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17/02

Largos meses habían pasado desde que había llegado a California. 4 meses y 12 días de mi llegada. Aquellos en los que no había tenido noticias de ninguna de mis viejas amistades. Y mucho menos de quien alguna vez estuvo en un pedestal hecho exclusivamente para si mismo. No obstante, yo no había mostrado interés en preguntar nuevamente, por mi propio bien.

Esa noche en la que me di cuenta que ya no necesitaba a nadie más sino que a mi misma; una de las muchas en las que me preguntaba que había de malo en mí, porqué razón mi vida estaba yéndose en picada como piezas de un jodido dominó; cuya vez me prometí que viviría en California sin ningún tipo de preocupación, porque sufrir por ellos ya no me interesaba.

Tomé el despertador entre mis manos y vi como marcaba las 6:30 a.m, ni siquiera esperé que la alarma llegara hasta mis oídos, ya que estaba despierta desde hace más de las 4 a.m. Decidí arreglarme, y tomar una ducha fría para eliminar cualquier rastro de sueño, para que no obstaculizara mi día. Elegí un jean negro, a su vez, una especie de suéter de lana de tonalidad beige. Ya que el clima estaba lluvioso; algo frío para mi gusto. Asimismo, me dediqué a arreglar mi cabello, aplicar algo de rímel, labial y delineador.

—Aleluya—canturreé apenas miré el botín que me faltaba, y se encontraba detrás mi cama.

Terminé de ponerme mi ropa, y miré mi reflejo en el espejo frente a mí.

Repasé mi cabello, mi rostro y así sucesivamente me di cuenta que me tomó un tiempo recuperarme. Muchas cosas que eran muy pesadas para una adolescente de solo dieciséis años. Quizás para unos hubiese sido solo un romance adolescente no correspondido, o una amistad que acabó mal, un simple divorcio y una madre ausente.

Pero todo fue completamente real, sufrí, no mentiré. Lamentablemente, todo caía como una bola de nieve que se fue haciendo cada vez más y más grande sobre mi cabeza; el abandono de mamá, la actitud indiferente de Ava, Jake olvidándome como si nada, papá acordando mi estadía con mis abuelos hasta que terminara el instituto; lo cuál lo sentí como una manera de deshacerse de mí —de nuevo—, me sentía como un tenedor hirviendo que lanzaban entre sí.

Moví mi cabeza de un lado al otro para disipar cualquier pensamiento que me recordase a mi deprimente yo de hace seis años y medio, pues esos recuerdos ya no me atormentaban, para nada, algunos simplemente ya los había olvidado, o me había obligado a hacerlo.

«Caminé para bajar las escaleras y encaminarme hacia la cocina.

—Valerie, es muy temprano. ¿Te caíste de la cama o algo?—dijo papá un poco sorprendido, mientras se servía una gran taza de café.

Noté que desde que había vuelto, la cantidad de cafeína que había estado consumiendo desde que había vuelto era descomunal. Busqué a Gretta con la mirada, pero no la encontré por ninguna parte. Supuse que mi padre le había dado el día libre.

—Nah, debo llegar temprano y no quiero perder clases—expliqué serena—. Iré en la moto. Ya sabes, la vida de un universitario es independiente, o intento parecerlo

—Entonces, antes que seas una chica universitaria. Come este desayuno que preparé para ti—me pasó una lonchera con unos dibujitos de plaza sésamo en el frente—. Y ya envié al chofer a que llenara el tanque de tu moto. Aunque prefería que usaras el auto.

Papá acababa de tirar toda mi vida de universitaria e independiente a la basura.

Tomé la lonchera entre mis manos con una sonrisa plasmada en mis labios—. Que tus padres te suelten también es parte de madurar. Me voy, o de otra forma, llegaré tarde.

—Tómalo como quieras, pero siempre serás mi niña pequeña. —respondió a lo primero, caminando hacia mí—, y ten cuidado, ¿Ok? —trato de verse autoritario—. Además, la última vez que te subiste ahí ibas con...

Baby, why?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora