ℒℴ́𝒷𝓇ℯℊ𝒶 𝒩ℴ𝒸𝒽ℯ

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Oyó unos pasos a la distancia. Rápidamente cogió el candelero y de un soplido apagó la incandescente llama que la alumbraba, quedando en la oscuridad. 

Procurando silencio colocó el libro debajo de su cama, dejándolo abierto para que la tinta fresca pudiera secarse . Puso el candelero, el frasco y la pluma sobre la cómoda, se arropó y cerró los ojos.

Hay algunas cosas que nunca cambian. La ahora adulta Francisca Imelda, seguía escribiendo a hurtadillas líneas y líneas de palabras,  como cuando era una niña. Más ahora, que se había decidido a mostrar todos aquellos escritos al mundo. Necesitaría esforzarse muchísimo para demostrarles a todos de lo que su portentosa imaginación era capaz. 

En ese momento no pedía mas que cuantos minutos para terminar su obra, sin embargo aquello era una solicitud de lo mas osada. Su abuela, quien hasta ese día se había encargado de Francisca, estaba enferma, cosa que iba a empeorando su carácter, ya muy severo de por sí. 

Recordó entonces la advertencia que había recibido unos días atrás: "voy a quitarte ese libro si es que sigues desvelándote, a ver si así pones mas atención a tus tareas". 

"Ya será mañana" Pensó la joven de hebras castañas, con cierta resignación. 

Se abrigó aún más entre las cobijas, mirando hacia el dosel. La luz de la luna esclarecía cada vez más su habitación, adquiriendo fuerza al atravesar las claras cortinas que cubrían la ventana en su cabecera y cayendo directamente sobre su lecho. Siempre envidió el grueso cortinaje de la habitación de su abuela, pues dejaba su cuarto sumergido totalmente en la penumbra nocturna. Lo que mas le gustaba de la noche era precisamente eso, la oscuridad, que inspiraba grandemente sus terroríficas historias. 

Esperaba conciliar el sueño pese al pendiente de su relato incompleto. Después de un rato, cuando casi se quedaba dormida, escuchó un ruido muy extraño a la cercanía. Abrió de nuevo los ojos en espera de que el sonido se repitiera, cosa que sucedió al cabo de unos segundos. 

Giró la cabeza, clavando la mirada en la ventana del lado este de la habitación. El sonido parecía provenir de ahí, por lo que se levantó para acercarse. 

- ¿Será un susto? - Se preguntó a sí misma en son de broma - ¿Vendrá por mí y me encerrará en el espejo como castigo por ser tan vanidosa? ¿Correré con la misma suerte de Mariana? - Habló en tono dramático, imaginándose dentro de su propia historia - Aunque yo no soy vanidosa... eso creo. 

Se acercó a la ventana con lentitud, sintiendo su corazón latir de emoción. Esperaba encontrarse con un hórrido ser al correr las cortinas, de la misma manera que la protagonista de su cuento más reciente. Pese a que ella sabía que esas bestias vivían solamente en lo recóndito de su mente, no descartaba su existencia del todo. Incluso abrigaba la esperanza de toparse con una, tal vez en una lóbrega noche como esa. 

Era el momento idóneo. Respiró profundo y corrió las cortinas. 

Nada. Sólo el jardín desierto un par de pisos abajo. 

- Agh - Cerró las cortinas en un acto brusco, y se fue a acostar. 

Desde su cama observó la ventana con el ceño fruncido. Fue entonces cuando algo - o alguien- paso rápidamente, al parecer volando. Al instante, un sonido de alas batiéndose en el aire terminó por confirmar sus sospechas. 

Solamente pudo ver su sombra, que caía sobre la cortina de su ventana gracias a la luz de la luna. Abandonó su lecho de un salto y con paso presuroso llegó otra vez a la ventana. Desgraciadamente para ella, obtuvo el mismo resultado. La extraña "cosa", que daba la impresión de ser un ave muy pero muy grande, se había ido. 

Pegó su cara contra el vidrio, preguntándose internamente que pudo haber sido aquello. Resopló entonces, como si fuera lo más obvio del mundo.

- Un susto. Definitivamente lo es. 





Indeleble Sentimiento | FrankeldaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora