Capítulo 1

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Adam

¿Quién dijo que el sexo te haría llegar a sentir como un Dios?

Brazos me recorrían la mandíbula, caricias descuidadas, perfume femenino a Dior me envolvía en una bruma sutil decorada con un toque de marihuana, mas no me producía nada. Mi corazón latía acompasado, esperando... ¿pero esperando a qué?

¿A quién más bien?

Ese pensamiento automáticamente me hizo reaccionar, no las uñas de gel borgoña, acompañadas de una cruz de perlitas en el dedo índice, de la morena que intentaba colar su mano dentro de mis pantalones recién planchados.

─ Señor Ryder, ¿puede dejar de hacer tanto ruido por favor? ─carraspeó mi chófer, ocultando su incomodidad con gran decoro.

─ Pero si yo no estoy haciendo n...

─ No, déjalo John, que haga lo que quiera, como si se quiere follar a un equipo de fútbol entero, a mí me la suda.─ Marie se retocó el lip gloss mientras soltaba veneno de su boca millonaria.

Yo me distancié de las gemelas Rose, rodando los ojos.

─ Cariño, no seas exagerada.─ le imploré.

─ No, te he dicho que no pasa nada. ─ Cerró su espejo compacto con un movimiento brusco.─ Tú sigue, como si yo no existiera.─ insistió, aireada, alzando la barbilla, sus mechones rojos delineando su rostro de pecas ─camufladas con maquilaje cuyo precio podría alimentar perfectamente a una familia entera─.

Dejé escapar un suspiro, cansado de sus tonterías de niña inmadura, cuando noté un tirón en el cuello de la camisa del uniforme, blanquísima como la nieve, pulcra, y que olía a detergente caro.

─ ¿No quieres seguir? ─ronrroneó la chica número uno, vestida con un top y mini falda de satén naranja brillantes.

─ Eso, yo tengo ganas de que continúe la fieeesta.

Paseó sus nudillos por el filo de mi mandíbula la hermana número dos, quien llevaba un flequillo extremadamente liso.

─ ¿Me veis con cara de tenerla dura? ─les enarqué una ceja, con cierto aire susceptible.

─ Mmmm...no.─ dudó, nerviosa de repente, la muchacha de las garras de gato, solidificadas y de estética tenebrosa. La cruz esa tan puntiaguda de verdad me daba ganas de correr.

─ Pues eso, móntatelo con otro.

Aparté completamente su brazo, aprovechando de forma inteligente el factor sorpresa, y ella abrió y selló su bocota ─pintada de un tono rojo oscuro─ en un minisegundo, anonadada y bien indignada a la vez.

─ ¿Y yo?

Me giré hacia la del flequillo, quien debió entender la expresión de apatía y agotamiento que llevaba encima y desistió amablemente, sin comentario o queja alguna.

Ambas decidieron recolocarse en sus asientos para que sus piernas desnudas ya no me rozaran, o en el caso de la japonesa atrevida, sus uñas considerablemente afiladas; y lo agradecí en mi fuero interno de aquí a la Luna.

Tenía una cantidad aceptable de autocontrol, pero esas chiquillas se habían autoimpuesto tentarme y tener algún rollo informal conmigo como deseo final antes de morir apuñaladas por mi novia, quien por cierto paró de dedicarles miradas "raras" al instante.

Ya no respiraba como un volcán en erupción, a punto de explotar en cero coma y echar lava por las orejas.

Qué bien hablas de tu futura esposa.

Dulce odioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora