La primera vez intentó saltar por la ventana.
Inconsciente de lo que hacía, subió torpemente el barandal del balcón y mantuvo el equilibrio por más de dos minutos, mirando a la nada y al mismo tiempo algo que no supo describir. El viento golpeaba con violencia su rostro, agitándole los mechones de oscuro cabello que una vez estuvieron quietos, inertes.
¿Su excusa al ser encontrado? Alego querer tomar aire fresco, a mitad de una fuerte tormenta que azotaba descontrolada la ciudad desde hace días.
Reprochó su 'yo' interno por ser cobarde, de no terminar con lo empezado.
Paró de comer. Más allá de los dulces que le ofrecían, o las comidas a restaurantes caros, nada parecía abrirle el apetito al de piel pálida que fue bajando progresivamente de peso, ganándose un traslado urgente a emergencias cuando se desmayo a mitad de la calle.
Un mes pasó desde el incidente que todos olvidaron, cada uno volviendo a sus vidas normales.
En una visita fue encontrado desplomado en el suelo de la cocina, bajo una soga que se soltó al ser mal atada y una silla de madera a unos metros, rota.
No logró más que recibir un golpe que lo dejo inconsciente.
Las píldoras para la depresión parecieron ser su método favorito por los siguientes meses. Sumado con los medicamentos recetados por su inestable salud, no era de extrañar que poseyera un espacio en la mesa de noche para guardar la media docena de frascos a su poder.
Descaradamente en medio de una fiesta se encerró en su habitación, y con un único vaso de agua ingirió con dificultad todas las capsulas que cupieron en su delgada mano.
Retorciéndose por las recientes nauseas y el dolor en su garganta, empezaba a convulsionar a causa de la sobredosis.
Nadie notó su ausencia hasta que casualmente alguien hizo mención de él.
Alarmados, la historia se repitió para todos.
Despertó luego de haberle practicado un lavado de estómago para eliminar los fármacos. A su lado encontró su hermano con una obvia expresión de preocupación; pero sin preguntarle nada, susurró con voz inaudible un 'te odio' incontenible en esa situación.
Le recomendaron ayuda psicológica incansables veces, la cual negó rotundamente.
¿Arsénico? ¿Químicos? ¿Intentar inyectarse aire en las venas? ¿Electrocutarse? Las probó todas, y nunca le funcionó a tiempo.
Tocó el punto de extrema frustración.
Silenciosamente una noche mezclo altas dosis de veneno para ratas en un vaso de leche tibia, aquella que acostumbraba tomar antes de dormir. Sin nadie en casa para interrumpirlo, bebió hasta la última gota de la infusión letal.
Porque no lamentaría el pasar de los días, nunca más.
Y no volvió a presenciar como la luz de sol en la mañana se asomaba por la ventana.
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La décima vez es la vencida.
RandomCuando ya no hay opción, solo queda tomar la decisión por sí mismo.