Introducción

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Hola, soy Melody. Soy una chica de diecisiete años, alta, morena y de ojos marrones. Era una tarde de junio como otra cualquiera, salvo por un detalle, era el último día de instituto. Desperté, sobresaltada, por culpa del despertador. Me levanto, sin ganas y tiro la máquina infernal contra la pared. Me dirijo al armario y abro su única puerta, ya que la otra había sufrido la rabia producida por tres cervezas y varios minutos.
Debo elegir una ropa elegante, pero que me resulte cómoda. Decido ponerme un vestido azul, mi color favorito, que no me había puesto en mucho tiempo y que me llegaba por encima de la rodilla. Entre los cientos de pares de zapatos que tenía, me llamaron la atención unos que se encontraban encima de rodo el montón de prendas, unas sandalias plateadas.
Antes de salir por la puerta, me fijo en que uno de sus pósters de videojuegos estaba tirado en el suelo. Sería de mis favoritos de no ser por la historia que guarda detrás él. Me toco, casi de forma inconsciente la paste superior de la rodilla. Ya sabía por qué aquel vestido azul estaba abandonado en el armario. Decidí cambiarme, esta vez con más rapidez, debido al miedo de llegar tarde en aquel día tan especial. No podía arriesgarse de que su mejor amiga y las demás personas del instituto descubriesen su secreto. No quería que se enterasen porque las consecuencias para ella podían ser terribles. Esta vez, encontró un pantalón que ella misma había recortado para que le llegase por debajo de la rodilla y una blusa blanca. Con suerte, se acordó de su mochila. Metódicamente, estiró la mano hacia el escritorio pero allí no estaba. Eso quería decir que esta noche había estado dinámica. Busqué como loca en toda mi habitación, eso sí, en silencio para no despertar a sus padres. Como último halo de esperanza, miré por la ventana y allí estaba, tirada en el césped. Lo malo es que sus padres habían decidido usar los asesores aquella noche. Al menos, su móvil sí que estaba en su escritorio.
Abrí la puerta despacio, aunque igualmente chirríaba y bajé la escalera, cuyos escalones crujía bajo sus pies. Mis deseos de que mi madre no me descubriera no se cumplieron y en cinco segundos estaba ya su madre enfrente mío. Estaba dispuesta a darme su abrazo matinal pero la rechace. De pequeña me encantaba, su olor a rosas y su cariño la ayudaban a afrontar el día a día con seguridad. Sus besos nocturnos me ayudaban a dormir plácidamente.
Eso había cambiado. Le daba verguenza hasta salir con ella de paseo. Años atrás, no expresa este sentimiento. Iba con ella de compras pero si se acercaba alguien al que conocía, o más bien cualquier persona de su edad, metía casi a empujones a su madre en una cabina para sacarnos fotos. Siempre le decía que me quería quedar con las fotos ya que, no quería que anduviese enseñándolas a sus amigas. Cuando llegaba a casa, las rompía en mil pedazos, suficientes para que las personas que aparecían fuesen irreconocibles y los tiraba en un sobre a la basura. En algunas ocasiones le preguntaba que donde estaban y yo ponía como excusa que las había guardado en mi caja de los recuerdos. Le digo con asco:
-Ya no soy una niña y además te odio.
-Así que sigues con eso. Espero que vuelvas a ser la de antes. Te he hecho el desayuno, si quieres tómatelo y si no ya lo hará tu padre.-dijo compungida.

La melodíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora