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─Te dije que no iba a funcionar.

Felix torció la boca, ladeando el rostro y viendo una vez más hacia el espejo.

─En mi cabeza se veía mejor... ─murmuró y recorrió su propio cuerpo con sus manos─. Aunque este color me asienta, ¿tú qué dices? ─y se giró, buscando la aprobación de su novio, incluso si él ya la había dicho un montón de veces que no la necesitaba.

Changbin simplemente asintió.

Se quitaron las prendas que estuvieron probándose luego de cenar y se sentaron en el suelo, mientras jugaban a las cartas y bebían una gaseosa que probablemente no los dejaría dormir más tarde. Demasiado dulce. La madre de Felix les hubiese hablado sobre lo mal que les hace para la salud, pero por suerte no los vio cuando la metieron a la habitación a escondidas.

Tener una madre que trabaja en el hospital es un beneficio, así también como una desventaja.

─Gané otra vez ─Changbin dejó caer todas las cartas sobre el montón de éstas en el medio de ambos─, dame mi premio.

─Espera un momento...

─Acabo de ganar, no seas mal perdedor.

─P-pero... ─¿qué es lo que estaba haciendo mal? Seguía sin comprender cómo iba el juego. Aunque le parecía un poco curioso que Changbin ganase tan limpiamente en cada partida─. ¿Estás haciendo trampa?

Su novio lucía ofendido, aunque se notaba que era actuado, Felix pensaba que se le daba bien. Quizás debería dedicarse a eso.

─Trampa tú que hace dos rondas quisiste saber mis cartas con abrazos.

─¡Pero oye! ─y comenzó a reír─. Fue muy ingenioso, debes admitirlo.

─Mal perdedor ─repitió otra vez porque sabía de antemano que a Felix le molestaba el apodo, de todas maneras, era gracioso ver como se le ponían las orejas rojas y llenaba de aire sus mejillas─. Dame mi premio, acepta que te gané de una vez.

Felix hizo exactamente lo que Changbin estaba esperando. Sus cachetes pecosos se inflaron y el color se le subió por el rostro. Y así, medio enojado, buscó en sus bolsillos los dulces que habían apostado. Eran cinco en total, todos de diferente sabor y los favoritos de Felix, por la misma razón le pidió que los pusiera en juego.

─Un gusto hacer negocios contigo, lindo.

Y los guardó antes de que fuese víctima de algún robo.

El australiano se levantó en silencio del suelo, se quitó los zapatos que por una razón desconocida no había quitado antes y se acostó en su cama con las manos sobre su estómago y mirando fijamente hacia el techo. Indiscutiblemente tierno. Changbin suspiró en su posición y observó el desorden que habían hecho en tan poco tiempo, esperaba que nunca llegase el día en que tenga que apostar algo real e importante porque seguro daban su alma en ello, ambos son demasiado competitivos y seguro peligran hasta sus celulares.

Guardó las cartas en el estante de libros y figuras de acción que coleccionaba Felix, con mucho cuidado de no botar algo y despertar a su perfeccionista interior que entraba en crisis al ver que algo no seguía como lo dejó. Se quitó la sudadera para estar más cómodo, y antes de ir junto a su novio, buscó el dulce con sabor a durazno.

─¿Quieres? ─preguntó, moviéndolo de un lado a otro

Felix elevó el rostro y lo miró con graciosos ojos entrecerrados. No respondió, y en cambio, volvió a recostarse sobre la cama como si así lograría algo.

En serio seguía preguntándose si no se daba cuenta que hacía berrinches de manera involuntaria.

─Diecinueve años de adorno ─dijo al aire, y con esto fue más que suficiente para tener la atención del chico otra vez─. ¿Por qué me ves así? Estoy diciendo la verdad ─comenzó quitándole el envoltorio al dulce, haciendo más ruido que de lo común, sólo para hacer enojar más a Felix, y cuando ya lo había logrado, volvió a mostrarlo frente a sus ojos─. ¿Quieres?

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