conseguir mi trono era Columbia, y si tenía que apostar, diría que se había buscado un aliado verde.

En ese momento sentí una losa fría aprisionándome por cada lado. Estaba en medio de dos casas que habían unido esfuerzos para conseguir lo que yo tenía. ¿Iban a conformarse con el resultado? Volví mi mirada hacia Columbia para leer la respuesta en sus ojos: no, no iban a hacerlo. Militares, hienas políticas... Lo único que tenía a mi favor era al equipo de la ciencia, esperaba que eso fuese suficiente, porque si no la lucha iba a realmente desigual.

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