Neil se quedó viendo el camino que aquel hombre tomara sin moverse de su lugar; luego, mascullando entre dientes, golpeó con fuerza la mesa con sus puños cargados de impotencia, quedándose recargado ahí por breves minutos pensando en cómo resolver el problema.
Después, el trigueño se enderezó; y acomodándose el saco, inició su regreso al interior de la casa, muy seguro de que nadie había escuchado su conversación con el maleante.
Cinco minutos pasaron y detrás de unos arbustos, se escondía la figura de una persona que lo había escuchado todo.
Al verse sola, salió de su escondite arañándose los brazos.
Prontamente, se dirigió por la puerta de servicio y se detuvo unos instantes en la cocina. Se acercó una silla y se sentó para esperar unos minutos más. Posteriormente, disimulando estar en aquella área de la casa, salió a la sala para ir en busca de Neil.
Eliza pensó en ir a su recámara, pero recordando lo escuchado se dirigió hacia el despacho de la mansión y ahí lo vio, detrás del escritorio y buscando algo entre papeles.
La pelirroja ni siquiera tocó la puerta y se coló por el despacho hasta quedar enfrente de su hermano.
Neil estaba tan concentrado en su asunto que ni siquiera se percató de la presencia de su hermana, hasta que la escuchó.
— ¿Qué haces, Neil? — ella preguntó provocando que éste saltara del susto y arrojara los papeles que sostenía.
— ¡Demonios, Eliza! ¡Qué te importa! — gritó mirándola lleno de rabia. — ¿Acaso los estudios en el Colegio San Pablo nunca te sirvieron? ¿No te dijeron las monjas que debías tocar la puerta antes de entrar? — él reclamó en verdad molesto.
— ¡Ay, Neil, no es para tanto! Anda, dime, ¿qué haces? — insistió la joven caminando hacia él y colocando sus brazos alrededor de sus hombros.
Pero su relación con aquel chico iba de mal en peor y como muestra...
— ¡No es tu asunto! ¡Así que, déjame en paz, vete a molestar a alguien más, ¿quieres?! — el joven respondió deshaciéndose del abrazo y arrojándola hacia el gran librero para dejarla sola en el despacho.
Eliza se sobaba los codos por el golpe recibido y miraba con preocupación las acciones de su hermano.
Después, salió rápidamente del despacho para ir a su recámara.
Cinco minutos más tarde, bajaba corriendo por las escaleras, pidiéndole al chofer la llevara al hotel donde se hospedaba Albert, sorprendiéndose ella misma de su reacción, pero algo le decía que su hermano corría peligro y el único que le podía ayudar era Williams.
Quince minutos más tarde arribaba al lugar.
Con paso apresurado llegó hasta la recepción, y con altanería pidió el número de habitación de su tío.
En cuanto la encargada del área le informó y sin decir gracias, Eliza se dirigió al elevador que venía descendiendo.
Parada frente al ascensor, ella taconeaba su zapatilla con impaciencia; y después de esperar un buen rato, se escuchó la campanilla del elevador y la puerta de metal se abrió.
Sin embargo, era tanto su apuro que no esperó a que la persona que venía ocupando el ascensor saliera; lo que provocó que los dos chocaran, más un brazo la detuvo de caer al suelo.
Eliza iba a decirle un improperio por la osada manera de tocarla, pero se contuvo al reconocer al hombre aquel, ya que lo había visto en la noche de la premier de Hamlet a lado de Albert.
Sonrojándose por la cercanía de aquel pudiendo inhalar su fragancia tan varonil, la chica se disculpó de inmediato por su torpeza:
— Lo siento, no me fijé.
— No pierda cuidado, señorita. ¿Está usted bien? — inquirió él y sonriente.
— Sí, gracias.
Increíblemente, la joven se había ruborizado.
— ¿Me permite? — se ofreció el moreno y movió a la chica para agacharse y recoger su bolso.
— Aquí tiene — se lo entregó, no obstante, el rostro se le hizo conocido. Y por ende: — Ya nos habíamos visto antes, ¿verdad?
— Sí. En la premier de Hamlet.
— Muy cierto. Usted es...
— Eliza Legan, sobrina de William Albert Andrew.
— Mucho gusto; José Francisco, a sus pies —, y tomó la mano de la joven y se la besó caballerosamente.
En eso, el ascensorista los interrumpía para preguntar:
— ¿Sube, señor?
— Oh, no, gracias. Fue un placer conocerla, señorita Legan. Dé mis saludos a su tío, por favor.
Cisco dio un paso hacia atrás para dejar al empleado cerrar la reja del elevador; y tras los espacios de los metales, el español no dejaba de sonreírle a la pelirroja que por más, había quedado fascinada con él.
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AMOR PERDIDO
Hayran KurguCandy nunca soñó que Terry estaba allí observándola y que luego se fue de Chicago cargado de penas y sin volver la espalda. ********* Primera historia escrita el 8 de Octubre de 2009. Primera historia compartida a mi audiencia del fandom de Candy Ca...