Él, caminando hacía la frontera, tan ansioso por llegar a su destino, con su gran sonrisa en su rostro provocando que sus grandes ojos castaños radiarán luz, ansioso por verla después de tanto tiempo. Moría por decirle lo mucho que la amaba, que se encontraba harto de aquella distancia, moría por decirle que se escaparán a otra ciudad, los dos, juntos.
Ella, corriendo hacía aquel lugar tan insignificante para todos, pero tan terriblemente importante para ellos, su lindo cabello cabello rojizo se alzaba de una manera que sólo en ella lucía tan... bien, ella corría por que sabía que a él no le gustaba esperar, pero ella no sabía que él ya la estaba esperando desde la última vez que se vieron.
Él chico llegó, y no encontró a su amada, se sentó sobre el frío metal de aquella vía de tren, moría por ver nuevamente aquellos ojos grises con los que tanto sueña por las noches, los hermosos labios rosados que tienen aquel sabor que a él lo vuelve loco, la hermosa sonrisa en la cara tan pálida de ella.
Simplemente moría por verla.
Sus familias estaban contra aquel amor, pero a ellos no les importaba, no cuando saben que lo suyo no es un amor pasajero, cómo aseguran sus respectivos padres. Ellos saben que es un amor duradero, un amor con el que todo el mundo anhela tener, por que tantas personas sufren al no encontrarlo, pero ellos ya lo había encontrado, y ese era el motivo por el que ellos son tan felices juntos.
Por eso, cada último día de cada mes, antes de que los últimos rayos del sol desaparezcan. Ella corre y él camina; ambos hacía la frontera.
Las pocas personas que saben de aquellos dos enamorados la llaman la
Frontera de amor