Béatrice se encontraba prácticamente en su lecho de muerte, fragante entre la humedad y la precariedad entre aquella morada de adobe y paja.
Un harapiento vestido de seda negro cubría sus genitales y pechos ya arañados por el frío e infecciones que se colaban a cada época del año; no había más que hacer, era el comienzo del fin de aquella pobre mujer.
— Béatrice, no...
La voz quebrada del rey se escuchó dolora, llena de remordimiento, hacía notar lo miserable que a veces podían ser sus pensamientos, su subconsciente que no paraba de repetirle que aquello era su culpa por no haberla sacado de ese lugar el día en que la encontró.
— Lo dije muchacho, un ser joven como su majestad no puede bajarle el cielo a una anciana como yo... Es momento de que vaya hacia él, mi marido me espera y estará feliz de saber que aún en mi lecho de descenso, un rey vino a protegerme.
Louis, devastado por la escena forzó una sonrisa torcida, acercándose a besar las manos de la anciana, asintiendo brevemente a lo que ella le decía.
— No podía permitir que muriera en un piso frío y con heces rodeándola... Intentaré cumplir la promesa que le hice, luchar para que este pueblo salga adelante.
Acercó su mano temblorosa a la cabellera blanca de la mujer, peinando dichas hebras con dulzura y con la parsimonia necesaria para que se fuese en paz.
— Joven Louis.
Murmuró la voz de Béatrice, agonizante ya, su cuerpo comenzaba a convulsionar, carmín cayendo de su boca; labios partidos modulando sus últimas palabras.
— Desde el reino de los cielos, cuidaré que encuentre la felicidad que le hace falta.
Una vez pronunciadas esas palabras, la mujer dejó de respirar y el único sonido presente en la habitación eran los sollozos del pelinegro, quién hundido en el pecho aún tibio de la difunta, le agradeció.
Le agradeció por enseñarle una realidad desconocida, le enseñó a querer a sus pares.
— Te irás de la forma más digna posible... Mi reina de plata.
Sus mejillas y orbes denotaban el cansancio en el color rojo de estos, luego de varios minutos de lamento y pésame a la mujer, este salió de la choza encargándose de avisar a todos los pueblerinos del fallecimiento de la mujer.
— Se ofrecerá sepultura en el castillo, son todos bienvenidos para conmemorar el descenso de aquella mujer de cabellos platinados que ponía una sonrisa en nuestros rostros... Merece el mejor final de todos.
Se despidió con una reverencia, realizando un saludo militar hacía la puerta de la choza.
Subiendo a su corsé para dirigirse al pueblo paralelo.
Claramente su corazón yacía destrozado, aquella mujer fue más madre que su progenitora en tan solo unas cuantas semanas, definitivamente amaría haber conocido antes a aquella mujer.
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Dinasty
Fantasyun conjunto de problemas entre seda mojada pondrá fin al autocontrol de Louis.