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Enfocó la mirada una y otra vez. Tapó uno de sus ojos con la palma de su mano, y con el otro fijó la vista sobre las pequeñas manchas que bañaban la luna. Pestañeó fuerte quitando el dolor de la claridad, y tras calmarse un poco lo intentó nuevamente con el otro ojo.

Una ventisca pasó suavemente volando sus cabellos, dejando su frente al descubierto. Llevó sus rodillas a su pecho volviéndose un ovillo y recostó la mejilla sobre sus piernas.

A lo lejos podía ver a una de sus ancianas vecinas pelear con el gato que se asomaba por la ventana de la cocina e intentaba quitarle la comida de algún plato. Una tonta sonrisa se le escapó de los labios, y quitó la vista volviendo a concentrarse en aquella bola blanca que iluminaba el cielo.

<<Jamás la luna será tan brillante como tus ojos>>

Y realmente no se equivocaba.

¿Cómo una persona podía tener los ojos tan oscuros, y a la vez tan brillantes? Si el negro es la ausencia del color, ¿Cómo éste podía brillar?

Repasó mentalmente el rostro de su novio y sonrió.

Mandíbula casi filosa, pero con una curvatura todavía algo aniñada. ¿O será que así lo veía porque era su bebé?
Que más da.
Orejas preciosas. Redondas, con pequeños orificios de los aros que usaba cuando era lo bastante joven y le gustaban.

Mejillas suaves, con las estrellas bañándole el rostro. Y entre ellas la nariz más hermosa que había visto en toda su miserable y corta vida.
Tal vez se veía grande en comparación de lo pequeña que se veía su boca bajo ella. Los labios más encantadores.

Cada cosa que nombraba de la persona que se adueñó de su torpe y tonto corazón le hacía sonreír como un bobo enamorado. Y qué le importaba. Podía decir con completo orgullo que cada parte de su ser le pertenecía en cuerpo y alma a la persona más bondadosa del universo entero.

Si lo hubieran visto agarrar sus manos y hacerlo girar una y otra vez cuando lo llevaba a sus clases de baile lo entenderían.
O como lo abrazaba de su cintura y apoyaba el mentón en uno de sus hombros para descansar cada vez que llegaba tarde del trabajo y Jimin cocinaba para ambos.

Y ni siquiera hablar de cuando quiso comprar una vela sólo por el color amarillento de esta, y al llegar a casa éstas bañaban todo el borde la bañera. Jamás disfrutó tanto unos masajes como aquella noche.

Falta poco para volver a sentir sus manos grandes y suaves sobre sus hombros.

Observó la solitaria calle, con pequeños grillos que cantaban ansiosamente desde que el sol se ocultó.

A lo lejos las nubes iban ganando el espacio, y comenzaban a expandirse por todo el cielo apurándose a tapar por completo la luna.

—Aún no te vayas, todavía tengo que hablar contigo..

Un pequeño puchero se formó sobre los labios abultados y con pequeñas costras de Jimin.
Miró concentrado la luz que se ocultaba detrás de las nubes y se relajó un poco al pensar que por más que esté cubierta por la densa capa de vapor, esa perla brillosa siempre estaría allí.

Perlas.

Las paletas en medio de la sonrisa de su prometido se robaban por completo su atención. Su nariz se fruncía lo suficiente para que éstas sobresalgan en todo momento quitándole el aliento.

Talking to the MoonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora