0-Los inicios de la luz

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—¿Te ayudo, mamá? Parece pesado.

—No te preocupes, mamá es muy fuerte y puede con todo— Sonrió la miqo'te alegremente.

—Pero yo quiero ayudar...— Suspiró el pequeño compungido.

—Bueno, quizás puedas ayudar llevando estas pesadísimas hombreras— dijo cediéndole parte de la armadura que estaba transportando. El pequeño movió la cola emocionado mientras cogía las hombreras de cuero que, aunque no pensaran demasiado, al chiquillo le pareció ser de una enorme ayuda.

El gremio de lanceros estaba situado al lado de un pequeño muelle que aprovechaba el río y su fuerza para transportar tanto mercancía como pasajeros, si llegaba el caso. No solía usarse con mucha frecuencia, pero ahí estaba, dando la oportunidad a todo aquel que quisiera navegar tranquilamente por sus aguas.

Desde arriba, al lado del gremio, un AuRa de piel blanca como la nieve y cabellos de la misma pureza observaba el agua correr como esperando ver su reflejo en ella. Hacía ya cerca de un mes que había dejado todo aquello que conocía para irse a una ciudad de la que nunca había oído hablar para continuar su entrenamiento. Aún le carcomían las dudas, pero había sido la propia Almirante quien le había recomendado para que le acogieran allí. Le habían proporcionado una habitación y un pequeño trabajo en el gremio para ganarse unos guiles e ir sobreviviendo mientras completaba su entrenamiento. Estaba dispuesto a poner todo de su parte para no fracasar esta vez como había ocurrido con los distintos gremios guerreros de Limsa Lominsa. Aún así, no sentía que pudiera llegar a encajar realmente. Su linaje de AuRa ya le hacía parecer alguien agresivo y extraño, por lo que comparado con los hyur, elezen y miqo'te que solían poblar esas tierras, él no era sino el punto discordante. O al menos así se sentía, "El extranjero". Nadie se lo había dicho, pero no necesitaba oírlo para poderlo deducir de los murmullos y las miradas del resto de lanceros del gremio.

Suspiró, sujetó fuertemente la lanza con ambas manos y comenzó a hacer ataques ficticios, intentando moverse con aquella arma como si fueran uno solo. Estaba tan ensimismado con su entrenamiento que ni siquiera se enteró de los dos miqo'tes que pasaron casi delante de sus narices antes de meterse en el gremio. O al menos uno de ellos, porque el más pequeño, de alegre cabello lila que parecía brillar por sí mismo con los rayos reflejados del sol,se había detenido a escasos metros a observarle.

El AuRa se dió cuenta de su presencia, pero decidió ignorarla, intentando sacarle el máximo provecho a su entrenamiento.

—¡Taro! ¡Necesito que traigas las hombreras!— Se escuchó a la mujer gritarle al niño desde la puerta.

El chaval se apresuró a ponerse en pie y, tras despedirse del lancero con una sonrisa cargada de pureza, corrió con las hombreras en la mano hacia su madre. El chico no pudo más que observar en silencio como se metían en el interior. Eso había sido muy extraño, pero no por ello desagradable.

Las estaciones se fueron sucediendo lenta pero inexorablemente, y con ellas las continuas visitas de aquel pequeño miqo'te a los entrenamientos en solitario del AuRa. Hacía ya meses que después de verle sentado, observando continuamente, había decidido preguntar si quería algo. La sorpresa había sido mayúscula cuando el pequeño simplemente le respondió "ser tu amigo".

Aquello había resultado especialmente extraño. Sobretodo teniendo en cuenta que no era para nada común ver a un AuRa en Gridania

—Alderald... Nunca te he visto entrenar con tus compañeros del gremio... ¿Te llevas mal con ellos?

—No... pero me llevan mucho adelanto. Tengo que cogerles rápido el nivel o me quedaré atrás.

—¿Entonces te llevas bien con ellos?

Las huellas del viaje- FFXIVDonde viven las historias. Descúbrelo ahora